El falso consenso: ¿cómo imponer el relato de la victoria electoral en Ecuador?
Twitter: @Latinoamerica21
Autor: Gabriel Hidalgo Andrade
En una polémica entrevista ofrecida al diario El País de España, el expresidente de Ecuador, Rafael Correa, insistió en que volverá al país para expedir una nueva Constitución, reorganizar el Estado y anular sus juicios. Afirmó que tiene el capital electoral para regresar y ser presidente. Pocos días después, el martes 13 de junio, la presidenciable por el correísmo, Luisa González, inscribió su candidatura política en medio de arengas de «una sola vuelta», en referencia a que ganará la elección sin pasar por el balotaje.
Todas las encuestadoras coinciden en que el correísmo goza de un apoyo que bordea el 25%, lo que algunos llaman «el voto duro del correísmo». Paradójicamente, las mismas encuestadoras coinciden en que los márgenes de indecisión, a escasas dos semanas de las elecciones en Ecuador, tras la disolución del Congreso por parte del presidente Lasso, constantemente se mantienen en un 70%. ¿Cómo puede haber un voto disciplinado con un margen tan pequeño de electores decididos?
En este juego electoral, hay múltiples maniobras de persuasión que, puestas en blanco y negro, no son lo que dicen ser. Según estudios, a muchos electores les gusta ganar y, muy a menudo, apuestan por el ganador de las encuestas, por lo que generan un efecto de falso consenso. Pero ¿qué pasa cuando estas encuestas no reflejan la realidad?
Para Christopher J. Anderson, de la London School of Economics, y Andrew J. Lotempio, de la Universidad de Binghamton, en su estudio sobre la relación entre ganadores y confianza política, «Winning, Losing and Political Trust in America», una votación no es solamente un acto de confianza, sino la intención de confiar en que ese alguien ganará la competencia.
Se ha demostrado que votar por el ganador tiene una influencia positiva en otras actitudes políticas, como en los sentimientos de receptividad hacia el Gobierno, la satisfacción con la democracia y la disposición de las personas a participar en el activismo político. Los votantes favorecen a cualquiera de las opciones posibles, con la intención de vincularse material o afectivamente con la oferta política que esperan ver ganar.
Anderson y Lotempio afirman que la experiencia de ganar o perder influye en cómo los votantes perciben el sistema político. Ganar o perder, y estar en la mayoría o en la minoría, son conceptos que la gente utiliza para comprender el entorno político y que afectan sus actitudes posteriores. Incluso, los votantes cambian de candidato cuando este no muestra posibilidades de ganar, y a este fenómeno se ha llamado «voto estratégico».
La directora del Centro del Estudio de la Votación, las Elecciones y la Democracia, de la Universidad de Nuevo México, Lonna Rae Atkeson, dijo en su estudio «Sure, ¡I voted for the winner! Overreport of the Primary Vote for the Party Nominee in the National Election Studies» que es más probable que las personas voten por su segunda preferencia cuando perciben que su primera opción tiene pocas posibilidades de ganar. Este efecto está especialmente asociado a la categoría de «voto desperdiciado» o al deseo del elector de no malgastar su voto.
Según Rae Atkeson, los electores tienen tres opciones frente a una elección: un favorito, una segunda opción o la anulación/abstención. El elector siempre espera que su favorito sea el ganador. En la certeza de que el favorito no ganará, el elector cambia su decisión por el que cree ganador, a quien convierte en su segunda opción. Si no suceden las dos primeras posibilidades, el elector se abstiene de votar o anula su voto.
*Lea también: Las elecciones presidenciales de 2023 en América Latina, por Salvador Romero Ballivian
Para los expertos Vicki G. Morwitz y Carol Pluzinski, de la Universidad de Nueva York, la exposición de los votantes a las encuestas modifica las preferencias para los candidatos. Algunos estudios incluso denominan a este efecto de influencia de la opinión mayoritaria como el «efecto bandwagon» o «efecto de arrastre».
Un sistema individual de ideas encuentra un estado de consistencia cognitiva cuando el votante promedio y el votante de las encuestas están de acuerdo. Esta coincidencia se llama error de falso consenso. Las encuestas brindan a los votantes información sobre cómo se siente el electorado acerca de quién debería ser presidente y, por lo tanto, funcionan como una restricción de la realidad en las expectativas de los votantes sobre el resultado de las elecciones. Entonces, cuando un elector se expone a esta información y se convence de que su candidato no ganará, podría cambiar de opinión para apostar por «el caballo ganador»en la competencia.
Sin embargo, muchos votantes sobreestiman la probabilidad de victoria de su candidato preferido. Por ejemplo, según Morwitz y Pluzinski, durante la semana previa a las elecciones presidenciales estadounidenses de 1992, el 68,9% de los partidarios de George Bush tenían la falsa creencia de que otros votantes compartían su apoyo a su candidato, lo que generaba un patrón de falso consenso que era lo que reflejaban las encuestas. Pero Bill Clinton ganó la elección.
Cuando los votantes están en un estado disonante o de indecisión antes de la exposición a las encuestas y cuando las encuestas confirman las expectativas sobre el resultado de la elección, muchos votantes cambian sus preferencias para ser coherentes tanto con sus expectativas como con la información de la encuesta. Es ahí donde se puede producir la manipulación.
Cuando las encuestas se proporcionan a los votantes cuyas actitudes hacia los candidatos son cambiantes, pueden alterar sus actitudes y modificar el comportamiento de la votación. Dependiendo de la preferencia y las expectativas, Morwitz y Pluzinski aseguran que las encuestas pueden servir para reforzar las expectativas y actitudes existentes, alterar las expectativas de los votantes sobre quién ganará la elección o causar cambios en las actitudes hacia los candidatos.
¿El correísmo tiene el 25% de voto duro frente al 70% de indecisión? No lo tiene. Si se compara el 25% de preferencia con un margen de decisión de un 30%, el proporcional sería un 7,5% de «voto fiel». Por el contrario, el 20% o el 25% que se le atribuye podría ser realmente su techo electoral si se compara esta cifra con los resultados de las más recientes elecciones municipales en Ecuador.
Los números son más categóricos que los relatos en la política. Insistir en el falso consenso de un voto duro es la estrategia de quien quiere mostrarse como ganador. ¿Funcionará esta maniobra narrativa?
Gabriel Hidalgo es politólogo y abogado. Profesor de la Universidad de las Américas (Quito). Magíster en Ciencia Política y Gobierno, por Flacso-Ecuador.
www.latinoamerica21.com, medio de comunicación plural comprometido con la difusión de información crítica y veraz sobre América Latina. Síguenos en @Latinoamerica21
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.