El naufragio de todos, por Simón García
Cuando el FMI pronostica una hiper inflación de un millón por ciento para finales de año, ¿se puede seguir manteniendo el tipo de oposición que hemos hecho desde el 2015 hasta ahora? En plazos muy inmediatos el infierno que estamos viviendo hoy no tendrá comparación con las tragedias que diezmarán al país. Aunque pretendamos ignorarlo, la crisis está consumiendo a oficialistas, opositores y a la mayoría que ya no encuentra motivos para identificarse con unos u otros.
Hay que tener el fanatismo ocupando toda la azotea para no comprender que el principal objetivo consiste en sacar al país de la crisis y que esto sólo es posible, en la correlación actual de fuerzas, uniendo a todos los venezolanos en torno a un programa de cambios institucionales y del modelo económico. El principal desafío de la oposición consiste en definir si su incierta lucha por el poder sigue siendo más urgente que dar sus aportes para salvar el país de la destrucción. Si se considera prioritario lo segundo, entonces hay que repensar la conducta de la oposición y dotarla de una política alternativa.
Alternativa, en este caso debería implicar: 1. Trabajar por la constitución de una coalición nacional por el cambio que sea mucho más que la suma de los partidos de oposición, 2. Desarrollar en todos los niveles el contenido propositivo de las políticas, la función de orientación y la misión de afianzar una cultura ciudadana responsable, 3. Centrar los esfuerzos en darle viabilidad a un plan de reconstrucción del país a tres años, incluyendo la realización de elecciones presidenciales y la superación de la actual dualidad del poder legislativo. Este plan debe ser consensuado entre gobierno, sociedad civil y partidos.
El gobierno necesita dar un giro en dirección a cambios, antes que se salga de cauce una confrontación desesperada de toda la sociedad contra él»
La élite que ejerce el poder, política/militar y con adherencias mafiosas, es una maraña de intereses que gobierna cada vez menos. El país le va implosionar entre las manos o se le va a sublevar, aún en forma espontánea, desarticulada e incontrolable.
La oposición partidista debe asumir el objetivo de la oposición social. Las protestas de las enfermeras y los universitarios está focalizada en lograr reivindicaciones para sectores, que atienden derechos que han desparecido en salud y educación. Su fin es lograr salarios dignos y equiparar la tabla de sueldos de los civiles a la de los militares.
La presidenta del Colegio de enfermeras ha sido enfática en aclarar que sus luchas trascienden identificaciones políticas o la separación entre oficialistas y opositores. Rechaza cualquier intento de aprovechamiento o instrumentalización. No es una postura antipolítica sino un ejercicio de autonomía del movimiento social organizado respecto a partidos acostumbrados a tratarlo como su frente amplio y de masas. A los partidos les corresponde descubrir cómo contribuir a que esas luchas sean exitosas.
La presentación de esas protestas como una insurrección o parte de un plan por un nuevo gobierno ya, le hacen daño a esos movimientos y a la oposición. El retorno del Maduro vete ya, los llamados a no votar si antes no se sale del régimen, las conductas que quieren lo máximo para ya, sin contar con fuerzas para lograrlo levantan muros y fronteras que exponen y debilitan a la resistencia al régimen.
La transición es inevitable. Pero hay fuerzas internas y externas interesadas en pasar del autoritarismo al totalitarismo. Es un rumbo que la oposición no debe apuntalar con estrategias de derrocamiento de Maduro que refuerzan a los sectores conservadores en el PSUV, en el gobierno y en el ámbito internacional.
Examinar los errores es importante, pero más lo es formular una estrategia que los reduzca. Abandonar el diálogo, la disposición a la reconciliación, el ánimo de convivencia entre venezolanos o entregarle el derecho al voto al régimen es hacer peso para que el país se hunda en el naufragio de todos.