El muñeco bobo, por Aglaya Kinzbruner
Twitter: @kinzbruner
Hay personas que vieron el desfile del 5 de julio y comentaron, en las redes, al ver el muñeco inflado, que eso realmente haría explotar el ridiculómetro. Vox populi vox dei, decía Cicerón. Pero eso no es cierto. Se hicieron estudios de cierta relevancia en los años sesenta, liderados por el Dr. Bandura sobre el comportamiento de niños con el llamado muñeco bobo (punching bag). Si los niños veían que alguien se mostraba agresivo con el muñeco, ellos aprendían a ser violentos también. Los resultados indicaron que la violencia es aprendida y no heredada genéticamente.
Y si la violencia aprendida es castigada eso manda un mensaje. Aparte del hecho que en ciertos lugares se castiga sin razón alguna lo cual también manda un mensaje. Y esto incide sobre la percepción de la realidad. Vivimos, aunque muchos lo nieguen, un momento de coexistencia entre diferencias. ¿Es lo ideal? No. Pero las posturas extremas no llevan a nada.
Por ejemplo, cuando Schopenhauer dijo que las mujeres son animales de cabellos largos e ideas cortas, ¿quien se benefició con eso? ¡Dios! ¿Animales nosotras? ¿Y acaso salieron corriendo todas las mujeres urgentemente a cortarse el pelo a ver si eso les daba algún beneficio? No, apelando a la lógica cartesiana, se quedaron en casa tranquilas. Las que tenían talento para dibujar, pintaron a Don Arthur con una hermosa calva adornada con unos cuantos solitarios cabellos que le bajaban hasta la solapa de la chaqueta. Hay mujeres excelentes caricaturistas como Rayma.
Por supuesto aunque esa frase le fuese atribuida, es posible que nunca la haya pronunciado. El mundo está lleno de envidiosos y quizás lo acusó algún profesor universitario que quería la misma plaza docente que era para él.
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Es bien sabido que Heidegger, el gran Heidegger, aprovechó las leyes raciales alemanas para denunciar como judíos a otros profesores que él conocía para él brillar solito en el mundo universitario. Y eso que Hannah Arendt, su pupila y amante era judía y él nunca sintió, nunca fue una persona muy dada a los sentimientos, que su involucramiento con ella, le hubiese debido generar ciertos deberes de lealtad.
Sin embargo, habiendo ella escapado a tiempo, mantuvieron siempre una relación epistolar. Él que mantuvo relaciones nada epistolares con muchas mujeres fue Rasputin, Grigory Rasputin, el monje loco. Fue un personaje realmente interesante. Bendecido por dones de videncia desde pequeño, tuvo una vida muy agitada. Dicen que al final de su vida causó la caída de los zares por la gran influencia que tuvo sobre ellos. Los grandes del imperio, y en especial, el príncipe Felix Yusupov se conjuraron para matarlo y, ciertamente, fue duro de matar, mucho más que Bruce Willis en la homónima película. Lo envenenaron con cianuro y ¡nada! Agarró una guitarra y empezó a cantar.
Luego le dispararon y … ¡nada! Al fin lo encadenaron y tiraron al Neva. Según la autopsia murió por ahogamiento. El cianuro y los tiros no le habían hecho ni tilín. Su característica más sobresaliente fue la de sanador. Salvó al hijo de la zarina Alejandra, quien era hemofílico, de morir desangrado y hasta el día de hoy nadie sabe como lo hizo. Fue siempre muy calumniado y considerado como malo pero realmente para poder sanar hay que tener algunos visos de bondad.
Sanar conlleva un gasto, un regalo de energía. Y, hay que decirlo, él había observado las inmensas colas delante de las panaderías y, aunque avisó a ambos zares que el pueblo tenía hambre, no le hicieron caso ninguno.
Su cercanía a los zares y por consiguiente al poder, nunca fue perdonada y conllevó a su muerte y a la caída del imperio. La mayoría de sus profecías fueron acertadas y el muñeco bobo … no es bobo.
Aglaya Kinzbruner es Narradora y cronista venezolana.
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