El inquietante presente de las democracias vigiladas, por Marta de la Vega
Twitter: @martadelavegav
En Un prefacio a la Teoría de la Democracia (1956), en el capítulo tres, «Poliarquía», Robert Dahl identifica esta palabra con democracia y se refiere a la igualdad política como uno de sus rasgos básicos, así como a dos elementos centrales constitutivos de la democracia, los niveles y derechos de participación y oposición, destacados en su posterior libro Poliarquía (1971). En ese sentido, elegir es una condición decisiva de democracia.
Como las democracias no existen en estado puro, nunca encontramos en la realidad un tipo ideal en el sentido de Max Weber, sino procesos de democratización o de transición desde regímenes autoritarios o hegemónicos hacia sistemas políticos más o menos poliárquicos, es decir, con mayor o menor pluralismo, que es otro componente clave de las democracias.
Como condición indispensable de esta pluralidad competitiva, o diversidad respetada, inherente a todo proceso democrático, el voto es eje del poder poliárquico y fuente de legitimidad de los regímenes democráticos. Es necesario, no solo que el voto elija, sino que la victoria electoral asegure el ejercicio pleno del poder obtenido mediante el sufragio, que es producto de la expresión de la preferencia de los individuos en el proceso de decisión.
El voto debe cumplir, al menos, tres condiciones básicas, según Dahl. Cada ciudadano debe escoger entre las alternativas previstas la expresión de su preferencia en el acto electoral. Al contabilizar las votaciones, el peso asignado a la elección de cada individuo es idéntico. La alternativa con mayor número de votos se proclama elección ganadora.
Lamentablemente, como destaca Dahl, un plebiscito totalitario también podría cumplir estas tres condiciones. El meollo del problema está en precisar qué significa una expresión de preferencia individual. En una dictadura, apoyar al autócrata o no, puede marcar la diferencia entre vivir sin sobresaltos o ser perseguido o apresado.
En un régimen populista de gobierno, la corrupción de las maquinarias políticas puede definir si el individuo obtiene beneficios o prebendas por plegarse a la estructura clientelar o si, al contrario, queda fuera del juego político porque no aceptó ser sobornado mediante un puñado de dinero o compra de votos. Si no distinguimos entre las opciones, la primera de la segunda, no habría diferencia entre sistemas autocráticos o personalistas y sistemas democráticos.
Hay una cuarta condición limitadora para asegurar la democracia, que debe cumplirse en el período previo a la votación. Si un individuo percibe dentro de un conjunto de opciones una alternativa preferible a las demás, puede agregar su alternativa preferida entre las seleccionadas para votar. Pero si uno de los individuos posee información privilegiada e induce a los otros a escoger determinada opción, la escogencia no es libre y así tampoco se da una verdadera expresión de la preferencia personal. No puede haber un control monopólico de la información. Por eso, Dahl precisa una quinta condición: todos los individuos tienen idéntica información sobre las alternativas. Esto impide que la elección sea manipulada por un individuo o grupo determinado que haya controlado la información.
Puede ocurrir, sin embargo, como destaca Dahl que, aunque se cumpliese plenamente la quinta condición, los votantes podrían elegir una alternativa que habrían rechazado de haber tenido más información. Por eso agrega: «podría pensarse que estas cinco condiciones son suficientes para garantizar la aplicación de la regla; pero sería posible, al menos en principio, que un régimen permitiese que se diesen esas condiciones durante el período previo a la votación y durante el período de la votación y luego se limitase a ignorar los resultados#. No hay democracia verdadera en este caso, pese a que se realice lo que podríamos llamar una farsa electoral.
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Así, Dahl propone dos condiciones más, posteriores a la votación. La sexta: «Las alternativas (políticas o dirigentes) con mayor número de votos desplazan a todas las alternativas (políticas o dirigentes) con menos votos». Y la séptima: «Las órdenes de los cargos electos se cumplen». En último término, para asegurar la maximización de la igualdad política y de la soberanía popular, en la etapa interelectoral, las decisiones deben estar subordinadas a las establecidas durante la etapa de elección o ser aplicación de estas, incluso si cambian los marcos institucionales.
Es la utopía realizada de la democracia como poliarquía. Pero en la realidad no se cumplen totalmente estos requisitos. Debemos estar alertas y en lucha constante con las distopías que en toda organización humana generan las distorsiones o corrupción de las prácticas políticas.
Hoy estamos en La era del capitalismo de la vigilancia (2019). Una distopía que en los regímenes autoritarios o totalitarios es parte esencial y normalizada de sus sistemas de dominación, donde no se elige, se está convirtiendo en una amenaza grave a las democracias en las sociedades abiertas.
En una entrevista reciente de Moisés Naím Shoshana Zuboff lo analiza a partir de su último libro. Se trata del fenómeno que llama «distopía accidental» y sus consecuencias en la revolución digital y en el desarrollo humano, que se ha convertido en la base de un nuevo orden económico mundial, por el control total sobre la gente, con todos los datos que, por razones de poder económico y financiero, las empresas tecnológicas (Facebook, hoy Meta; Google, Spotify, Netflix) acumulan de sus usuarios. Es la «comercialización del comportamiento humano» que nunca antes había sido posible.
Todos los servicios electrónicos deberían enriquecernos como individuos, familias, naciones, como un derecho «epistémico» en la civilización global planetaria. Pero no es lo que está pasando. Diseñados para permanecer escondidos de las personas, estos datos procesados por inteligencia artificial son usados para predecir los comportamientos de la gente y ser manipulada, para obtener más ganancias. Es una usurpación a los derechos de privacidad y debilita las instituciones democráticas por ilícita. Nuestros legisladores deben conocer estos procesos para diseñar políticas que puedan prohibirlos.
También es nuestra responsabilidad aprender sobre lo que está ocurriendo. El comportamiento colectivo, como sociedad, también es manipulado. No es que dejen de existir estos servicios tecnológicos maravillosos, sino que todos los datos nos pertenezcan y también a las instituciones que deben regular este ámbito digital, «para vivir una vida libre, individual y moderna».
Si no, la distopía accidental se convertirá en la realidad dominante que destruya la democracia por el capitalismo de la vigilancia. No podremos elegir cómo se gobierna, con qué valores e ideales, con qué aspiraciones y derechos y bajo qué leyes. Un pequeño grupo de compañías nos están arrebatando el derecho al conocimiento, a los principios democráticos y a comunicarnos libremente.
Marta De La Vega es Investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora en UCAB y USB.
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