El hábito de la solidaridad, por Rafael Uzcátegui
Twitter: @fanzinero
La tragedia humanitaria del coronavirus nos ha desbordado en los últimos días. Debajo del drama de enfermos y fallecidos, las personas cooperan entre sí para la recuperación de la salud de los necesitados, escapando del control gubernamental y prefigurando la Venezuela del mañana.
Una de las consecuencias positivas de la renta petrolera en nuestro país es que, a diferencia de muchos de nuestros vecinos, los venezolanos tuvimos las condiciones materiales suficientes para ser generosos y desprendidos, lo que generó una cultura de solidaridad que pasó a formar parte de nuestro gentilicio y de la cual nos enorgullecimos durante mucho tiempo.
El concepto de habitus, desarrollado por el sociólogo francés Pierre Bourdieu, nos puede ayudar a conversar sobre el venezolano solidario que fuimos. El habitus sería un marco de comprensión de la realidad, a través del cual las personas perciben el mundo y actúan en él. Socialmente estructurados y compartidos, son parte de la historia de cada sujeto debido a que forma parte de la «normalidad» en la que se desarrolla. Por eso, un grupo de individuos situados en un espacio y tiempo similar, tendrán la tendencia a tener comportamientos similares.
Los ciclos de bonanza petrolera que se vivieron antes de 1998 posibilitaron que, en relación al promedio latinoamericano, los venezolanos —independientemente de su clase social— fuéramos una población de alto consumo, lo que sumado a la noción igualitarista que también estimuló el «excremento del diablo», cimentó una manera de vincularnos con otros venezolanos que contenía una buena dosis de cooperación y apoyo mutuo. Cuando éramos convocados respondíamos con entusiasmo.
Otro ejemplo serían las festividades de fin de año que tuvimos por décadas, con excesos y desprendimiento magnánimo durante más de una quincena, impensable en la Colombia, Perú o Ecuador de esos años.
Este tejido asociativo informal fue el que precisamente el autoritarismo necesitaba intervenir y sustituir, progresivamente, por organizaciones estadocéntricas y militarizadas. No solamente fue clave destruir los vínculos autónomos que los ciudadanos establecieron entre sí, sino la propia idea de que eran parte de una comunidad, con raíces, historia, tradiciones y una visión compartida tanto sobre lo que era Venezuela como lo que significaba ser venezolano, que en otros textos hemos descrito como «daño antropológico«. El proyecto para asegurar la sumisión y el poder infinito es la separación y la estatización de la vida cotidiana.
Afortunadamente, los viejos «habitus» no pudieron ser completamente sustituidos por otros nuevos, como quisiera la vocación totalitaria del chavismo.
Aunque seriamente lesionados por la socialización de la desconfianza, la crisis económica y la emergencia humanitaria compleja —llevada al paroxismo por la pandemia—, la cultura de la solidaridad venezolana no ha podido ser erradicada por completo ni transformada en la entrega sumisa al poder de turno. Esto es lo que queremos destacar.
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En estos días de catástrofe sanitaria por el covid-19, cuando estamos abrumados por la cantidad de conocidos y familiares enfermos y fallecidos, sin ninguna política pública coherente para el resguardo de la salud de la población: a pesar de todo, y contra todo pronóstico, seguimos siendo solidarios con otros venezolanos, cuando es de extrema necesidad el cuidarnos entre nosotros y nosotras.
Un ejemplo evidente es la cantidad de crowfundings y peticiones de apoyo por redes sociales. Una buena parte de ellas, por no afirmar que la mayoría, logran recaudar la totalidad o una importante suma de lo solicitado.
Sobre esto tengo un ejemplo cercano. Cuando mis tíos Rafael y Elizabeth enfermaron de coronavirus, la familia organizó una rifa: los 300 números se vendieron en 24 horas, muchos números adquiridos por personas desconocidas. Si bien hay casos como los del animador Dave Capella, en la que se pone en duda la petición de ayuda, son los menos. Y los que precisamente evidencian el grado de separación y sospecha que el autoritarismo desea para mantener su dominio. Y no es la primera vez que ocurre en tiempos recientes. En el momento más álgido de la escasez de medicamentos, las redes sociales conectaron a personas desconocidas entre sí, donde una parte de ellas donaba o facilitaba el fármaco requerido.
La solidaridad, como un músculo, también puede ejercitarse para ser aumentada.
Pongámoslo en los siguientes términos: cada vez que usted, por decisión propia, le lleva un plato de sopa a un vecino enfermo, aporta en una colecta para restablecer la salud de otro, redifunde por sus perfiles de redes sociales peticiones de apoyo y realiza cualquier actividad para alguien que lo necesita, escapa de la estatización impuesta por la dictadura y fortalece la autonomía de una sociedad que ahora debe cuidarse a sí misma para sobrevivir y mañana lograr la transición a algo diferente.
En estos momentos, la solidaridad horizontal con otros es un acto político de resistencia, que permite crear los espacios de confianza que los venezolanos necesitan para reencontrarse, libres, consigo mismos. Ese músculo, tonificado y aumentado en sus capacidades y posibilidades, será imprescindible para reconstruir la Venezuela del mañana.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo. Coordinador general de Provea.
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