El Guason, por Teodoro Petkoff
El bachiller Mujiquita se confesó provocador de oficio en una entrevista publicada ayer en El Universal. Con una impudicia rayana en la obscenidad, admitió que en su rol de celestino de Ño Pernalete ha creado situaciones conflictivas donde no las había y que para tal fin, como todo provocador que se precie de tal, no ha vacilado en mentir, en tergiversar y en manipular hechos y situaciones para sacar de sus casillas a los opositores. Ya sabemos, pues, que nada de lo que dice es creíble porque es un embustero profesional, como todo provocador. Ya se sabe que la confesión es la reina de las pruebas. Por lo tanto, no hay que pararle bola. Aunque, viéndolo bien, si es un embustero, entonces cabe la posibilidad de que también haya mentido cuando se atribuye la condición de Gran Provocador, de manera que de ese revelador y cruel autoretrato psicológico lo que surge es un personaje que se jacta precisamente de lo que no tiene. Se cree Maquiavelo y no es sino Mujiquita.
Pero, la oposición haría bien en tomar nota de sus palabras y tratarlo como lo que él mismo dijo que es: un provocador. No hay que tomarlo en serio. Se le podría decir: usted tiene razón, pero poca y la poca que tiene no vale nada. Si afirma, por ejemplo, que ya no hay tiempo para el referendo revocatorio, hay que saber que está diciendo una pendejada.
Eso no depende del gobierno. Pero, además de no tomarlo en serio, no hay que caer en las provocaciones.
El gobierno tiene interés en un clima permanente de conflictividad y de tensión política. Eso es lo que le permite mantener la desfalleciente cohesión de sus cada vez más raleadas filas. El gobierno tiene interés en acentuar la polarización política y social, por aquello de “a los tuyos con razón o sin ella”. El gobierno tiene interés en tender una cortina de humo sobre su pésima ejecutoria y sobre el desastre económico y social que la acompaña. Para eso nada mejor que distraer al país con los zafarranchos políticos.
Vale la pena, pues, pasearse por la necesidad de no ceder a la tentación de jugar en el tablero del gobierno.
O sea, de no caer en provocaciones. Estas no tienen otro objetivo que inducir al error. En una encuesta reciente, la muestra culpa, en porcentajes casi idénticos, al gobierno y a la oposición de las calamidades que padece el país. Es un dato ante el cual vale la pena detenerse, porque habitualmente, para los venezolanos la culpa de todo la tiene el gobierno. Que la oposición aparezca cargando con tantas culpas como el gobierno revelaría que su desempeño no satisface al soberano. Los errores se pagan.
Es evidente que cuando Rangel dice que ya no hay tiempo para el revocatorio está lanzando una provocación.
Ya él dijo que esa es su especialidad. Guerra avisada no mata soldados. A esta nueva invitación al conflicto artificial, a esta patada de ahogado, no hay que pararle.