El madurismo quiere consenso, no solo diálogo, por Alexis Alzuru
Twitter: @aaalzuru
El gobierno y la Asamblea Nacional preparan el terreno político, el clima social y el ánimo de la población para consensuar un modelo en el cual las libertades económicas crecerían a expensas de las libertades civiles y políticas. El problema de Venezuela es muy diferente al que quieren seguir mostrando los jefes de la oposición. El juego planteado tiene una escala distinta a preocuparse por mantener o no el interinato del señor Guaidó; participar o no en las regionales o lograr la unidad entre quienes se han traicionado a lo largo de los últimos veinte años. Estos problemas son menores.
Por ejemplo, en el caso del interinato basta una evaluación imparcial para reconocer que la permanencia de Guaidó en territorio nacional produce más daño a los venezolanos —y, por tanto, a la oposición— que al gobierno; pues su presidencia nada más y nada menos impide que interna y externamente se desplacen las miradas hacia las cuestiones que pudieran detener el consenso madurista y evolucionar hacia la democracia.
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Es hora de reconocer que el interinato de Guaidó es una piedra en el zapato para quienes aspiran a una vuelta a la democracia, no para Maduro. Sobre todo, es el momento de darse cuenta de que esa presidencia únicamente es un lastre innecesario, un obstáculo que solo sirve para demostrar la capacidad autodestructiva que tiene la oposición.
Los que prometieron un cambio no deberían seguir enredados en problemas estúpidos.
La situación de Venezuela exige ocuparse de los asuntos sustantivos —entre otras cosas porque los maduristas aceleran el paso para concretar un consenso sobre su modelo— y no debe dudarse que la oferta que colocaron sobre la mesa será atractiva para muchos. En especial, en esta época llena de incertidumbres. Una época que, además, en el caso venezolano está marcada por la versión empobrecedora de la democracia que algunos dirigentes legaron antes de asegurar sus vidas, sus bienes y su futuro en otros países. Aquella versión no es otra que la que todavía sostiene que el pueblo deberá sacrificar su buen vivir hasta que sus élites sacien sus odios, intereses y objetivos.
Lo único cierto detrás de esa opinión es que el tiempo se agota mientras el madurismo se alista para devorar de un bocado la última oportunidad de la democracia venezolana.
Maduro usa la economía para perfeccionar su dictadura. Por cierto, una dictadura que descubrió que perfectamente puede cohabitar con la economía de mercado. Después de todo, su socio mayor, China, ha demostrado que caducó aquel paradigma según el cual la economía abierta solo era factible en democracia. Desde hace varios años sus indicadores demuestran que un modelo social puede asociar desarrollo, competitividad y buen vivir con la mano represiva de un Estado que cauteriza las libertades civiles y políticas. Además, la élite oficialista igual descubrió que por la novedad y radicalidad del nuevo paradigma los cambios que pudiera promover consumirán mucho tiempo y producirán desorden y anarquía al momento de su ejecución; incluso, inestabilidad. De allí que se alisten para gobernar por décadas con puño de hierro, pues necesitarán tiempo para ensayar, las veces que consideren necesarias, las fórmulas que permitan calzar las piezas de un poder autocrático con las de una economía de mercado.
Por el momento, exploran una incipiente reforma liberal de la economía y, a su vez, confiscan libertades y reprimen el pensamiento libre.
De modo que el uso informal del dólar y las operaciones cambiarias, las privatizaciones y el reconocimiento de la libertad de las empresas para fijar los precios de sus productos ocurre justo cuando se arremete contra la libertad de expresión y se tritura cualquier disidencia política. Al ritmo de ese pasodoble se perfila un modelo en el que se canjearía la acción política autónoma por la economía abierta. Por eso, el nuevo Parlamento activó un proceso para consensuar su modelo. De hecho, su principal convocatoria no es para dialogar, sino para construir una agenda de acuerdos segmentados, como bien precisó J. Rodríguez. Por supuesto, los acuerdos parciales les permitirán avanzar hacia un consenso mayor; pues las redes de acuerdos parciales y sectoriales son la primera capa de cualquier consenso social.
Alexis Alzuru es Doctor en Ciencias Políticas. Magíster y Licenciado en Filosofía. Profesor emérito UCV.
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