El espíritu del 23, por Carolina Gómez-Ávila
Las botas de campaña paradas firmes al lado de la cama. El uniforme en el espaldar de la silla y la pistola de reglamento sobre la mesa de noche. Dormía con las medias puestas, listo para calzarse sin poner los pies en el suelo, y sin calzoncillos porque tenía la manía de tantearse las turmas durante el sueño.
Se había tomado unos rones amargos la noche anterior y el dolor de cabeza le molestaba para rasurarse. Se pasó la afeitadora de memoria y no se revisó ante el espejo. No lo hacía desde que una vez, al día siguiente de disparar contra unos manifestantes, se detuvo a verse: la inflamación en los párpados le achinaba los rasgos, no había brillo en sus ojos ni intención de preguntarse por qué, pero sintió un peso frío en el estómago como si se acabara de tragar un bloque de hielo. Desde entonces esquiva el reflejo de su mirada.
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Es posible que para hombres como este sea el mensaje del pueblo el 23 de enero. Para recordarles que el restablecimiento de la efectiva vigencia de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela está en manos de quienes tienen “el monopolio de la violencia”, diría Weber. Así que aquí estamos, 61 años más tarde, dependiendo -de nuevo- de que las armas de la república quieran ponerse al servicio de la república misma, cuya forma y mecanismos están descritos en la Carta Magna vigente que dejó de observarse por acto de fuerza, diría el 333.
Esta es mi honda tristeza cívica y mi mayor mortificación, porque no dejo de preguntarme cómo haríamos para que después atiendan al mandato republicano de sujeción del poder militar al poder civil sin echar mano de pensamientos ilusorios que desestimen la contingencia hasta que sea inevitable. Vergüenza, dolor e impotencia que alguno esgrima un “como vaya viniendo, vamos viendo” raíz de la tragedia nacional.
Desde ya, no sería capaz de llamar “Gobierno de Transición” a uno tutelado por bayonetas y no consideraré que hemos retornado a la democracia hasta que se realicen “elecciones libres y justas” según los estándares que claramente establece la Unión Interparlamentaria y que fueron firmados por Venezuela
Sí, democracia solo entra con votos. Y el espíritu del 23 es militarista, mal del que vinimos y en el que estamos. Una vez más la nación es guiada a atender lo urgente en vez de lo importante y no pasará mucho, antes de que lo importante, ahora desatendido, se convierta también en urgente.
Si en múltiples cabildos abiertos -participativos, protagónicos y vinculantes como establece el artículo 70 de la CRBV- se ha decidido apoyar esta ruta, sea. Pero no se invoque el espíritu del 23 con orgullo sino con temor y verecundia porque el que debemos reclamar redivivo, es el espíritu del 7 de diciembre de 1958, cuando el pueblo de Venezuela, en elecciones directas y secretas, se dio a sí mismo un nuevo presidente en paz y rescató la democracia para ponerla al servicio de la alternancia republicana, único método que puede dar fin a la usurpación y a la tiranía, diría Simón.