El futuro probable, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
«Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado».
Miguel de Unamuno
Durante el año 1964 unos 100 investigadores de diversos países, conocidos por sus aportes a las ciencias y las enseñanzas opinaron en la revista New Scientist sobre lo que sería la evolución probable en los próximos veinte años, con la finalidad de hacerle un guiño a George Orwell con su famosa novela.
En este concierto de destacados pensadores, se abordan los temas más disímiles pero que de alguna manera preocupan a la humanidad en su conjunto y ellos se atreven incluso, a temas que se circunscriben a áreas específicas del globo terráqueo, de manera que África, Asia, Europa, América Latina y Norteamérica desfilan en aquel abordaje de una nave que aterriza en 1984.
La mayoría de los autores sostiene que veinte años es tiempo suficiente para ver la aplicabilidad de los hallazgos científicos. Es solamente el paso de una generación, para vaticinar a partir de las tendencias constituidas. En fin, que en ese compendio desfilan, los más variados tópicos, desde las naves espaciales y los robots en las fábricas y hospitales hasta los artilugios que aliviarían las funciones domésticas y las comodidades y diseños de las ciudades en las cuales viviríamos.
Penguin Books hace en 1965 la publicación The World in 1984, bajo la coordinación del físico Nigel Calder.
En esa constelación de brillantes cerebros, la única estrella venezolana es Tobías Lasser, con el título de Tierra y Escuelas: El Gran Desafío, donde se introduce de lleno en el problema del desarrollo de América Latina y por supuesto se detiene en Venezuela. Allí sostiene que la posibilidad de bienestar en los habitantes de estas latitudes depende de factores físicos y culturales, apuntando que, entre los primeros, un factor sobresaliente es la tierra y que sin el desarrollo agrícola no será posible el desarrollo industrial.
A él le llama la atención que para aquel momento el 54% de la población estuviera integrado por personas menores a 19 años y en ese sentido, clama por hombres con experiencia para desenvolver y manejar nuevos desarrollos y empresas educativas y además se detiene en la necesidad de las escuelas técnicas, a fin de que la mano de obra calificada aparezca impulsando el desarrollo agrícola y una industria fundada en la ciencia.
En todo caso, ya han transcurrido tres generaciones y hemos podemos constatar que fue vencida una pandemia, y a la vez se mantiene abiertamente una guerra de colonización. Además, recientemente hemos visto arder la más importante biblioteca de Marsella en Francia a manos de quienes no ven ningún interés en ella.
Es cierto lo zigzagueante del camino de la humanidad, pero la ciencia, desde su aparición ha acompañado el proceso de hominización y así será por los siglos de los siglos.
El cuento es que, a la muerte de nuestro padre, heredamos el hato o Fundo llamado El Crisol y mis tres hermanos y yo, con la anuencia de nuestra madre, nos negamos a venderlo. El fundo se encontraba productivo y los cuatro hermanos ya profesionales, contábamos con ciertos ahorros para enfrentar cualquier eventualidad o sorpresa en aquel proyecto sobre el cual estábamos convencidos de lo saludable que sería ese ejercicio de administración, en tanto que éste a su vez ampliaría nuestro horizonte en el trayecto familiar y social.
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La administración fue meticulosa bajo la observación atenta de nuestra madre y de una que otra recomendación que habíamos asimilado de nuestro padre.
Al cierre administrativo del primer año quedamos lo que los jugadores de ajedrez llaman tabla de manera que no cundió el desánimo, sobre todo en nuestras respectivas parejas ya que buen tiempo de las ocupaciones del llano lo disminuíamos del ocio obligatorio en la familia.
El segundo año vimos las pérdidas evidentes, las “culebras” se amontonaron en nuestras tierras para acabar con cuatro caballos, por otra parte, en dos visitas a la Guardia Nacional por la pérdida de unos novillos, aquello parecía una visita de cortesía que a nuestro juicio no tendría ningún resultado.
Pese a una buena venta de mautes, el dinero se fue en gastos para las reparaciones, particularmente en los potreros los cuales por una extraña razón siempre ameritaban reparación bajo la excusa de que los novillos inquietos destruían las cercas por lo cual yo hacía el chiste de que debíamos mezclar Procaz en el pasto de pangola a fin de tranquilizarlos.
La cuestión fue el tercer año, cuando en una visita a la sabana encontramos el cuero y la osamenta de uno de los toros padrotes el cual había sido comprado de un lote de ganado fino traído de Costa Rica, y que yo en son de chercha le había puesto el nombre de Jung.
Hasta aquí nos trajo el rio fue la expresión de cada uno de mis hermanos. El fundo se vendió y no volvimos a saber de él hasta que mi madre cumplió los 90 años. Por tal motivo organizamos un regreso al pueblo de Puerto de Nutrias, donde ella había nacido y permaneció hasta los once años, y al cual no había regresado desde su salida. De manera que aquel suceso fue planificado con amor y minuciosidad, incluyendo la filmación un corto cinematográfico sobe esa emotiva actividad.
Partimos desde la casa de mi madre en el Junquito y en el trayecto entre Barinas y Apure realizamos algunas paradas y visitas a familiares. En la ruta a Guasdualito yo convencí a la pequeña caravana de detenernos en El Crisol. Habían trascurrido 25 años de la venta y para nuestro desaliento lo que presenciamos fue un cascarón de casa donde habían desaparecido techo, ventanas y puertas. El molino había sido desmontado y del potrero mas cercano a la casa no quedaban ni cercas ni talanqueras y apenas el botalón, como un tótem en medio de aquella ruina se mostraba erguido y arrogante.
Habían transcurrido cinco años de la llegada de los que vendían patria en todos sus discursos y ahora administraban por la fuerza su desastroso resultado: la ruina nacional.
Ciertamente aquello no era nuestro vaticinio, pero aquel panorama de tierras desoladas me recordó el texto de Tobías Lasser, sobre el rumbo de una sociedad en plena transformación por el camino equivocado.
Solo eso quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en psicología y profesor titular de la UCV.
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