El futuro en manos de la estrategia empresarial, por David Somoza Mosquera
En el jazz la improvisación –esa que se conoce como el arte de crear y ejecutar música que previamente no ha sido escrita y que surge de manera espontánea– es celebrada, aplaudida, pero en los negocios es una práctica que se procura evitar a toda costa.
La improvisación es uno de los principales enemigos de una empresa. No se puede pretender que sea exitosa si las decisiones que toma y las acciones que implementa lo hacen sobre la marcha, según se vayan presentando las oportunidades y las amenazas.
Es fundamental para una compañía definir con claridad, y sin improvisación, qué hacer y cómo hacerlo en función de su misión y visión. Con esto quiero decir que para que alcance de forma eficiente los objetivos que se ha trazado debe contar con plan estratégico, una suerte de hoja de ruta que además de facilitar la toma de decisiones acertadas, sirva como punto de referencia para medir el éxito o fracaso.
Poseer una estrategia empresarial, a mi juicio, trae grandes beneficios, pues contribuye a optimizar los resultados del negocio. ¿Cómo? Ayuda a descubrir oportunidades que aportan al mercado un valor único, en otras palabras, identificar ventajas competitivas que son sostenibles en el tiempo y representan la base del éxito.
También les permite a las compañías detectar con mayor facilidad las fallas para estar mejor preparadas ante posibles crisis, tener mayor control de los riesgos y mayor asertividad al momento de tomar decisiones importantes.
Sin embargo, desarrollar una correcta estrategia no es una tarea sencilla, se necesita tener un conocimiento amplio y profundo de la empresa para valorar sus recursos y determinar cuáles son los puntos fuertes y débiles. Y esto debe hacerse a través de una visión objetiva y realista de la compañía, de lo contrario no tiene sentido y se habrá perdido todo el esfuerzo.
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La estrategia empresarial supone, además, un punto de unión entre la planificación y la ejecución, lo cual es importante. No basta con elaborarla, hay que cumplir con otras fases: transmitirla e implementarla. Formalizar la estrategia es clave porque ayudará a que sea conocida por el personal, permitirá un proceso de revisión de las acciones planteadas y facilitará el análisis de la actividad empresarial.
Por supuesto, la intención no puede ser dejar la estrategia a su libre albedrío una vez implementada. Su desarrollo es un proceso continuo, sobre todo cuando el mercado se ha vuelto más complejo e impredecible, por lo que es fundamental para la empresa llevar un control constante y tener la capacidad de corregir oportunamente lo que sea necesario.
Así, la estrategia empresarial fija las líneas de acción que determinarán el futuro de una compañía, teniendo siempre presente que “ayuda a aprovechar las oportunidades, hacer frente a las amenazas, reforzar las fortalezas y disminuir las debilidades”.