El Hamlet de Daniela Alvarado suena a salsa baúl
«Ser o no ser», ese es el dilema -o la cuestión (dependiendo de la traducción)- que se plantea todo montaje de Hamlet, la clásica pieza de William Shakespeare. ¿Hacerla como una representación clásica? ¿Modernizarla? ¿Si se hace eso, queda bien? ¿Qué hacemos con el lenguaje? ¿Qué tanto se puede adaptar esta pieza, especialmente luego de 419 años desde su estreno?
El director José Manuel Suárez decidió tropicalizar la versión de Hamlet que adaptó. Dinamarca se convierte entonces en un reino donde las capas y las espadas comparten escena con bailes de salsa, meneos de merengue y la eventual robustez de las piezas académicas del repertorio sinfónico. De «Marejada feliz» de Roberto Roena, a «Nessun Dorma» de Puccini.
El vaivén del repertorio activa a la audiencia de Caracas, y busca acercar el relato. Pero deja en cambio un espectáculo ausente de consistencia. Optar por repertorio clásico tiene ese peligro: quien lo escucha y reconoce irá a la fuente primaria de exposición, sea Turandot, Pavarotti y sus amigos o Misión Imposible: Rogue Nation, dependiendo del individuo. Entonces por un momento el espectador saldrá de la sala Rïos Reyna del Teatro Teresa Carreño para recordar y luego, en algún momento, volver.
El espectáculo de Suárez opta por garantizar la atención optando por la comedia más que por la tragedia. Los puristas lo percibirán como traición al espíritu original de la pieza. Para ello se sirve de la interpretación de Carmen Julia Álvarez, que evidencia se divirtió haciendo a Polonio; el desparpajo de Carito Delgado o los intentos de malandrear tanto a dos sepultureros hasta restarles todo peso dramático.
Además, el trabajo de los 22 músicos de la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, dirigidos por Elisa Vegas, es encomiable. Ofrecen una cuidada interpretación de un repertorio que busca mantener a los espectadores atendiendo a lo que se supone es una tragedia mientras mueven los piecitos. Una fórmula que funciona.
En el ensayo general, que fue una presentación casi de puerta franca y a sala llena, hubo risas pero ninguna lágrima (excepto las de Daniela Alvarado antes de bajar el telón). En las funciones posteriores también, aunque con menos hilaridad.
Hamlet, la experiencia, que cierra su temporada con dos funciones este domingo 12 de junio luego de tres días de éxito en asistencia, aprovecha todas las posibilidades del escenario de la Rïos Reyna. La escenografía cambia frente a los ojos del público gracias a la ingeniería del lugar, la iluminación y las proyecciones, que convierten a un decorado en múltiples. Y allí se mueve el Hamlet de Daniela Alvarado en una poderosa interpretación que calibra venganza con sorna mientras el personaje desciende a sus propias oscuridades, como sus ojos cual maquillaje emo.
Son 13 mujeres las que conforman el elenco principal, con 25 actrices más como ensamble. Una reivindicación de esta puesta en escena al arte femenino y una respuesta a las prohibiciones que ellas tuvieron para subir a las tablas en la era isabelina. Alvarado logra su Hamlet -a pesar de trastabilleos-, su madre despunta como Polonio, Varinia Arráiz se luce como Horacio, Claudia La Gatta tiene destellos como Laertes y Elba Escobar domina a plenitud sus diálogos, descubriendo la maldad del Rey Claudio especialmente cuando la prioridad no es bajar el registro vocal para masculinizar la voz.
En paralelo, Nohely Arteaga domina sus escenas, con una estupenda presencia, un vestuario de primer nivel y una importante fuerza interpretativa. Pero es Grecia Augusta quien se lleva el palmarés de los personajes femeninos. La también cantante aprovecha cada espacio que el montaje le permite, y el propio dominio de su voz, para pasar de la dulzura al dolor y a la locura con tanto compromiso como asume la salsa baúl o el canto lírico; hasta descender desde las alturas hasta su sepulcro (con mejor ejecución e iluminación en el ensayo general que en las funciones).
El Hamlet de Clas Producciones es de gran factura, pensado y hecho para un escenario como el Teatro Teresa Carreño. Un esfuerzo que muestra la importancia del espectáculo de grandes dimensiones que aproveche tal infraestuctura, que no abunda en el país.
José Manuel Suárez asumió un reto de gran envergadura, que masticó hasta el último momento (hay detalles en escenas añadidos luego del ensayo general, por ejemplo), y que deja un buen sabor de boca en un público que reconecta con el teatro en estos formatos, a pesar de los constantes fallos de sonido y algunos problemas en la iluminación.