El Gobierno de Rico McPato, por Teodoro Petkoff
Con Carbono 14 habría que buscar la especie extinguida de la cual son restos arqueológicos algunas de las organizaciones juveniles que asistieron al Festival. Juventudes Comunistas de partidos del mismo nombre que apenas respiran; representantes del siniestro despotismo asiático de Corea del Norte, entonando cánticos a Kim Il Sung -quien de presidente vitalicio pasó, tras su muerte, a presidente eterno de su desgraciado país-, y a su heredero en el trono, Kim Il Jong; muchachos y muchachas de cuanto grupúsculo ultroso existe en el mundo y, por supuesto, la inmancable delegación cubana, cuyo patriarca, en el otoño de su vida, ya ni se molesta en disimular lo que antes no fue un rasgo prominente de su régimen pero ahora lo es: el repugnante culto a la personalidad, de macabra matriz staliniana.
Eso fue el Festival; un costoso revival nostálgico de un mundo que desapareció y que ya no le dice nada ni a los jóvenes ni a los viejos luchadores sociales de estos tiempos, que no es precisamente en el marxismo-leninismo donde buscan inspiración. Todo parecía un set de filmación de «Good Bye Lenin», con Chávez y los cubanos empeñados en hacer vivir a sus invitados la ficción de que nada ha pasado y que las añejas certidumbres que proporcionaba la existencia de la Unión Soviética siguen vivitas y coleando.
¿Por qué Chávez acepta asociarse al recuerdo de la más brutal y criminal experiencia totalitaria que haya conocido la humanidad, además de la hitleriana? De la experiencia soviética no hay nada que rescatar y, a pesar de ello, el gobierno venezolano recupera uno de los más famosos instrumentos de propaganda del imperio soviético, los festivales juveniles. Fueron un típico producto de la Guerra Fría y un eficaz mecanismo de manipulación propagandística.
Todo indica que han sido los cubanos quienes convencieron a Chávez de asumir esta antigualla, olorosa a naftalina, con protagonistas estereotipados, de la cual lo más probable es que ni siquiera hubiera oído hablar antes. Pero le sobra la plata y puede pagarse esta gigantesca operación de relaciones públicas.
Nos gobierna Rico McPato, el personaje de comiquitas, el tío multimillonario y manirroto del pato Donald. ¿Qué este show ad majorem Chávez gloriam cuesta 20 mil millones de bolívares? Vamos a dale, dice Rico McPato, que el petróleo venezolano pasó de 50 dólares. Los turistas de la revolución pueden contar con la inagotable chequera venezolana. Esta da para eso y para comprar bonos de deuda argentina y ecuatoriana así como para crear empleos en los astilleros de Argentina y de España. Cada vez que Chávez viaja por América Latina, los presidentes se frotan las manos. ¡Saquen la mascota, que aquí viene el más grande pitcher de estos pagos! Uribe, con socarronería paisa, dijo que emitiría unos “bonitos” a ver si Chávez se los compra. Lo que no se entiende es por qué no hay plata para la radioterapia de los hospitales caraqueños. Es lo que llaman oscuridad en la casa, candil pa’ la calle. Por cierto que los festivales no le sirvieron de nada a la URSS: igual se desplomó. La horrible realidad enmascarada por estos shows al final pasó su factura.