El estado prescindible, por Aglaya Kinzbruner
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Uno puede asumir una gran variedad de situaciones. El verbo da para mucho. Se puede asumir un estado de cosas, una realidad, una fantasía, una institución privada o pública, que es casi lo mismo, la presidencia de un país y un largo etcétera. Lo que no se puede asegurar nunca es que ese verbo cumpla alguna función que no sea dentro de un discurso imaginativo, y lleno de inventos, como los del Barón de Münchhausen. Jamás ser alguno contó cuentos tan maravillosos e imposibles, razón por la cual le hicieron una estatua en Königsberg que ahora se llama Kaliningrado. Cosas de la geopolítica.
Volviendo a nuestras instituciones imprescindibles en teoría pero prescindibles en la realidad, por ejemplo, Hidrocapital, ¿funciona para algo? Y si es así, ¿por qué en muchos edificios se están construyendo pozos de agua que pueden llegar a costar hasta veinticinco mil dólares? Cualquiera que pasee por nuestra capital puede observar en algunos balcones grandes tanques de agua. ¿Serán por alguna inspiración ornamental?
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Si seguimos el hilo de los balcones también podremos observar algunos que contienen pequeñas plantas eléctricas. Pero, ¿indica esto alguna desconfianza hacia nuestra maravillosa Corpoelec? Seguramente que no. Debe ser algún urbanista loco que así quiere ayudar a adornar nuestra ciudad. Eso explicaría también el terrible arboricidio al cual nos hemos visto sometidos. A menos que se quiera con la madera suplir la falta de gas. ¿Pero, también falta el gas? El único que no falta es aquel emanado por los glotones consumidores de caraotas negras.
En cuanto al aparato inventado por un ingeniero italiano residente en Estados Unidos, Antonio Meucci, y cuyo invento fue robado por un tal Alexander Graham Bell, escocés, porque tuvo la disponibilidad económica de patentarlo, o sea unos diez dólares, brevemente, el teléfono, al igual que el correo, pues tampoco funciona. Los que sí funcionan son los celulares porque son privados y personales. Los primeros pesaban unos dos kilos pero, con el tiempo, se aligeraron las cargas.
Con respecto al recogimiento de la basura, en un tiempo funcionaba bien y la pagaba el estado. En aquel tiempo había una dictadura malvada y el Aseo Urbano, que se llamaba IMAU, recogía toda la inmundicia sin mayores aspavientos. Ahora queda un sistema parecido, los aspavientos, y toneladas de basura, pero hay que pagar y mucho.
Entonces viene la pregunta de las sesenta mil lochas, o ¿eran sesenta mil las vírgenes ? Los entendidos dicen que nunca hubo sesenta mil vírgenes y que todo es cuestión de puntos de vista, de información o de función. Si ahondamos en la función, una se pregunta, ¿para qué sirve un estado que no sirve? Porque entonces éste pudiera definirse como un estado prescindible. Si deja de existir nadie se dará cuenta.
Lo cual nos remite al cuento de Hans Christian Andersen, El Rey Desnudo. Algún día, como en el cuento, la gente se va a despabilar y hacer la pregunta del niño: ¿Por qué el rey anda desnudo?
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