El músculo de EEUU en el Caribe «contra el narcotráfico»: ¿lanzallamas contra una mosca?
El despliegue militar de EEUU en el Caribe ha encendido las alarmas por su magnitud y el tipo de armamento involucrado, inusual para operaciones antidrogas en la región. Mientras Washington exhibe poder de fuego, Caracas responde con maniobras simbólicas y viejos F-16 que aún logran despegar
La imagen parece sacada de un tablero de guerra: destructores, cruceros, drones y cazas furtivos repartidos entre Puerto Rico y aguas del Caribe. Todo ello bajo el sello de una “operación antidrogas”. Para el analista de seguridad y defensa Andrei Serbin Pont, el despliegue de EEUU en la región es inusual, no solo por su escala, sino por el tipo de medios involucrados. «Históricamente, muchas de estas tareas se delegan en la Guardia Costera. Ver tantos medios convencionales juntos llama la atención», afirma. Y resume el dilema con una frase gráfica: «Se puede matar una mosca con un lanzallamas. La mata, pero incendias la casa».
El núcleo del operativo gira en torno al buque de asalto anfibio USS Iwo Jima, diseñado para transportar y desembarcar cientos de infantes de marina con sus blindados, artillería y aeronaves Osprey. A su alrededor, unidades de apoyo como el USS San Antonio completan la capacidad de desembarco, mientras el USS Minneapolis-St. Paul —un buque de combate litoral— aporta versatilidad para misiones costeras y lucha contra el narcotráfico.
Más atrás, tres destructores clase Arleigh Burke y el crucero Lake Erie concentran el poder de fuego: «Cada Burke tiene 96 celdas de lanzamiento vertical. Sumados, entre los cuatro suman más de 400 celdas para misiles antiaéreos y de ataque Tomahawk. Es un paquete convencional sobrado para defender la flota y golpear en tierra o mar», explica Serbin Pont.
En el aire, el despliegue es igual de contundente. En Puerto Rico operan entre 10 y 12 cazas F-35, «los más avanzados de EEUU: furtivos, capaces de penetrar espacio aéreo enemigo y atacar objetivos en tierra o aire». Los acompañan aviones P-8A de patrulla marítima, «centrales para monitorear la superficie y coordinar operaciones», y drones MQ-9 «probablemente armados con misiles Hellfire», que podrían haber destruido recientemente una embarcación sospechosa cerca de la frontera marítima de Venezuela.
Toda esa estructura se sostiene con aviones de transporte estratégico, repuestos, pertrechos, y reabastecedores KC-135 Stratotanker: «Permiten repostar en vuelo a los cazas y extender su alcance. Si hay que escalar, pueden llegar diez F-35 más mañana y usarlos de inmediato porque la infraestructura ya está montada».
En Noche D de TalCual, el analista conecta este despliegue con decisiones políticas recientes: «Trump firma en junio una directiva para que las Fuerzas Armadas participen en la lucha contra los cárteles. Lo enmarcan como narcoterrorismo y usan el andamiaje jurídico creado tras el 11-S para combatir al terrorismo». Eso, aclara, no implica una invasión: «No significa necesariamente una operación de cambio de régimen, aunque podrían darse acciones unilaterales».
Desde Caracas, la reacción ha sido exhibir músculo propio. El Ministerio de Defensa anunció el envío de 15.000 efectivos a la frontera con Colombia y patrullas en la costa, además de reforzar la vigilancia aérea. Pero Serbin Pont relativiza: «Más que un gran movimiento logístico, parece la activación de URRA —unidades de reacción rápida— con personal ya desplegado regionalmente».
Y sobre la Armada venezolana es directo: «Fue la gran perdedora de la modernización. Hoy se parece más a una guardia costera con algunos dientes: patrulleros con misiles antibuque iraníes, pero sin submarinos operativos ni misiles avanzados en sus principales buques».
El incidente más llamativo ha sido la aproximación de dos F-16 venezolanos al destructor USS Jason Dunham. Para Serbin Pont, la elección de esos aparatos responde a pragmatismo, no a simbolismo: «Son fiables y baratos de operar. Los Su-30 tienen misiles antibuque Kh-31 y más capacidades aire-aire, pero son carísimos de volar». Calcula que Venezuela conserva «unos seis F-16 operativos y entre 11 y 13 Su-30», aunque no todos están listos a la vez: «Hay rotaciones y mantenimientos. Tener seis no significa que puedan despegar los seis al mismo tiempo».
Y añade que, de querer mostrar capacidad de ataque real, se habrían usado los Su-30: «Un F-16 tendría que entrar en el paraguas antiaéreo del destructor. Sería casi suicida». Cree que es muy probable que los F-16 mencionados hayan estado desarmados.
Serbin Pont analiza el discurso de «pueblo en armas» que Caracas ha reactivado con entrenamientos públicos de milicianos y empleados estatales: «Hay dos milicias: una muy visible en redes, útil sobre todo como mensaje, y otra de reservistas con formación real. Su valor operativo es limitado salvo en tareas de apoyo, pero su valor político es alto: sirven para control interno y para alimentar la narrativa de resistencia ante una ocupación extranjera».
La conclusión, en cualquier caso, vuelve al inicio. «Es un despliegue contundente, escalable y con capas: disuasión, control territorial, preparación logística. Supera con mucho una operación policial», resume Serbin Pont. Y repite su advertencia inicial: «La mosca puede morir. El riesgo es el incendio».
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