El matemático de Sabaneta, por Teodoro Petkoff
Una de las tontas racionalizaciones que ha inventado el chavismo para consolarse del trancazo que significó el éxito de los reparos es que el total de firmas que pasaron el examen constituye apenas el 21% del total de electores inscritos en el Registro Electoral Permanente (REP). De lo cual el matemático de Sabaneta concluye que el 79% restante estaría de acuerdo con su permanencia en el cargo. Si aplicásemos el mismo sofisma a los resultados electorales obtenidos por Chávez en 1998 y 2000 nos encontraríamos con que en ambos casos su elección estaría deslegitimada por el hecho de que habría sido elegido por una porción minoritaria de los inscritos en el REP, ya que la abstención redujo significativamente el número de electores reales. La primera vez, del total de electores inscritos (11.013.020), sufragaron por Chávez 3.673.261 esto es, 33% del total. En la segunda oportunidad, lo hicieron 3.757.773 venezolanos, de 11.720.660 inscritos: es decir 32% del universo completo de electores posibles. La abstención fue de 37 y 44% respectivamente. Razonando como Chávez y sus alabarderos, en ambos casos, alrededor del 70% país habría estado contra él. Lo cual, obviamente, no fue el caso entonces ni lo es ahora, en sentido opuesto, con las firmas para el RR.
Contra aquellos porcentajes, el 21% de firmantes por el RR no desluce para nada –si es que este modo de razonar tuviera alguna pertinencia (que no la tiene)– sobre todo si se tiene en cuenta que firmar, primero, y reparar luego, constituyó una verdadera proeza porque quienes lo hicieron debieron superar obstáculos que en modo alguno existieron para los electores de Chávez en 1998 y 2000. Estos no fueron presionados con despidos ni tampoco fueron sacados de sus trabajos entre uno y otro acto de votación, no aparecieron en listas nazifascistas a lo Tascón, jamás se discutió si sus boletas electorales fueron planas o cóncavas, no se les anuló el voto con los más especiosos argumentos o simplemente sin ninguno, ni fueron sometidos a abusos de poder militar o violencia de las patotas «bolivarianas». Votar por Chávez no implicaba absolutamente ningún riesgo; firmar y reafirmar, en cambio, constituyó un acto de valor moral y físico por parte de buen número de quienes lo hicieron. Existe una enorme diferencia entre votar y firmar, sobre todo cuando esto se hace contra un gobierno autoritario e inescrupuloso.
En todo caso, más allí de estos trucos estadísticos, la realidad que enfrentamos es la de una población profundamente dividida en campos opuestos, en la cual, sin embargo, la inmensa mayoría, según revelan las encuestas, independientemente de sus preferencias políticas, ansía paz y tranquilidad. Por eso es incomprensible la terca negativa del oficialismo a conversar con sus homólogos de la oposición. Al venezolano común le resulta extraño que quienes tienen la mayor responsabilidad en garantizar la paz en el país, que son siempre y en todas partes, los del gobierno, rechacen la idea de un encuentro con sus adversarios para contribuir, conjuntamente y a pesar de la división, a que la confrontación se mantenga dentro de cauces civilizados y pueda abrir camino, posteriormente, a un reencuentro entre los polos contrapuestos.