El factor chino, por Félix Arellano
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La pandemia del covid-19 está potenciando y acelerando diversos factores disruptivos en el escenario global, entre ellos podríamos incluir a China como una tensión severa, en particular por las crecientes diferencias con los Estados Unidos, en la lucha por el liderazgo y la hegemonía a escala mundial. Adicionalmente, la opacidad en el manejo del tema de la pandemia por parte del partido comunista ha generado una atmosfera de rechazo bastante generalizado sobre papel de China como fabrica del mundo, lo que está estimulando, entre otros, la revisión de cadenas globales de valor.
Lo relativo a las divergencias entre Estados Unidos y China que son profundas, contemplan una diversidad de áreas en los ámbitos económicos, comerciales y financieros; con especial relevancia en el área tecnológica por el predominio de la IV Revolución Industrial; empero, en los últimos años también se aprecian crecientes tensiones militares. El activo protagonismo chino en la economía mundial ha llevado a la Unión Europea a calificarla como un “rival sistémico”.
El fuerte cuestionamiento contra China en los últimos meses por parte del gobierno de los Estados Unidos coincide, con el cuestionable manejo del tema del covid-19, al punto de ser calificado como el virus chino; pero también está presente la campaña electoral en los Estados Unidos y, en ese contexto, cabe destacar que la crítica está presente en los dos partidos políticos.
En el contexto de la conflictividad y ante la agresividad de la narrativa contra China, se plantean algunos escenarios poco alentadores, como la tesis de una nueva guerra fría, que afectaría las relaciones entre ambas potencias, con repercusiones a nivel global. Por otra parte, desde una perspectiva más radical, algunos retoman la llamada “Trampa de Tucidides”, teoría que explica la relación entre una potencia hegemónica en declive y otra en ascenso, y donde el enfrentamiento bélico se presenta como inexorable para definir el liderazgo real
Con las elecciones presidenciales de noviembre en los Estados Unidos, no desaparece el conflicto, que está adquiriendo un carácter estructural, pero se podría racionalizar y, en alguna medida, atenuar. No olvidemos que entre ambos países existen muchos intereses e importantes beneficios en juego, lo que estimuló que enero del presente año, ambos gobiernos iniciaran un proceso de negociación que logró algunos acuerdos para atenuar la guerra arancelaria y poder estimular el comercio. En este contexto cabe pensar que en el futuro cercano se podría retomar la mesa de negociación, con una agenda más compleja, que abarque la diversidad de temas del conflicto sistémico que los enfrenta.
En estos momentos conviene analizar la decisión del gobierno chino de realizar una revisión de su modelo económico. En una primera lectura se puede interpretar como un giro estratégico de China para reducir las tensiones. En el proyecto están trabajando los miembros del politburó y se esperan anuncios oficiales en este mes, en el marco de la reunión plenaria del Comité Central del Partido Comunista. De la información que está circulado se entiende que el nuevo modelo “consiste en una sustitución de importaciones, por una parte; y por otra en fortalecer la demanda interna de modo que en el país se consuma más producto chino”.
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Disminuir la dependencia china de la economía mundial, lo que implicaría profundas reformas en la dinámica de funcionamiento de la economía para fortalecer la competitividad y productividad, podría en principio reducir su protagonismo global, pero también generar nuevas tensiones, en particular con países como Alemania, Japón y Corea del Sur principales abastecedores de productos de mayor nivel de desarrollo tecnológico, que con el nuevo modelo económico el gobierno chino aspira producir a nivel interno.
Desde el aparato de propaganda del partido comunista se presenta el nuevo modelo como la reconstrucción de la “guerra popular prolongada”, siguiendo el ideario del gran timonel Mao Zedong.
El partido promueve una campaña para estimular el mayor respaldo popular, en momentos que se incrementa el malestar, entre otros, por la reducción del crecimiento económico, el autoritarismo y corrupción generalizada en las élites del partido, la exclusión de algunos sectores como la población rural y un rechazo que se desarrolla progresivamente ante el totalitarismo del modelo político chino, que se incrementa con sus rígidas posturas frente a Hong Kong y Taiwán.
Por otra parte conviene destacar que las tensiones entre China y los Estados Unidos también están generando efectos a escala global. Desde la Casa Blanca se desarrolla una dura estrategia de aislamiento a China, en particular en materia tecnología, tratando de evitar su participación en el desarrollo de la tecnología 5G. La posición es amplia y contundente y, en ese sentido, el Secretario de Estado Mike Pompeo recientemente ha cuestionado las negociaciones que adelanta el Vaticano con el gobierno chino, para la designación de autoridades católicas en ese país. Tal cuestionamiento se inscribe en lo que algunos definen como la “Doctrina Pompeo” de aislamiento de China en el contexto internacional, rompiendo con la línea de estado definida desde la época del Presidente Nixon, que asumía al gobierno chino como un aliado estratégico.
El factor chino en el contexto internacional es un tema complejo y la posición de los Estados Unidos que aspira forzar a sus aliados en la generación de un cerco, es un tema que debe ser evaluado con prudencia.
Es importante aprovechar la presión para lograr transformaciones en China en aspectos cruciales como libertad de mercado, eliminación del intervencionismo oficial, mayor de transparencia y, de ser posible, apertura política; empero no conviene propiciar una cacería de brujas, ni desaprovechar las oportunidades económicas que se pueden logra en una relación respetuosa de las reglas con China.
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