El Grinch bolivariano, por Rafael Uzcátegui
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Las festividades navideñas venezolanas fueron las más generosas de la región, gracias a los ingresos petroleros que disfrutó el país durante mucho tiempo. Si en algo es evidente en la profunda intervención y destrucción del tejido social promovida por el chavismo realmente existente entre nosotros, es en la manera en que celebramos el final de cada año.
Si por el nombre de cultura conocemos al conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, que posee un grupo social, coincidiremos que la cultura venezolana del siglo XX, con sus luces y sombras, fue modelada por la renta petrolera. Aunque el sesgo de negatividad nos llevó a ser hipercríticos con el «excremento del diablo», en contraparte muchas de los elementos positivos de la cultura venezolana fueron posibles, entre otras cosas, por el entramado y calidad de relaciones sociales que estimuló la producción de hidrocarburos. Un ejemplo de ello fue la «Navidad venezolana» que disfrutamos en su momento quienes hoy tenemos más de cuarenta años, que cuando se comparaba con las festividades de nuestros pares de la región, era de un particular despliegue e intensidad.
Usualmente uno pierde la perspectiva y cree que la «normalidad» que conocemos, por vivirla durante mucho tiempo, es la cotidianidad de los demás. Hace algunos años atrás, conversando con una colega defensora de derechos humanos colombiana, llegamos a los recuerdos de Navidad. Ella me contó que su padre, quien había trabajado durante años en un ministerio colombiano, nunca se había ganado la única cesta de navidad que la institución rifaba en la fiesta de fin de año. El contraste fue inmediato. En la Venezuela petrolera, aunque había cestas navideñas mejores que otras, usualmente todos los empleados públicos regresaban a casa con una.
Aunque el discurso polarizador del chavismo, desde «los pobres en Venezuela nunca habían comido pan de jamón» de Iris Varela, hasta la cínica campaña de Roberto Malaver contra el «consumismo navideño» –dicho por uno de los publicistas estelares de la IV República–, lo cierto es que el conjunto de modos y costumbres que configuraron la navidad venezolana fue un particular sincretismo entre la hegemónica religión católica, la economía e influencia simbólica del enclave petrolero y los mecanismos de ascenso y bienestar social implementados por la democracia.
Aquellos festejos magnánimos, posibles también por los logros gremiales de un sindicalismo promovido desde el Estado, incluían montos considerables de bonificaciones de fin de año, que permitían a las masas asalariadas hacer de diciembre un período de alto nivel de gasto y consumo, compras que estaban limitadas durante los restantes once meses del año.
Aquellos aguinaldos, pero también un denso tejido de relaciones sociales comunitarias e igualitaristas, permitieron aquellas navidades espléndidas de la Billos y los Melódicos (y si me permiten, también de Pastor López), del amigo secreto y los intercambios de hallacas y regalos, de las patinatas y misas de aguinaldo, de los estrenos de 24 y 31, de las decoraciones luminosas, pomposas y extrovertidas, de ventanas y portones de hogar y finalmente, de ese período festivo y de tregua que nos dábamos los venezolanos durante los finales 31 días del año.
El chavismo, atacado de su particular delirio ideológico, erosionó conscientemente la Navidad y todas las tradiciones asociadas a ella. En el fondo, el objetivo era destruir todos los lazos de vinculación entre las personas, independientes y autónomos, que no pasaran por el Estado y su autoridad central.
La destrucción del salario y sus diferentes componentes, incluyendo los «aguinaldos» –que le daban sustrato material a las festividades que conocimos–, no debe entenderse como la consecuencia de «malas» decisiones económicas, sino de una deliberada decisión política.
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Es cándido pensar que el chavismo, que no podía configurarse de otra manera sino como finalmente lo hizo, perdió la oportunidad, bajo su visión nacionalista, de fortalecer tradiciones folklóricas como los pesebres artesanales o las paraduras del Niño. A los interesados, les recomiendo leer el reportaje «El cuatro venezolano made in China», de Armando.info, sobre cómo la corrupción estructural del bolivarianismo optó por debilitar a quienes realizaban instrumentos musicales artesanales dentro del país, esos que durante mucho tiempo protagonizaban las parrandas, gaitazos y celebraciones de un país que era ajeno a todo lo que le iba a deparar el futuro.
Rafael Uzcátegui es sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (Gapac) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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