El fomento del “chivato” en Venezuela, por Beltrán Vallejo
Correo: [email protected]
Y dijo Maduro lo siguiente desde el palacio de Miraflores en pleno calor de las protestas populares ante el atropello a la soberanía popular que su régimen cometió el 28 de julio: «¡Háganme la denuncia de los delincuentes fascistas para irlos a buscar! ¡Voy a proteger al pueblo calle por calle, barrio por barrio!».
A partir de ese momento se vive en toda Venezuela episodios de una miseria humana delatora y de chismorreo donde han sido víctimas simples vecinos, activistas políticos, luchadores sociales y líderes comunitarios, desbaratando así el tejido social más eficaz que se fundamenta en la solidaridad.
Obvio que no es novedoso este desmán que está en el manual de todo régimen obcecado con el controlismo político y social para imponer el pensamiento único, y sobre todo en acompañar con un maridaje de complicidad colectiva todos sus delitos y prevaricaciones que ejecuta como Estado represor.
He ahí el caso de la Alemania Nazi, y tomo como fundamento un libro del historiador inglés Frank McDonough intitulado La Gestapo. Mito y realidad de la policía secreta de Hitler, donde se hace un recuento documental basado en los archivos originales de ese organismo, y en donde se reseña una sociopatología de rumores, chismes, paranoias, envidias y acusaciones vecinales cuyos resultados fueron detenciones masivas, no solo de judíos, sino también de disidentes o de simples inconformes con el régimen totalitario hitleriano, donde se delataban hasta homexuales y ni hablar de intelectuales, maestros de escuela, artistas, periodistas, profesores universitarios o cualquier persona cuya cultura o pensamiento político contemplara el rechazo a la locura de Hitler.
Y recalco que el dato más horrible de esta investigación histórica radica en el hecho de que el 80% de las investigaciones de la Gestapo se iniciaron con esas simples delaciones entre vecinos, parientes y hasta compañeros de trabajo; es decir, el horror y la vileza haciéndose pueblo. Después, a ese mismo pueblo le vino un infierno.
*Lea también: Sin cantos de sirenas, por Beltrán Vallejo
Igualmente, lo de Cuba es un ejemplo emblemático del chivatismo totalitario y caribeño. De larga data en el régimen totalitario de esa isla, ahí se instalaron los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) que durante tres décadas hicieron que vecinos por cuadra se organizaran para expiarse entre ellos y en donde se vigilaban las conductas de cada quien, y hasta se espiaba si llegaba un extraño al vecindario y qué reuniones se hacían, y qué hablaban cada quien; es decir, la ojeriza y sospecha sobre cualquier vecino o familiar engrosaban los expedientes de los órganos represores, y se marcaban las casas o las apedreaban, y hasta palizas en las calles y veredas sufrieron esos señalados por la vigilancia del vecindario, además de perder el empleo o la tarjeta de racionamiento.
Esa otrora romántica revolución de los barbudos terminó en el reino de las sospechas, de la intriga y del chivato vecinal o por lugar de trabajo; y el que más sapeaba, le daban un reconocimiento público para agravio y deshonra de la tierra de José Martí.
Hoy, en la patria de Bolívar se quiere sembrar, no el patriotismo genuino y trascendente, sino la cobardía humana, la genuflexión y el fanatismo primitivo cuando hasta simples barrenderas, secretarias de oficinas de la administración pública, militantes de UBCH y demás peleles llegan hasta los organismos policiales para hacer delaciones que alimenten expedientes amañados y sin fundamentos verdaderamente penales o judiciales; incluso, agudizado esto con el fulano uso para el chivatismo de la aplicación VenApp.
El país que está construyendo Nicolás Maduro y su combo es irreconocible; no es la Venezuela de los próceres independentistas ni de todos esos luchadores que forjaron toda una tradición de sacrificio y de civilismo en las encarnizadas batallas contra Gómez, Pérez Jiménez y demás regímenes represivos disfrazados de democráticos. El chivato no es Venezuela. El chivato no es pueblo.