El gentilicio caraqueño, por Guillermo Durand
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Si existe algo extraordinario y cautivante en la historia de nuestra ciudad es que jamás nos llamamos santiaguenses sino caraqueños.
Efectivamente, lo que sirvió de insignia o seña de identidad a los habitantes de la ciudad de Santiago de León no fue, precisamente, la eminencia del nombre de su patrono mayor, el reverenciado apóstol Santiago, sino el topónimo que identificaba a una pequeña comunidad tribal en el punto más occidental del litoral central llamada Caraca, cuyo nombre le serviría a los conquistadores españoles para identificar a todas las diversas etnias que ocupaban la inmensa región costera montañosa que sería conocida posteriormente como provincia de Caracas.
De modo que el etnónimo Caracas se convirtió, desde los primeros pasos del proceso de conquista, en un topónimo que no solamente va a identificar una diversidad de pueblos aborígenes y una vasta región, también alcanzará prontamente un prominente significado histórico al servir de referente geográfico para el establecimiento de una ciudad que estaría llamada a ocupar el papel más relevante de nuestra historia, al servir de capital tanto de la Venezuela colonial como republicana desde el siglo XVI hasta nuestros días.
Según los especialistas en toponimia y lingüística, el significado de la voz Caracas no está bien determinado, aunque se trata de una planta o pira de hojas largas y muy común en la región.
El ilustre Alexander von Humboldt en su estadía en la ciudad, a principios del siglo XIX, la clasificó científicamente como Amarantus Caracasanus.
Los siglos XVIII y XIX son precisamente los tiempos en que el término Caracas comienza a adjetivarse para darle inequívoca identidad a todo aquello que es o está en la ciudad.
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En los libros de acuerdo del Ayuntamiento, se lee en sus infolios: «En esta ciudad de Caracas» son muchas las instituciones públicas que también llevan su insignia: Universidad, la Real Audiencia, el Real Consulado, el Arzobispado llevan el distintivo del gentilicio Caracas, lo que hace evidente que la ciudad se había dejado de intitular Santiago de León y se llamaba Caracas a secas.
A partir de la formación de la Junta Suprema de Caracas en los sucesos del 19 de Abril de 1810, aparecerá un nuevo elemento distintivo de identidad, el adjetivo o mote de Caraqueño, que servirá de acicate ideológico y poderoso instrumento de promoción para alentar la causa de independencia.
El Libertador Simón Bolívar fue el primero en darse cuenta de la importancia del manejo del adjetivo de caraqueño cuando dio a conocer, el 15 de diciembre de 1812, su primer documento de envergadura de su pensamiento político: Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño, también conocido como El manifiesto de Cartagena.
En una elocuente carta dirigida al Gral. José Antonio Páez en 1825, le decía: «Mil leguas ocuparán mis brazos, pero mi corazón se hallará siempre en Caracas: allí recibí la vida, allí debo rendirla; y mis caraqueños serán siempre mis primeros compatriotas. Ese sentimiento no me abandonará sino después de la muerte». Así quedaba fundido el gentilicio con el adjetivo que la ciudad lleva desde antes de su fundación: Caracas y caraqueño.
Guillermo Durand es el VI cronista de la ciudad de Caracas
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