El lastre de cubazuela y el fin de la dictadura, por Marta de la Vega
Bajo la seducción del dictador Fidel, Hugo Chávez pretendía convertir en una sola patria integrada los dos países, Cuba y Venezuela. Cuba dependió históricamente de la ayuda de la Unión Soviética y luego de Venezuela para subsidios y recursos energéticos. Y por Chávez fue posible y deliberada la temprana intromisión cubana y su presencia en todos los niveles del Estado, desde los cuarteles hasta las embajadas y ministerios venezolanos, pasando por organismos públicos y descentralizados, hasta el día de hoy.
El sucesor designado por el militar de Barinas en diciembre de 2012, enfermo terminal, antes de su viaje sin retorno de la isla, fue Maduro, formado doctrinariamente en Cuba en el socialismo real de cuño stalinista como su base ideológica explícita y «revolucionaria» según la interpretación castrista, que determinó el rumbo de sus actuaciones políticas hasta conseguir, contra el mandato constitucional que le impedía ser candidato por encontrarse como presidente encargado en ausencia de Chávez, el cargo de presidente de la república en 2013, que ha ejercido desde entonces en forma ilegítima.
Ambos países se asemejan bastante en la situación política por sus características de gobernabilidad, estructura política, manejo de la economía y el ataque oficial y continuado desde el más alto poder a las libertades civiles y a los ciudadanos considerados disidentes u opositores. Desde 1959, el régimen cubano, liderado primero por Fidel Castro y luego por su hermano Raúl y otros líderes del Partido Comunista, ha establecido un sistema político unipartidista con control absoluto del poder.
Mientras que en Cuba no hay elecciones multipartidistas desde la revolución, bajo Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro se ha desarrollado un modelo que, aunque mantiene elecciones, son realizadas mediante prácticas ventajistas, sin los estándares convenidos internacionalmente de transparencia, libertad de elegir ni secreto del voto, y el ejercicio gubernamental está marcado por la concentración del poder en el Ejecutivo, la erosión de instituciones democráticas, el derrumbe de la infraestructura, servicios públicos y sistemas estatales de salud y educación.
En Venezuela la economía depende principalmente de los ingresos del petróleo, manejados de manera centralizada, con una dinámica de corrupción y saqueo del erario público como mecanismo de participación, principalmente de oportunistas y aliados internos, los llamados «enchufados», mientras que en Cuba se ha mantenido una economía planificada e imperativa, basada en el socialismo estatal y con una carga de prebendas, privilegios y corrupción generalizada entre la élite dominante.
La retórica antiimperialista caracteriza los discursos de ambos gobiernos, que critican especialmente a Estados Unidos y sus aliados, a la vez que han establecido alianzas políticas y económicas con países como Rusia, China, Turquía e Irán. La convergencia de los dos sistemas radica en su rechazo a los modelos democráticos liberales y su apuesta por el control político y económico centralizado, con desafíos similares como aislamiento internacional, sanciones y descontento popular.
El regreso a un régimen democrático y respetuoso de los derechos humanos en Venezuela es factible, pero depende de múltiples factores internos y externos. Aunque el panorama actual puede parecer desalentador, no implica que el país esté condenado permanentemente a vivir bajo un régimen autoritario.
Al identificar las posibilidades y los retos para un cambio se destacan la presión interna y el descontento por la profunda crisis económica, la hiperinflación y la escasez de servicios básicos que generalizan el malestar. Aunque la represión ha silenciado muchas protestas, la inconformidad sigue presente.
Históricamente, las dictaduras suelen debilitarse cuando surgen fisuras internas entre sus líderes. Si los militares o figuras claves del régimen deciden abandonar el apoyo a Maduro, esto podría acelerar su caída. La presión internacional de los gobiernos democráticos de la Unión Europea, Estados Unidos y países de Iberoamérica que rechazan el régimen autocrático de Venezuela también es importante. Actores multinacionales como la OEA o el grupo de expresidentes han apoyado la causa democrática y podrían jugar un papel más activo en la transición. Combinar presión interna, negociaciones políticas y apoyo internacional podría ser el camino para superar la crisis venezolana.
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No es inevitable que Venezuela siga bajo el régimen de Maduro. Si bien el contexto actual es difícil, dada la terca imposición de un triunfo que él no obtuvo de acuerdo con el registro de los resultados de las actas impresas por las máquinas del cne, mantener la esperanza, la unidad de propósito y el activismo cívico son cruciales para construir una solución democrática válida.
Marta de la Vega es investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora Titular en la USB y en la UCAB
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