El maniqueísmo en los debates, por Luis Manuel Esculpi
Twitter: @lmesculpi
La mayoría de los venezolanos están viviendo o sobreviviendo el día a día. Se siguen las informaciones que están estrechamente relacionadas con su cotidianidad, con el alza constante de los precios de alimentos y medicinas, el alza del dólar y el aumento de los contagios del coronavirus.
En mi opinión, la mayoría de los debates que suscitan polémica en las redes sociales y en las élites más informadas, no están en sintonía con las inquietudes y aspiraciones de la mayoría. Esa constatación no significa necesariamente que la controversia desarrollada en esos círculos sea innecesaria, sino que especialmente aquellas protagonizadas por quienes pretenden incidir en la conducción política, debieran intentar aproximarse a esa realidad cotidiana.
En la actualidad el debate político está impregnado de maniqueísmo, las posiciones extremas solo conocen el blanco y el negro, ignoran los grises. No se admiten matices y cada quien asume sus razones como verdades absolutas.
El intercambio de ideas se asume desde trincheras inamovibles, no se escuchan los argumentos de quién no comparte en su totalidad sus puntos de vista, la pretensión de convencer sin que se produzca un verdadero intercambio, esteriliza la polémica y la convierte en un diálogo de sordos.
La polarización no sólo se evidencia en la confrontación entre el régimen de Maduro y las fuerzas que lo enfrentan, sino que ya se manifiesta en el propio campo opositor.
A propósito de las elecciones parlamentarias, los más fervientes partidarios de la participación reducen la magnitud de las irregularidades y descalifican la decisión de los partidos que decidieron no participar, señalándolos como partidarios de una «intervención extranjera» o de un «golpe de estado»; cuando se conoce que la mayoría de esas organizaciones exigen condiciones para participar en un proceso libre y competitivo.
En otro sentido a las voces (distintas a las organizaciones de la mesita, o a los llamados alacranes) que han señalado, pese a las limitaciones existentes, se debe considerar participar en las elecciones, el otro extremo las ha tildado de «vacilantes » y «colaboracionistas».
El estigmatizar la discusión en el campo de la alternativa, no contribuye, en nada, a la necesaria búsqueda de los espacios comunes para el desarrollo de acciones unitarias. Asumir en esos términos la diatriba implica desconocer que existen argumentos válidos para defender cada una de las posiciones.
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Las diversas lecturas sobre el documento de la Presidencia de la Conferencia Episcopal, o acerca del recurso de amparo promovido por varios ex funcionarios del CNE, más allá de su redacción y contenidos están signadas, en algunos casos, por la visión maniquea que hemos venido describiendo.
No se trata de tener posiciones eclécticas frente a los debates planteados, sino de asumir una actitud amplia y receptiva frente a los planteamientos críticos, desechando las conductas refractarias y defensivas al evaluar el comportamiento de las fuerzas opositoras durante el periodo reciente.
Conscientes de la existencia de errores de los cuales ninguna organización o protagonista ha estado exento.
El diseño de la estrategia que pueda conducir al cambio político, área en la cual se hacen esfuerzos, requiere de una elaboración desprejuiciada, distanciada de dogmas y fórmulas prefabricadas para facilitar el proceso creativo al delinear la política a seguir en el mediano plazo.
Esperamos que la dirección política en la que se agrupan la mayoría de las fuerzas opositoras, preste atención, modestamente, sin desdeñar la autocrítica, a los señalamientos emanados desde distintos sectores de la sociedad, exigiéndole colocarse a la altura de las exigencias planteadas, para configurar –tal como ha anunciado– un nuevo pacto político con amplitud, alejado de rasgos arrogantes y sectarios.
Los tiempos de dificultades se superan en política cuando la reflexión teórica se acompaña de una práctica en consonancia con los postulados que se pregona.
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