El infierno está en el Saime, por Elizabeth Araujo
Desde que fue designado, en junio de 2018, director del Servicio Administrativo de Identificación Migración y Extranjería, Gustavo Vizcaíno no ha hecho más que explotar una imagen de eficiencia que, incluso dentro del Saime, algunos funcionarios ponen en dudas.
Tú enciendes Venezolana de Televisión y aparece Vizcaíno con su chaqueta y su gorra de jefe siendo entrevistado por periodistas que le lanzan preguntas bombita, mientras el hombre se desvive en autoelogiarse o estrechando las manos de indefensos ciudadanos que han hecho cola desde las cuatro de la madrugada frente a la sede del Saime de plaza Miranda, prometiéndoles resolverles ese mismo día los problemas de pasaportes, renovación de cédulas u otros asuntos legales. Mientras lo hace, con una agilidad que sorprende, las cámaras de VTV recogen el instante de la consagración de Vizcaíno. No es un spot publicitario, pero poco falta para que lo sea.
Vizcaíno entra a su oficina, la cola fluye con relativa rapidez y a las doce del mediodía el director del Saime se sube a su camionetota negra (con el tanque lleno de gasolina, por supuesto) y no aparece más.
A la una de la tarde, los funcionarios militares, que no hicieron el curso de modales, disuelven las colas porque “se cayó el sistema” o “no hay material” para elaborar los documentos.
Por eso es que abundan las quejas de personas que vienen desde Trujillo, como es caso de mi tía Celina, quien ha hecho por tercera vez la interminable cola para ingresar al templo sagrado de Vizcaíno (ayer mi tía tuvo suerte porque cuando se acomodó, el mecatillo limítrofe que ordena la cola iba por el Teatro Municipal) y la rebotan unos guardias groseros y maleducados que les importa nada la edad de las personas que desesperadamente intentan resolver sus problemas de pasaporte por miedo a perder el vuelo que ya han reservado y cancelado.
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Por cierto, quienes ingresan a la fila del mecatillo no pueden salir a tomarse un café ni a saciar una necesidad. La regla militar es que quien se sale pierde. Así, la gente que ha pagado a través del Banco de Venezuela y espera pegada a una pared donde a las diez de la mañana les castiga el sol, entonces, en un acto de piedad, les permiten que se pasen a otra pared por media hora y los obligan a regresar. Gente que viene del interior, que se queda en un hotel y tiene reservado su vuelo pasan por una acción de humillación y sufrimiento que, a la menor protesta, los militares lo resuelven expulsando de las colas a las personas que reclaman.
El pasado martes 29 de diciembre ocurrió la misma escena: Gustavo Vizcaíno ingresó triunfal saludando a la gente de la cola, con los chicos de VTV grabando su número.
Pasado el mediodía, se les avisó a los ciudadanos que regresaran a casa, por cualquier motivo, pero algunos lograron ver que por la puerta lateral atendían a algunos “privilegiados”.
Una lástima, porque basta con ver a Gustavo Vizcaíno gesticular ante una cámara de televisión para creer que los vicios del Saime han sido erradicados. La gente se acuerda que en su primera reunión con los directores y trabajadores del Saime, Vizcaíno afirmó que su gestión se centraría en mejorar la atención a los usuarios y combatir la corrupción interna que cobra altas sumas de dinero por agilizar trámites, según reseñó Últimas Noticias el 19 de junio de 2018.
Algo debe pasar porque desde el 9 de diciembre de 2019 el Departamento del Tesoro de EEUU mantiene a Gustavo Vizcaíno en su lista de “sancionados”, por estar “involucrado en corrupción, cobrando a los solicitantes de pasaportes miles de dólares y transfiriendo esos fondos a las cuentas bancarias personales extranjeras”, de acuerdo con la nota de prensa emitida por la Oficina de Control de Activos Extranjeros estadounidense (Ofac).
Elizabeth Araujo es periodista.
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