El lento suicidio de la democracia, por Rafael A. Sanabria M.
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Actualmente nuestro sistema electoral no es el de una democracia de ciudadanos sino de una democracia de partidos. Los ciudadanos eligen todos, cada uno de manera individual, en el breve acto de la votación. Mas las etapas previas y posteriores son dominadas por los partidos, que imponen sus normas, dejando finalmente a los ciudadanos comunes solo para escoger entre una lista. No todos los candidatos que la gente quisiese están presentes.
Hay, antes del día de las elecciones un proceso de selección en base a factores plausibles como el trabajo social, el reconocimiento de la población a personas destacadas y, en general, de su liderazgo. Pero en la preselección el mayor peso recae en las alianzas y pugilatos entre intereses particulares y en los “negociados” con viles fines.
Es necesario que la democracia, real y efectiva, penetre a los partidos. Debe haber democracia desde dentro de ellos. Ciertamente que un partido es una corporación que intenta permanecer estable en el tiempo, que necesita una posición confiable y seria. Una democracia simple a lo interno de los partidos, en que cada miembro representase un voto directo podría ocasionar un peligroso desdibujar de cada opción partidista y se necesitan fórmulas y procedimientos para la democracia interna de los partidos que evitase las tomas repentinas y golpes de estado por factores exógenos, caso contrario se peligraría que un gran partido fuese infiltrando a los más pequeños, uno a uno, y convertirlos en meros títeres del invasor.
Se necesita por ley democratizar a todos los partidos para que de forma ordenada mantengan una renovación constante de hombres e ideas, por medios transparentes y fluidos, que redundaría en beneficio de ellos y del país. En nuestra república hemos visto (siglo XX) de constantes divisiones de los partidos mayoritarios en que la dirigencia que se encumbró en base al apoyo de toda su militancia luego pretende imponer a sus sucesores, favoreciendo sólo a un sector. Ese es un mal en nuestra cultura política, relacionado con aquella vieja costumbre del siglo XIX de elecciones en las cuales el que quedaba de segundo, desconocía los resultados y se levantaba en armas. En este siglo, las dirigencias han permanecido congeladas, el único movimiento es dado porque algunos han fallecido y fueron sustituidos. No hay renovación interna sino pulverización, porque los aspirantes tienen que salir de sus partidos y poner tolda aparte.
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El tejido democrático es delicado y vulnerable, pero no por protegerlo puede caerse en una dictadura con fachada de democracia. Para una democracia es necesario un equilibrio activo, un fluir de fuerzas, un constante renacer de valores esenciales, un amor genuino a la comunidad. También es necesaria una participación activa de los ciudadanos agrupados o individualmente, sin que uno prevalezca sobre el otro.
Por falta de esa renovación, la oposición tendrá el 21N las primarias que nunca realizó, aunque bien sabía que debía hacerlo. Ese día sabremos los opositores quienes debieron haber sido los candidatos unitarios. Qué nadie se engañe, en los estados y municipios no hay candidatos unitarios, solo hay candidatos de agrupaciones, muy parciales y parcializadas, como la MUD y Alianza Democrática, que de nombre se abrogan el título de unitarios.
Inoperante, inútil, ciega a la realidad más allá de sus narices, ese actual saco de gatos al que por tradición llamamos oposición no cumplió con el simple objetivo de escoger adecuadamente a sus candidatos. Se les venció el plazo que era más que suficiente, pero iban contando con la prórroga y con la prórroga de la prórroga. Su dirigencia discutía, conversaba, volvía a discutir y sopesar lentamente, sin apuros y recibían mientras tanto verde financiamiento. Ante esto, el gobierno mantuvo silencio, sonreía apacible, se mostraba condescendiente, porque todo estaba sucediendo como había previsto.
En nuestro espectro político, se dice que el pueblo que favorece a la oposición vota por convicción y en el otro extremo por obligación. Pero el gobierno sí hizo primarias y algunos casos notables de líderes rechazados fueron removidos (aunque para enchufarlos en otra parte, los miembros de una casta nunca bajan). Mientras, la oposición en sus interminables conversaciones para el consenso (en realidad un bochinche de reparticiones), sacó de circulación algunos liderazgos construidos en base al trabajo y reincorporó a viejas figuras que habían caído en el olvido o en el rechazo.
Tanto en el gobierno como en la oposición, la dirigencia política es una casta conservadora que hace prevalecer a sus miembros sobre las nuevas voces, está fosilizada, enemiga y temerosa del progreso. Aquí no se nombra la palabra meritocracia.
Una renovación completa en la política venezolana es una necesidad urgente que beneficiaría a todo el país: a la ciudadanía común, a los partidos de oposición e incluso al partido de gobierno (El partido, porque la cada vez más tenue alianza llamada Polo Patriótico es solo una entelequia). La falta de aireación de las instituciones y la solidificación de las complicidades han venido horadando nuestro nivel político real en todos los ámbitos. Hay que modificar nuestro cuerpo legal que controla el funcionamiento de los partidos conjuntamente con nuestra manera de actuar, ir hacia un desarrollo político de más alto nivel. Es tarea de todos para todos.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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