El imperio ataca, por Teodoro Petkoff

El mundo está al borde de otro cambio copernicano. No por la guerra contra Irak sino por la posibilidad de que Bush la desate sin el aval de Naciones Unidas. Si una cosa como esta llegara a ocurrir, el sistema internacional de naciones recibirá una estocada mortal.
De allí en adelante, ¿para qué Naciones Unidas? El sistema creado al calor de la Segunda Guerra Mundial, dirigido a que los pueblos del planeta pudieran ir perfeccionando mecanismos que hicieran cada vez más difíciles las políticas hegemónicas de las grandes potencias, escasamente sobreviviría a la acción unilateral del superpoder norteamericano. De hecho, su existencia, como rezaba aquel viejo chiste macabro, sería tan inútil como la del Angel de la Guarda de la familia Kennedy.
Ya en lo que es a todas luces la recta final de la ofensiva de Bush contra Irak, las presiones del gobierno gringo se han tornado realmente obscenas.
Ayer Colin Powell lanzó contra Francia un chantaje raras veces visto a ese nivel y entre interlocutores de ese calibre, aliados históricos. Dijo Powell que un veto de Francia a la resolución que mañana presentará Estados Unidos ante el Consejo de Seguridad, tendría “consecuencias graves” para las relaciones bilaterales entre los dos países. Si esto se atreve a hacerlo Powell con Francia, que en fin de cuentas, es una potencia mundial, y que en este caso está acompañada en su postura por la otra gran potencia europea, Alemania, así como por Rusia y China, puede imaginarse las presiones a que deben estar sometidos los países más pequeños que hoy integran el Consejo de Seguridad y que han mostrado serias reservas ante la iniciativa estadounidense.
De producirse el veto, añade el secretario de Estado, “Francia no sería valorada favorablemente en numerosas partes del mundo”. ¡Es increíble!
Un gobierno, el de Bush, que está literalmente aislado en el mundo, porque hasta en Inglaterra y España mayorías abrumadoras de sus pueblos repudian la conducta de esos tristes monigotes en que se han convertido Blair y Aznar, ¡piensa que son los otros los que están aislados! Todo lo contrario. La postura francesa (al igual que la de todos los países que se oponen a la aventurera política del cowboy tejano) goza de inmenso respaldo en el planeta.
Nadie defiende el régimen tiránico y criminal de Saddam Hussein. Eso está fuera de discusión. Más aún, es obvio que todos los grandes países que se oponen a Bush lo hacen movidos, en buena medida, por el viejo apotegma inglés: no tienen amigos ni enemigos sino intereses (para el caso, léase en la página 2 el despacho de Le Monde). En esta oportunidad, algunos de ellos, incluso, no son ajenos a los intereses petroleros. Pero, estos países y también, sobre todo, los más pequeños y vulnerables, saben, al mismo tiempo –y este es el punto– que permitir impunemente la acción unilateral de la potencia yanqui es resignarse a aceptar un “nuevo orden” internacional regido exclusivamente por Estados Unidos como policía universal. Sin aviso ni protesto. De ahí en adelante, Bush podrá decir, recordando a Carlos V: en nuestros dominios jamás se pone el sol. Será el poder absoluto. El más grande de la historia. La Pax Americana.