El fondo irreconciliable de las naciones, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Días atrás conversaba con un amigo sobre lo irreconciliable de algunas naciones y cómo, a pesar de los avances que se vive en materia de derechos ciudadanos, que incluye todo lo relativo a la cultura, religión y política, aún persiste el estigma de no soportar al otro, tanto por su presencia como por su pensamiento o costumbre.
En la Historia Mundial Contemporánea se ha hablado mucho sobre situaciones como las del conflicto israelí-palestino, siendo este uno de los ejemplos más notorios y recurrentes en aulas de clase y conversaciones. Una situación en la que dos naciones han luchado durante décadas por el control de la misma tierra y que diferencias religiosas, territoriales y políticas han derivado en que la búsqueda de la solución duradera sea extremadamente complicada.
Pero hay más. La división de la India (1947) dio lugar a la creación de dos estados, India y Paquistán. También las tensiones, junto a persistentes conflictos, empujaron la crisis entre ambos. Las diferencias territoriales y religiosas, especialmente en la zona conocida como Cachemira, han llevado a enfrentamientos y disputas a lo largo de los años. Solo emigrantes de esas naciones, han podido establecer relaciones cordiales y de entendimiento –al menos en apariencia–.
Corea del Norte y Corea del Sur; Chipre e Irlanda del Norte, son otras regiones en donde ha sido muy duro, y casi imposible, la reconciliación. En las primeras las diferencias políticas e ideológicas –además de las ambiciones personales de un solo hombre– continúan levantando la valla irreconciliable entre ellos. Mientras que griegos y turcos se mantienen firmes en sus diferencias, y para la última continua el pulso entre católicos y protestantes.
Ahora bien, hasta ahora vemos que se trata de países conformados, con sus leyes y estructuras de gobiernos. ¿Pero…qué hay de las situaciones internas? Dentro, hay matices que hacen visible cuánto de irreconciliable persiste, lo que es aprovechado en estos tiempos –de mucha información y desinformación– por inescrupulosos dedicados a la tarea de sostener e incentivar las divisiones para obtener el máximo beneficio.
Nos referimos a las divisiones profundas y persistentes dentro de una nación, a menudo a lo largo de líneas étnicas, religiosas, políticas o culturales. Estas segmentaciones pueden llevar a tensiones y conflictos internos que dificultan la coexistencia pacífica entre ciudadanos y la estabilidad en un país.
Volviendo a lo contemporáneo de nuestra historia en cuanto a los conflictos internos, lo más próximo fueron los étnicos y territoriales por los que transitó la antigua Yugoslavia después de su desintegración en 1990. Serbios, croatas y bosnios acabaron en violentos enfrentamientos, y en última instancia a la separación de varios estados independientes, para tratar de resolver a su favor. Y aquí, a nuestro lado, lo vivido por décadas en la hermana república de Colombia con enfrentamientos entre grupos guerrilleros, paramilitares y el gobierno.
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Para cada uno de los ejemplos citados, hay elementos muy comunes y el más evidente ha resultado la diferencia política –aunque lo religioso le sigue los pasos–. Ese empeño por demostrar al otro que está equivocado, pero bajo los registros de la violencia en todas sus manifestaciones: armas, palabra, imagen, es lo predominante. No es la razón, es la imposición, lo que mejor se utiliza.
Hoy en día, más de una nación se encuentra en plena exacerbación de la diferencia o división en cuanto a ideas y política, apalancada por mentes que solo obedecen a sus intereses personales y otras mentes de fácil manipulación. Los aprovechados, con sus agendas ocultas y silentes, acuden a la mentira, desinformación y confusión, para fertilizar el odio entre los mismos coterráneos.
Bastará una propuesta o una simple y aparente e inofensiva ilustración, para sembrar la discrepancia y el desacuerdo que, al fin y al cabo, solo mantiene el estado de las cosas sin alteración alguna.
Cualquier instrumento político o social que se utilice para salir de los conflictos, si no reúne los requisitos divisorios, por muy extremos que sean, es desalentado y desechado. Al fin y al acabo lo que mantiene en la actitud de antípoda con el otro, es lo que fortalece –pero al que sobrevive por la división–. Es, en suma, el fondo de lo irreconciliable de tantas naciones.
En el mundo, y mucho más en Venezuela, necesitamos hacer un esfuerzo por entender que la superación de estas divisiones –políticas y religiosas, sobre todo– a menudo requiere esfuerzos de reconciliación, justicia transicional, diálogo nacional y el compromiso de abordar las causas subyacentes de las tensiones. La resolución de la división interna es fundamental para lograr un entorno en el que todos los ciudadanos puedan vivir en paz y prosperidad.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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