El medico frívolo, por Gustavo J. Villasmil-Prieto

«Pero, ¿es realmente deplorable la pesadez y espléndida la ligereza?»
Milan Kundera, “La insoportable levedad del ser” (1984)
La reciente y muy sólida declaración de la Academia de Medicina del Zulia denunciando la amenaza de lo que sin dobleces definió como «frivolidad médica», me propone una mirada más fina ante hechos recientes como la infamante rifa de una operación cesárea ofrecida por una obstetra venezolana para atraerse clientela y el vergonzoso fraude académico masivo llevado a cabo por jóvenes médicos aspirantes a plazas de postgrado en universidades argentinas.
Para los que ejercemos la profesión médica, se impone el deber de hacer una reflexión acerca de la génesis y progresiva proliferación en estos tiempos del peor tipo posible de médico: el médico frívolo. La pregunta central la hago sin matices: en Venezuela –y más allá–, ¿qué tipo de médico es el que en el fondo hemos estado modelando en estos años?
Allende y aquende, pareciera estar surgiendo por doquier un tipo de médico caracterizado por una frivolidad que viene aparejada con la ligereza de quien nunca se avino a la carga que fue llamado a sobrellevar o que bien la mira de reojo sin la menor intención de echársela al hombro.
Es la frivolidad del que se queda en la superficie de las cosas sin atreverse a bucear en sus profundidades, en una permanente actitud de negación y de evitación del sufrimiento humano y de toda responsabilidad ante él.
La frivolidad médica, sea que se entienda como desapego emocional, estetización del rol profesional o banalización del lenguaje clínico, no siempre nace del cinismo. En contextos de sufrimiento estructural como el venezolano puede funcionar como defensa ante el dolor bajo la forma de la levedad existencial. Es así como suele ver uno por ahí a médicos treintones de marcada actitud niñoide e «hiperjuvenil» departiendo en conferencias y congresos calzados con za patitos blancos como escarpines y desplegados en presentaciones que más que disertaciones científicas me recuerdan escenas de «Star Trek», ello cuando no a colegas femeninas adoptando estudiadas y artificiales poses a lo Liza Minelli para anunciar desde consultas médicas hasta prendas de vestir, instrumental y equipos y hasta «combos» que como novedad prometen incluir ¡la toma de la tensión arterial!
La frivolidad hija de la levedad espiritual es así, «light», «cool», «cheverista». Milan Kundera nos advierte que esa levedad, aunque seductora, es también una forma de vacío. Vivir sin peso es vivir sin memoria, sin arraigo y sin consecuencias, lo que en medicina se traduce en actitudes básicas que erosionan la vocación reduciendo a la condición de «caso» al enfermo tratado como mero objeto y a la de espectáculo a más magistral de las técnicas.
En las páginas de «La insoportable levedad del ser» (1984), Kundera construye una meditación ontológica sobre la tensión entre el peso y la levedad, dos principios que atraviesan no sólo la existencia individual, sino también las prácticas sociales y profesionales de un tiempo. El relato transcurre en los días de la sangrienta invasión soviética a la antigua Checoslovaquia. Tomás, el neurocirujano protagonista de la historia, se ve atrapado en la paradoja del deseo sin compromiso, de la técnica sin vínculo y del saber sin responsabilidad. Su drama personal —erótico, político y ético— ofrece una clave poderosa para interpretar la expansión de la frivolidad médica en Venezuela no como fenómeno coyuntural, sino como síntoma de una profunda crisis de sentido.
En su fase inicial, para Tomás la medicina es un espacio de dominio técnico y de evasión emocional. Es la misma actitud que resuena con inquietante actualidad en ciertos perfiles médicos que se ven proliferar en Venezuela, con profesionales que ante la precariedad institucional y el desgaste moral del país optan por una práctica desarraigada, sin vocación y ni sentido del compromiso.
Pero el giro final de Tomás es revelador. Al elegir quedarse con Teresa, renunciando a su plaza en un prestigioso hospital para irse a vivir en el campo y asumiendo el peso del amor y del dolor, Tomás redescubre la densidad de su ser y la medicina deja de ser para él un ejercicio de poder para convertirse en un gesto de piedad ante el sufriente.
En ese tránsito, a la luz de la reflexión kunderiana, se entiende que la verdadera ética médica no se limita al cultivo de la perfección técnica y a la mera práctica de la «corrección política», sino que exige desarrollar la capacidad de asumir el sufrimiento ajeno como propio. La renuncia de Tomás a su prestigio y confort no es derrota, sino resistencia: un acto radical de quien elige el peso en tiempos de pavorosa levedad.
En Venezuela, donde el dolor colectivo se ha vuelto parte del paisaje cotidiano, esta elección es urgente. La frivolidad médica —ya sea en forma de indiferencia, de abuso de un tecnolenguaje despersonalizado o de culto desenfrenado a la imagen y al prestigio— es la renuncia cotidiana a asumir el peso del ser, abandonando el espíritu a la levedad de lo «light». Resistirla implica tareas que van desde recuperar el lenguaje ético en el médico hasta forjar en él un carácter signado por la densidad de pensamiento y una alta capacidad de discernimiento moral, reivindicando siempre aquella vocación primigenia que nos trajo un día a la escuela de Medicina como acto supremo de reafirmación del espíritu.
No basta, pues, con rendir culto a la formación por «competencias» si al tiempo nadie cuida el fuego sagrado que ha alimentado a la medicina por 25 siglos.
La medicina no puede llenarse de gentes en posesión de grandes habilidades técnicas degradadas a la categoría de mero bien transable por esos sumos sacerdotes del «marketing» que aplauden a rabiar al médico «influencer» que se conforma con entretener al enfermo a cambio de un «like». Lo mismo habría que decir del «galán» de medicatura convencido de haberle «cumplido al país» tras su breve paso por el servicio rural, a la «femme fatale» de consultorio, al contador de chistes malos en tarimas de bar, al bailarín de quirófano, al vendedor de artilugios de uso médico, al aspirante a agente inmobiliario, al que promueve al magnesio como pócima de vida eterna y –ahora también– al organizador de sorteos en los que la tómbola de hoy puede que incluya una operación cesárea, pero la de mañana quizás – ¡quién sabe!– un ciclo de quimioterapia, una laparoscopia o una hemorroidectomia.
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En tiempos de crisis, elegir el peso —como el médico del relato de Kundera— es el gesto profundo de humanidad y de compromiso del espíritu exigible a las élites, la médica la primera. Anunciar el amanecer silencioso, resistente y comprometido de un renovado temple ético en la Medicina venezolana en medio de la terrible oscurana del relativismo moral que nos arropa y en la que todo vale con tal de «monetizar» y hacerse “viral”: allí está la tarea.
Referencia:
Kundera, M. La insoportable levedad del ser. Traducción de Fernando de Valenzuela. Barcelona: Tusquets Editores, 1985.
Gustavo Villasmil-Prieto es médico, politólogo y profesor universitario.
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