El estilo es el hombre, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
Hacia 1963 Freddy Muñoz y yo, a la sazón Consejeros Estudiantiles en el Consejo Universitario de la UCV, dirigido por el insigne Rector Francisco De Venanzi, le escuchamos mencionar el “Estilo Universitario” a propósito de un incidente que nunca pudimos olvidar. Hay expresiones dichas al desgaire que inducen a cambiar.
Acabábamos de obtener una victoria que nos llevó a la euforia. Se discutía el texto de una declaración del gobierno universitario, no recuerdo ahora su contenido. En el Consejo se enfrentaban vigorosamente dos posiciones extremas. De un lado nosotros, la Izquierda, y del otro la Democracia Cristiana. De Venanzi esperaba con mucha calma, hasta que, intentando un acercamiento propuso varios cambios puntuales que, sin alterar el fondo, hicieron más tragable la redacción.
Al día siguiente visitamos en su casa al Rector. Queríamos felicitarlo y agradecerle su afortunada y salvadora intervención.
- ¡Ganamos, ganamos gracias a usted!
- Puede interpretarse así –respondió– pero pienso que si lo predican de ese modo podrían terminar perdiendo. Los rivales de ustedes se apoyarán en sus cantos de victoria para presentar el asunto como peligroso logro de la izquierda con el fin de apoderarse de la Universidad.
- ¿Y que nos aconseja que hagamos?
- Digan que ninguna ideología venció. Ganó la Universidad, que es de todos. No es momento de pelear sino de felicitarnos.
- Sabia recomendación, Rector. Podremos manejarla en otras situaciones.
- Será entonces cuando puedan felicitarse, eso sí: ellos y ustedes.
- Es toda una ruta. Como la denominaría usted.
- Estilo Universitario. Asúmanlo y serán recibidos como los mejores, aunque no únicos, defensores de nuestra amada Institución. Además, conseguirán amigos, mucho mejor que sumar enemigos.
Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, sabio francés de dimensión universal, es recordado por una seca frase muy por debajo de sus riquísimos conocimientos de la Historia Natural, el desarrollo de las especies y las matemáticas, bagaje cultural tan importante que explica sin esfuerzo su justificada influencia sobre genios de la talla de Lamarck, Diderot y Darwin.
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Sin embargo esa frase, ingeniosa sin duda, calza perfectamente en las complejidades de la Política y, en el caso actual de nuestra abrumada Venezuela, en el tema vibrante de la participación electoral. Demasiadas obviedades aconsejarían a la mayoría opositora enfrentar con el voto y la presencia en las 30.896 mesas electorales, habida cuenta del drenaje acelerado del apoyo político al sistema madurista y la proliferación de grupos disidentes en su seno.
El problema es que también la oposición esta duramente escindida. Su dirigente más relevante, Juan Guaidó, ha convocado a las variadas tendencias a convenir una hoja de ruta capaz de cimentar la esperada unidad de todos.
El caso es que por el momento no aparecen los acuerdos, ni tan siquiera asoma la posibilidad de forjar una alianza funcional. Es una mala noticia, pero es lo que por ahora hay.
Todavía se agitan las descalificaciones y llueven las acusaciones de traición contra quienes postulen fórmulas electorales. El feroz intercambio de epítetos denigrantes y falacias acerca de la legitimación del régimen oficialista, que supuestamente sobrevendría si se acudiera a votar, pasan por alto la explosiva crisis que quiebra las estructuras maduristas y muestran el rostro de una división que parece inminente.
Está ya fuera de discusión que los gobiernos, movimientos y personalidades se deslegitiman cuando pierden apoyo político. Simplemente no es verdad que votar bajo un sistema deslegitimado y en trance de continuar en eso pueda legitimarlo.
Las causas de su orfandad están a la vista como lo aprecian todos al mirar las espeluznantes cifras en casi todas las variables que cuentan. ¿Cómo seguir con la lata de la relación voto-igual a legitimación?
Para avanzar en la lucha por el cambio político en el marco de elecciones libres, transparentes y creíbles hay que valerse de los instrumentos políticos ampliamente conocidos e históricamente probados: elecciones, diálogos, negociaciones y atenerse a una regla de oro de la Política en tanto que ciencia y arte: atraer a todo el que pueda ser atraído, neutralizar a quien todavía no pueda serlo y enfocarse en quien no sea ganable ni neutralizable.
Es igualmente imprescindible erradicar el trato gárrulo, descalificador e infamante, y el lenguaje signado de amenazas que solo sirve para compactar al otro y cerrar las aperturas que puedan estar en marcha, porque nadie será tan indolente como para hundirse en la pasiva resignación frente a quien lo amenaza de muerte o de perseguirlo con saña y ferocidad.
La buena dirección política trata de vencer en todos los campos, tendiendo la mano amiga cuando perciba propensión a realineamientos con la Democracia, o deseos de escapar del sino fatal de los perseguidos de hoy obligados a ser los perseguidores de mañana en un diabólica espiral que se repite impulsada por el odio y la venganza.
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