El elefante de la burocracia, por Rafael A. Sanabria M.
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“El modo de hacerse popular y de gobernar bien
es el de emplear hombres honrados
aunque sean enemigos”
Simón Bolívar
Carta a José Antonio Páez, Soatá (Colombia)
26 de marzo de 1828
Hay un gigante que nos oprime, que ha estado por siglos encima de nosotros, ha regido fracasos, obstaculiza nuestros movimientos y representa una carga monetaria para nuestra existencia. Es un gigante que permitimos que nos aplaste como si fuese un mal necesario, pero que realmente no es indispensable. El gigante de la burocracia es ese gigante, un elefante que no solo es inútil sino que es contraproducente.
Burocracia es un término construido hace casi tres siglos por el economista francés Gournay para describir el “gobierno de los oficinistas”. El término se refiere al equipo de funcionarios que trabaja con la administración y normas, sea en una empresa privada o en el Estado, pero se tiende a designar con ella solo a la administración gubernamental, donde es llevada a cabo por individuos no elegidos en sufragios sino designados por estos. En nuestro país —y muchos otros— al término burocracia se le da una connotación negativa.
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El Estado requiere una administración ceñida a normas fijas preestablecidas, que permitan una aplicación justa para todos, por eso se explica que la burocracia se asiente en normas bastante rígidas. Pero es allí, justamente, donde se hace demasiado inflexible y su papeleo se convierte en un fin en sí mismo, cuando despotricamos en su contra.
La burocracia, con su faceta negativa, existe en los países con alto desarrollo, pero especialmente en los más pobres, sean gobiernos conservadores, liberales o revolucionarios, asfixiando en todos los lugares la gestión del Estado.
Quizás no podemos eliminar la burocracia de un plumazo, como quisiéramos, pero ciertamente que podemos hacerla funcional y hasta colaboradora. No es con el hacha —para cortarla de raíz, como si quisiéramos eliminar el Estado y flotar (o hundirnos) en la nada— sino con el estímulo, la competencia y la despolitización como podemos convertirla en un factor de progreso, aliado del ciudadano común.
Lamentablemente, no se vislumbra, por ahora, aproximación alguna hacia una burocracia inteligente, pero debemos planificar (¿soñar?) con una eficiente administración del Estado, asentada sobre una lubricada y fluida burocracia. Cualquier plan de construcción social y política del país debe contener los principios que conduzcan a una burocracia que sea una máquina eficiente y participativa, que no sea un simple biberón para alimentar a los amigos de quienes están en el poder. Sus miembros deben ser, igual como lo fueron los militares, apolíticos. Y deben ser, a diferencia de los militares, de completa confianza en el manejo de los bienes. Deben hacer carrera en la institución, ser muy bien remunerados, para su ingreso se debe concursar y su permanencia debe depender de su desempeño. Además: solo el número justo de funcionarios.
La contratación de los miembros de la burocracia dejada al albedrío de los políticos, partidos y sindicatos debe desaparecer.
Debería ser una organización con alto estatus, atinada selección y relativa autonomía, con sus normas bien establecidas y hacerles seguimiento para su eficaz cumplimiento.
En fin, en una tarde brumosa, me he puesto a soñar un poco sobre una de las características de un país que tuviese una clara ruta hacia el progreso.
Aunque si realmente lo quisiéramos, pudiésemos ser un buen ejemplo y disfrutaríamos de sus frutos.
Rafael Sanabria es Profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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