El impacto de la pobreza sobre la ciencia, por Luis Alberto Buttó
Twitter: @luisbutto3
Entre otros datos, el Informe sobre la Ciencia 2021, elaborado por la Unesco, indica que, a escala planetaria, en un período de apenas cuatro años (2014-2018), la cantidad de investigadores científicos se incrementó 13,7%; es decir, un ritmo de crecimiento tres veces superior a la tasa de crecimiento de la población mundial, calculada para el mismo lapso en 4,6%. Ello explica, por ejemplo, que en 2019 la producción de artículos científicos en el mundo resultó 21% superior en relación con la obtenida en 2015.
Mientras eso ocurría allá por la geografía mundial, en Venezuela, en promedio, según reportes propios de las universidades autónomas y de diversos centros dedicados al monitoreo de la educación superior del país, la plantilla de profesores-investigadores se redujo 50% en el último lustro. Perogrullada mediante, la producción científica es el resultado de la labor de los investigadores, en nuestro caso concentrados, fundamentalmente, en las referidas universidades autónomas. En consecuencia, como era de esperarse, de igual manera, la producción científica en Venezuela se redujo cerca de 50% en la última década.
¿Qué ocurrió? Que, en su gran mayoría, los profesores-investigadores se fueron del país. Así de simple, sumaron cifras a la diáspora. En menor escala, muchos de ellos pasaron por el proceso que en estos días suele llamarse de «reinvención».
Para dejarlo en claro, el intragable eufemismo utilizado para decir que magísteres y doctores abandonaron aulas, laboratorios y repositorios documentales, para hacer entregas a domicilio, panadería y/o repostería vendida a través de redes sociales, trabajos de mantenimiento, etc. Todas ellas actividades muy dignas, pero que, al ser asumidas como medio de vida por estos talentos, permite evidenciar el mayor desperdicio de la memoria tecnológica acumulada en el país.
No podía ser de otra manera, pues, aunque hay múltiples explicaciones al respecto, incluyendo, por supuesto, la asfixia presupuestaria a las universidades nacionales que impide el sostenimiento de los programas de apoyo a la investigación, el fenómeno dominante es que los profesores-investigadores del país se han empobrecido de manera abrupta e indetenible y no solo en términos de ingresos. Para decirlo en su justa dimensión: desde la pobreza se busca sobrevivir y no se puede hacer ciencia.
¿Puede caber alguna duda en relación con el planteamiento anterior? Sería un exabrupto plantearla, mas, en caso de abrigarla, piénsese, verbigracia, que al momento en que se teclean estas líneas, el costo de la canasta alimentaria ronda los 300 dólares mensuales y, por supuesto, producto de la más longeva hiperinflación del planeta, no deja de incrementarse con el pasar de los días. Subráyese lo dicho: 300 dólares mensuales solo para la adquisición de 10 rubros alimenticios. Nada que ver con gastos relacionados con vivienda, salud, servicios básicos, transporte, etc.
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Lo anterior hay que contrastarlo con lo establecido en la más reciente convención colectiva aplicada al sector universitario, vigente desde el pasado mes de julio, en la cual, para citar el caso del profesor-investigador mejor pagado (categoría Titular a Dedicación Exclusiva; máximo grado en el escalafón), el sueldo básico gira en torno a los 11 dólares mensuales y el sueldo ampliado, producto de ciertos añadidos como las primas de antigüedad y elementos por el estilo, no supera los 30 dólares por mes.
Del párrafo anterior hay que puntualizar dos cosas. Primero, las cifras presentadas se corresponden con el cambio del día en que se redacta la presente nota. En semanas, obviamente, estarán por debajo. Segundo, no todos los profesores en el grado señalado reciben la totalidad de los añadidos. O sea, no necesariamente la cifra de 30 dólares es la cifra estándar. Claro está, y quizás sea innecesario aclararlo, el resto de los grados inferiores percibe sueldos más bajos y la mayoría promedio de los profesores universitarios no se encuentran en la categoría Titular.
En otras palabras, en el escenario más favorable, el profesor-investigador universitario mejor pagado del país percibe un salario 10 veces por debajo de lo que requiere para comprar la canasta alimentaria.
No extrañan, por consiguiente, los recurrentes llamados de ayuda que desde este sector se hacen a través de redes sociales, sin saber lo que no se publicita. ¿Algo más que agregar? Sí, que como reza la conseja popular, no solo de pan vive el hombre y, en este caso, ni siquiera alcanza para el pan. Ergo, la pobreza hunde a la ciencia.
Luis Alberto Buttó es Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad de la USB.
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