El nazi de la aldea, por Fernando Mires
Twitter: @FernandoMiresOl
Las publicaciones acerca del tema de la ultraderecha europea o movimientos nacional-populistas o neonazis, suman centenares. No obstante, la mayoría, cuando no son periodísticas son científico-sociales, y eso quiere decir: intentan conocer las causas, las estructuras y las razones que dan origen a estas apariciones.
Sobre todo en tiempos de pandemia, cuando la furia extremista asola las calles de las ciudades de Europa, el tema del neonazismo se ha vuelto más candente que nunca. Pero, aparte de que los expertos no se cansan de repetir que los neonazis son un desafío para el orden democrático, es poco lo que sabemos acerca de sus motivaciones.
Los vemos todos los días con sus vestimentas negras, con sus cuerpos tatuados, con sus esvásticas y gritos estentóreos, con sus cabezas rapadas. Al comienzo infundían miedo; pero ya no tanto. Lentamente han llegado a formar parte del paisaje noticioso de cada día. Lo único nuevo de las imágenes es que hoy aparecen asociados con el covid-19. Pandemia y nazismo, nazismo y pandemia. ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro? Más o menos lo siguiente: los neonazis —y quienes los siguen— no protestan en contra de la pandemia sino en contra de los gobiernos que asumen medidas restrictivas en contra de la pandemia.
Parece, incluso, que el neonazismo hubiese sellado una alianza con el bicho de la muerte. En el hecho son aliados objetivos. El covid expande el peor de los miedos —el miedo a la muerte— y los neonazis canalizan ese miedo en contra del orden democrático de sus respectivos países, protestando en contra de gobernantes como Merkel, contra la UE y «la dictadura de los virólogos». El mundo al revés.
Efectivamente, actúan al revés de todo lo que indica el sentido común, las informaciones especializadas y la razón política. En modo pervertido, son rebeldes sin causa. Quizás esa sea una de las razones por las cuales ejercen atracción sobre sus crecientes seguidores. Y, sin embargo, la quemante pregunta, la no respondida, continúa vigente: ¿de dónde vienen, quiénes son? Y, sobre todo: ¿cómo y por qué alguien llega a ser un neonazi? Ni la sociología ni la politología ni la psicología social, aparte de propagar estereotipos aprendidos en las universidades, han logrado dar una respuesta convincente acerca del fenómeno.
Una serie de respuestas —ninguna definitiva— las encontré donde menos las esperaba. En una novela: Über Menschen, la última de Juli Zeh, quien, además de poseer una prosa muy atractiva, ha logrado a través de sus libros introducirse en los laberintos políticos de la modernidad política alemana, apuntando adonde no llegan las ciencias sociales: al corazón de los personajes, a los desgarros de cada uno y, sobre todo, a las biografías.
Über Menschen es, probablemente, la primera novela escrita acerca de la pandemia, razón de más para haber elegido leerla antes de otras que me aguardan con ansiedad. Pero también es una sobre un momento de la vida de un neonazi en una aldea insignificante del este alemán llamada Bracken. En fin, una articulación entre una situación límite que pone en jaque nada menos que a la existencia humana, y la violencia reactiva de un extremista, en un lugar casi incógnito, heredado de la Alemania comunista.
Comencemos por el lugar: Bracken
Bracken es una aldea de la comunidad Getwitz, cerca de la ciudad Plausitz, en la circunscripción Prignitz del país de Brandenburgo. Cuenta con 284 habitantes. La mayoría vota por el partido de la xenofobia organizada, Alternativa para Alemania (AfD). A ese lugar llegó a vivir un día Dora, treinteañera, diseñadora de profesión y políticamente autodefinida como liberal de izquierda, hija de un renombrado cirujano de la Charité (Joachim, JoJo) y exnovia de Robert, un ecologista autoconvertido en epidemiólogo frente al avance del covid-19. Dora es citadina cien por ciento y al primero que conoce en su nueva vida en Bracken es a un vecino semisalvaje llamado Gote, quien se define con orgullo como «el nazi de la aldea». Entre ambos, a través del muro (real y simbólico) que separa a las dos casas, se desarrolla una extraña amistad, centro de la novela.
Una aldea de la ex-RDA, hoy nido de los extremistas de derecha. Bracken no es una excepción. Si bien la xenofobia impera en toda la nación, sus bastiones se encuentran en los territorios excomunistas, sobre todo en los rurales y semirrurales. Vale decir, allí donde no hay muchos ciudadanos en el sentido no demográfico sino político del término.
Es sabido que la dominación comunista se basaba en la despolitización radical de la población. Lo alemanes del este eran habitantes, no ciudadanos. Su tarea política consistía en acatar toda orden que llegaba desde arriba. Hecho que provocó, a la larga, una aversión no-política a todo lo que viniera «de arriba» y «desde fuera». Ahora bien, las nuevas generaciones han heredado esa incultura política. De ahí que no sea falsa la tesis que afirma que el neonazismo es un fenómeno ambivalente. Por un lado es una protesta en contra de «los de arriba» y «los de afuera» y, a la vez —ese es el hecho paradojal— un clamor por una voz fuerte y patriarcal.
El nacional-populismo busca padres autoritarios y los encuentra en sus rabiosos líderes, tanto en los nacionales como en los locales. Cada partido nacional-populista es una microdictadura.
Para los habitantes de Bracken, «los de arriba» viven en las ciudades y los emigrantes también. Allí la guerra de las civilizaciones (Huntington) no tiene lugar entre Occidente y Oriente sino entre Berlín y Bracken, escribe con ironía Juli Zeh. Le faltó agregar: y al interior de cada uno; entre el ser bárbaro que todos llevamos dentro y el civilizado que somos hacia afuera.
En Gote, el amigo deportivo de Dora (según JoJo), la brutalidad del bárbaro está expuesta a flor de piel. En su estatura de 1,90 y en sus 100 kilos de peso, no hay un lugar sin tatuaje. Cuando habla, solo maldice. Alcohólico contumaz, ostenta un prontuario de violencia, incluyendo intentos de asesinato. La misma Dora se pregunta si en condiciones diferentes Gote habría sido igual a ese policía norteamericano que asesinó a George Floyd. Un ser definitivamente brutal.
Entendamos el término brutal en su doble acepción. Brutal porque es violento y brutal además de inculto e incultivado, esto es, un ser en bruto y, para colmo, orgulloso de su brutalidad. Todo lo contrario al exnovio de Dora: Robert.
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Robert era, visto culturalmente, la antítesis de Gote. Un producto académico-cultural. Originariamente pacifista, ecologista y, sobre todo, militante en contra de las contaminaciones que llevan al cambio climático y, por lo mismo, seguidor incondicional de Greta Thunberg. Dora lo admira, pero no puede disimular la inquietud que le causa tanta supremacía ética y científica. Robert siempre tiene razón y, además, demuestra tenerla. Es una enciclopedia portátil de números y datos. Dedica todo su tiempo a sus causas: no come carne, compra sus alimentos en los negocios bíos, en fin, un progre total. En palabras de Dora: Robert «pertenece a ese grupo que trasciende a esa especie fallida llamada ser humano«. Es un Übermensch, no en el sentido asignado por Nietzsche.
En Gote —no lo dice Zeh— Dora encontró la antítesis de Robert: un ser radicalmente natural, uno que no busca explicaciones a nada y que deja fluir sus pulsiones tanáticas, aun las más recónditas, hacia la superficie. En cierto sentido, un fauno o un hombre que ha retornado a los orígenes de la especie, un pobre diablo que no sigue ideas, ni siquiera ideas nazis, que no mantiene valores de ningún tipo, en fin, un salvaje premoderno y anticultural. Si se quiere, otro Übermensch, esta vez nietzscheano (dionisiaco), pero sin posibilidades de «nuevo comienzo». En cierto modo, un ser trágico.
Robert también era trágico, pero de otro calado. Seguramente, al igual que Gote, tiene un «yo», pero, como todo hombre moderno, ha logrado protegerlo. Su «yo» yace escondido detrás de un enjambre de teorías, ideologías, argumentos. Hecho que intimidó a Dora por razones opuestas a las que la intimidó Gote. El «yo» de Gote estaba cubierto con telas muy débiles, casi expuesto al aire libre. Y esa desnudez de su «yo», también le causaba miedo. De ahí venía su violencia, su locura homicida, su desesperación, sus borracheras con amigos tanto o más salvajes que él.
Ese «yo» de Gote quería sostenerse, quería ser alguien y por lo mismo necesitaba buscar su identidad en cualquier cosa, entre ellas la de ser el más nazi de toda la aldea.
A su modo, Gote convierte el terror que lo carcome, en odio a los demás: a los de arriba y a los de afuera. Los extranjeros —jamás conoció a alguno— solo eran el símbolo de su terror-odio. Su autodenominación, la de ser el «el nazi de la aldea» no era más que un pobre intento por ser alguien en lugar de ese ente aterrado frente a su propio abismo. No extraña así que Juli Zeh ponga de modo algo inapropiado reflexiones de Heidegger en la atribulada cabeza de Dora.
Según Heidegger, dice Zeh pensando en Gote, «el abismo es el saber que todo ser no es más que un estadio de transición entre el todavía-no ser y el no-ser-más». Pues bien, en medio de esa transición vive Gote. Pero de modo inexplicable para ella misma, Dora no rechazó a Gote como rechazó a Robert. No era amor, nunca lo definió así. Tampoco era sexo, nunca lograron revolcarse en alguna cama, ni siquiera hubo manifiesto deseo. No obstante, Gote ejerce frente a ella una atracción inexplicable. Puede ser que haya sido ese abismo, ese que llevamos todos y que en Gote era visible, pero en Robert no.
Para Robert, el covid-19 llegó a ser su destino manifiesto. En su lucha en contra de la pandemia, vio incluso en el covid-19 una posibilidad para cambiar el mundo. Así, cuenta Zeh: «Cuando Robert dijo que la pandemia era una bendición porque terminaba con la movilidad (de la globalización) Dora supo que tenía que irse».
En modo intelectual, Robert sufría del mismo mal que Gote. Este último decía que no estaba en contra de los extranjeros, siempre que se quedaran en su lugar, así como él estaba en su lugar. A su vez, Robert también deseaba que nadie se moviera de su sitio. Ambos, cada uno a su manera, se sentían amenazados por el paso del tiempo que lleva a la muerte y por la muerte que lleva a la nada, y como no hay tiempo sin espacio, ambos anhelaban congelar ese espacio en el tiempo. Eran en fin, humanos. «Demasiado humanos», diría Nietzsche.
Cierto que en algunos momentos ambos podían perder un poco el miedo de ser: Robert podía ser cordial, simpático, amable. El nazi Gote podía tener un cierto gesto de ternura frente a su hija Franzie, o gozar un asado antiecológico al lado de una hoguera prehistórica. El problema es que el cuerpo de Gote no tenía un alma que lo cobijara. El maligno tumor que lo llevó al suicidio fue la consecuencia más que la causa de su miedo-terror destructivo.
Interesante: Juli Zeh, fiel a su condición de narradora, no propone ninguna alternativa. Pero sí podemos deducir que ella está convencida de que, sea como sea, tenemos que aprender a convivir entre nosotros y con nuestros miedos.
Que así como hay muchos neandertales viviendo junto con los sapiens, siempre habrá seres bárbaros y desprotegidos entre y dentro de nosotros. E intuye que, mientras seamos humanos, es decir, cobardes, nunca nos podremos liberar del mal que nos acosa, sea nazi o no.
Solo cabe intentar, dice Zeh, que el miedo no ejerza el comando sobre nosotros. Ese miedo de ser en el mundo debería inducirnos al menos «a abandonar ese campo de gravitación del yo y entrar en el espacio de lo impersonal, una pieza del ser total y no una voz quebrada en un filme enredado». Más claro que Zeh lo dijo Steffens, uno de los dos gais de la aldea, al pronunciar frente al féretro donde yacía el cadáver del nazi Gote, las siguientes palabras: «Gote fue una mierda, pero él era uno de nosotros».
Sí, aunque no queramos: uno de nosotros, uno entre nosotros.
Nota: El título Über Menschen elegido por Julie Zeh, debe ser entendido en sus dos acepciones: Übermenschen o seres sobrehumanos en sentido nitzscheano y Über Menschen que también quiere decir sobre o acerca de los humanos.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), fundador de la revista POLIS, Escritor, Político, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol.
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