El fútbol y la gloria, por Teodoro Petkoff
Atila aprecia tanto a Robert Mugabe, el sátrapa de Zimbabue, que no pierde ocasión de recibirlo y elogiarlo e incluso, en máximo gesto de amistad, le regaló una réplica de la espada del Libertador. En cambio, jamás en su vida ha mencionado a Nelson Mandela. Este no existe para Atila. Es una interesante contraposición, por todo lo que revela. Atila se siente a gusto con su homólogo de Zimbabue porque comparte con él la misma concepción del mundo y del mando, cosa que no ocurre con Mandela. Mugabe se ha eternizado en el poder desde hace casi treinta años, durante los cuales ha implantado un apartheid al revés, contra la población blanca. Mandela ganó las elecciones, después de 28 años de prisión, y cumplido su mandato, que significó el fin del apartheid, ni siquiera le pasó por la cabeza la idea de la reelección. Mugabe destruyó literalmente la economía de su país y Mandela presidió la emergencia de una de las más vibrantes economías del mundo. Robert Mugabe es un dictador despreciable, Nelson Mandela un admirable demócrata. Se comprende, pues, por qué Atila se siente cómodo con Mugabe y, por el contrario, Mandela le produce urticaria.
La celebración del Mundial de Fútbol en Sudáfrica es un homenaje a una de las más notables experiencias políticas del siglo XX: la reconciliación de las dos comunidades que componen el país, la blanca y la negra. Durante décadas, los gobiernos de 4 millones de afrikaaners blancos mantuvieron un odioso régimen de segregación contra 40 millones de africanos negros. La lucha de estos –con la ayuda del mundo entero, que había aislado a Sudáfrica– condujo a la liberación de Mandela y al proceso que enterró definitivamente la discriminación racial, llevando a la presidencia del país a Mandela. Entonces se produjo el milagro.
Nelson Mandela comprendió que años de humillación y explotación no podrían ser superados, ni en el alma de los negros ni en la de los blancos, si ambas comunidades no se asumían como parte de un mismo país, que se quedaría sin futuro si esa reconciliación no se producía. De una nación polarizada, mediante un esfuerzo lleno de sensibilidad y tino político y también de astucia y energía, Mandela hizo una comunidad única en el breve lapso de cuatro años. Contra todas las expectativas, que predecían una ruinosa y tal vez sangrienta confrontación entre negros y blancos, Madiba –como lo nombran con respeto y cariño sus compatriotas–, con muy larga mirada de visionario, utilizó un evento deportivo, que antes era también expresión de la división de la nación, para unificar ésta y darle un sentido de pertenencia a todos sus componentes.
Desde mañana y durante un mes, el mundo entero estará pendiente de Sudáfrica. La presencia de Madiba en el estadio será la apoteosis de uno de los más grandes políticos y humanistas del siglo XX. El rugby era el deporte de los blancos y el fútbol el de los negros, pero hoy los surafricanos se reconocen en ambos. Es un hecho que trasciende lo meramente deportivo. Es el reconocimiento del Otro, para que sean posibles la paz, el progreso y la vida civilizada.