El fantasma de la desconfianza, por Teodoro Petkoff
Todos los aspirantes a gobernantes perpetuos, o los que ya llevan muchos años en el poder, desarrollan, de manera muy acentuada, lo que pudiéramos llamar el síndrome de la desconfianza. El círculo del poder se va haciendo cada vez más estrecho, los compañeros de la primera hora van siendo eliminados o dejados de lado progresivamente (son siempre los más sospechosos para el autócrata porque son sus iguales), los «confiables» van siendo cada vez más mediocres, obsecuentes y adulantes.
Es paradigmático de este síndrome de la desconfianza el modo como Stalin se deshizo de toda la vieja guardia bolchevique. Mao Ze Dong hizo lo propio con buena parte de los héroes de la Gran Marcha y de la toma del poder.
¿Dónde está la mayoría de los comandantes de la Sierra Maestra cubana y los políticos e intelectuales del «llano» que tanto pesaron en el desenlace antibatistiano? El autócrata no confía en nadie.
Uno de los secretos de su poder, que no se sustenta en el debate democrático sino en la fuerza, es precisamente eliminar, política o físicamente, a todo aquel en quien intuya, con razón o sin ella, un posible rival.
Chávez, desde que le dio por atornillarse en el poder para siempre, ha venido desarrollando con mucha fuerza el síndrome de la desconfianza. Dos hechos recientes son muy elocuentes en este sentido. El primero de ellos es la inefable Ley Anti Talanquera; el segundo, la creación de la Milicia Nacional Bolivariana.
La Ley Anti Talanquera es, obviamente, una ley contra el PSUV. Es el cerrojo autoritario que pretende bloquear toda posibilidad de disidencia en el grupo parlamentario chavista. En la Asamblea Nacional son visibles las dos grandes corrientes que atraviesan al PSUV: los «civiles» y los «militares» y las contradicciones entre ambas son inocultables y acerbas. El primero está dirigido y controlado, desde fuera del Parlamento, por Elías Jaua y es el que ha logrado, por ahora, manejar el poder parlamentario chavista. El segundo se nuclea en torno a Diosdado Cabello. Dicen controlar 42 de los 98 diputados del PSUV y sin embargo Cabello no pudo coronar su aspiración a dirigir la AN, ante la rotunda negativa de Chávez de entregarle semejante poder. El capo zanjó la disputa entre «militares» y «civiles» optando por el neutro Soto Rojas. Basta con ver la ubicación en el hemiciclo de los diputados de ambas corrientes para apreciar quién tiene la sartén por el mango. Mientras las primeras filas están ocupadas por los «civiles», los «militares» han sido relegados al llamado dugout, al fondo de la sala, debajo de las tribunas.
En cuanto a la Milicia, no hay que ser demasiado avispado para percibir en ella la demostración de la desconfianza de Chacumbele hacia la FAN, o, al menos, hacia una parte de ella. La Milicia es su guardia pretoriana, su ejército particular, la que cree quintaesencia de la lealtad; su seguro de poder.
El que quiere mandar toda la vida tiene que pagar el precio de desconfiar hasta de su sombra, porque en el seno de su gobierno no hay debate democrático sino conspiraciones e intrigas. En esos regímenes nadie confía en nadie. La adulancia y el miedo son la única protección frente al síndrome de la desconfianza.