El límite del principio no es el final, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
¿La democracia tiene principios inviolables? ¿Las dictaduras, también?
Las actuaciones que violan principios democráticos a fin de salvaguardar el sistema democrático, ¿son antidemocráticas? ¿Igual de antidemocráticas que las actuaciones de las dictaduras para sostenerse en el poder?
Las respuestas a estas preguntas podrían estar, todas, en el campo de la ética si no existiera la ley. ¿Son correctos estos principios? Es un asunto de ética. ¿Deberían o no ser permitidos estos principios? Es un asunto que depende de su posición ética. ¿Son obligatorios, permitidos o prohibidos estos principios? ¡Vayamos a la ley!
El límite de cualquier principio democrático está en la ley, sin importar si nos parece bueno, malo o permisible. Al menos, el límite legal.
Sobre el límite ético, en Jean-François Revel leo una advertencia que, puesta en palabras gruesas equivaldría a que, por culpa de sus exagerados escrúpulos, la democracia sería incapaz de defenderse como sistema y que permitiría que se le destruyera antes de ser acusada de traicionar sus propios principios.
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Ahí está el patio de juegos de la dictadura nacional porque, con la cúpula en el poder violando la Constitución y cometiendo crímenes de lesa humanidad, fustigan cualquier acción que se atreva siquiera a bordear las más estrictas exigencias del comportamiento democrático. Es un asunto espinoso, pero es un falso dilema ético que se usa para manipular.
Esta lucha, entre los procedimientos y los fines, tiene distintos niveles. Un ejemplo es el reclamo de que alguien no es «tan demócrata como dice ser» porque no tolera que lo difamen. Como si la difamación y la injuria no tuvieran un capítulo propio en el Código Penal donde se les tipifica como delitos. Como si ser demócratas no implicara el derecho a reclamar el cumplimiento de las leyes para defender el honor, la reputación o el decoro propios. Subiendo el nivel, como si ser demócratas implicara permitir, pasivamente, las violaciones de las leyes y, en extenso, de la Constitución nacional.
Pero no es ser demócratas tolerar las sucesivas violaciones constitucionales que han desmontado el sistema republicano. Y formar parte de esas violaciones le acerca más a la complicidad que a la lucha por la democracia.
En condiciones tan desventajosas, no hay política posible que pueda producir una transformación desde adentro. Lo que hay es rendición o adhesión a la tiranía.
Han abjurado de ser demócratas quienes aprueban, con su participación, que se destruya «la forma política republicana que se ha dado la nación» (Código Penal, art. 132). No son demócratas quienes son testigos de las sucesivas violaciones constitucionales y huyen del «deber de colaborar en el restablecimiento de su efectiva vigencia» (CRBV, art. 333).
Tampoco son hábiles políticos infiltrándose en la estructura de poder. Quien lucha desde la minusvalía no se infiltra, es absorbido. Su fuerza magnética vence la confrontación y terminarán, como ya hemos visto, amoldándose a sus métodos y siendo parte de lo que adversaban.
Si seguimos creyendo que los principios de comportamiento democráticos son inviolables en la tarea de defender la democracia, el destino es que todos serán cooptados por la dictadura y esa jamás será transformada. No importa que finjan procesos electorales todos los años e impongan mecanismos corporativos de participación, a lo Mussolini.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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