El obsesivo deseo de perder, por Américo Martín
Indalecio Prieto, líder socialista español y a quien bastaba mirar a sus semicerrados ojos para comprender que era uno de los políticos más inteligentes de la asediada España, pronosticó el aislamiento terminal de la martirizada nación si cometía el error de responder al avance de Franco asumiendo la verba de los comunistas soviéticos y los extremistas nativos. Parecía escrito que Inglaterra y Francia intervendrían para contrarrestar el masivo respaldo que Italia y Alemania le estaban brindando al movimiento nacional-falangista encabezado por el “caudillo por la gracia de Dios”.
Aunque el gobierno socialista francés de León Blum estaba atado a un tratado de defensa con los gobiernos cada vez menos moderados que se sucedían en el mando de la República, en realidad de verdad rehuía ostensiblemente cumplir el compromiso, más allá de apoyos retóricos y al final, ni eso. Igual, Inglaterra.
Por cuatro motivos socavaron la esperada solidaridad y naufragó el gobierno democrático: 1. el temor natural a envolverse en guerras 2. La presión radical que, junto a una bárbara división interna en el amplio movimiento republicano, bloquearon el manejo político y alejaron a los mayoritarios sectores partidarios de la más firme unidad 3. El uso de epítetos y descalificaciones contra quienes deberían ser tratados como aliados 4. La amenaza de venganza y muerte que consolidaba a los seguidores del fascismo por temor a ser aniquilados en la forma despiadada como predicaba el extremismo antifascista. No entendía éste el sentido instrumental de la Política, cuyo propósito es:
- ganar a todos los que se pueda, incluso de procedencia adversaria, lo que de paso evita los desenlaces sangrientos;
- y neutralizar a quienes no se pueda ganar, misión imposible si se les amenaza con terribles venganzas para el caso de un cambio de gobierno y si a quienes sugieran iniciativas flexibles –acertadas o no- se les tache de colaboracionistas, traidores, ladrones o bandidos, sin presentar pruebas ni permitir que defiendan su honor.
En fin, la anti-política, el odio frenético, el no saber distinguir entre aliados y adversarios ni apreciar la urgencia de aumentar los respaldos propios abriendo caminos de entendimiento al malestar en la otra acera. El informe amasijo de clamores maximalistas está destinado a una estrepitosa derrota.
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La pasión desbordada será vencida y sus cultores podrán reincorporarse a la moderada y serena razón, si así lo desean. Desde luego, nunca diré que el caballero Steed y la señora Peel –The Avengers– puedan creer que pensar distinto sea un delito tipificado como tal en el Libro de los Tiempos. Son sensibles y de buena fe.
La unidad es la premisa de los grandes cambios. El divisionismo descalificador lo es de las grandes derrotas. La unidad necesita oportunidades que la hagan posible. Ninguna más pertinente que la sombría sentencia del TSJ
Las universidades practican la enseñanza competitiva y de excelencia. Los países que cultivan el conocimiento expanden socialmente la enseñanza-aprendizaje porque saben que pobreza y subdesarrollo son incompatibles con desarrollo civilizado. En “La Venezuela de la decadencia” (con la venia de Pocaterra) la educación agoniza y las estranguladas universidades pierden calidad docente.
La sentencia 324-19 va contra autonomía y libertad académica, bases del creativo pluralismo, némesis del pensamiento único. Aboliendo Claustro y Asambleas de Facultades matan el cogobierno y el carácter electivo de las autoridades. Siendo causas tan sentidas, la resistencia contra la infeliz sentencia será heroica. Sé por experiencia que el malestar unificará a venezolanos de distinta procedencia –incluso del bloque en el poder- asqueados por el pésimo estado de nuestra Patria.
Esa unidad en ciernes seguramente restablecerá los fueros de la razón