El ocaso de los valores democráticos, por Luis Ernesto Aparicio M.
Vivimos tiempos donde los valores que alguna vez sostuvieron nuestras sociedades parecen desdibujarse en medio de un torbellino de cambios. Libertad, justicia, igualdad: principios que fueron la base de nuestras democracias, hoy enfrentan amenazas constantes, no solo externas, sino también internas, impulsadas por nuestra propia complacencia y falta de acción.
En este escenario, figuras con discursos autoritarios, promesas vacías y retórica polarizadora ascienden al poder por medios democráticos, solo para utilizar esas mismas instituciones y hacer más débil a la democracia que los eligió. Algunos ejemplos recientes ilustran esta dinámica: Viktor Orbán en Hungría, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, Nicolás Maduro en Venezuela, Nayib Bukele en Honduras, Javier Miley en Argentina, Donald Trump en Estados Unidos y otros con otras.
Es importante recalcar que, cada uno de estos líderes llegó al poder bajo promesas de estabilidad, orden o cambio, pero rápidamente erosionaron o pusieron a prueba los principios que los llevaron al gobierno y que con argucias, pretenden manipular las leyes y hasta las constituciones para extender sus mandatos a cuenta de presentarse como únicos y verdaderos salvadores de las naciones.
Algunos han enfrentado denuncias por corrupción, abusos de derechos humanos o retórica divisiva, pero, paradójicamente, siguen contando con el respaldo de las masas. Esto revela una peligrosa inclinación hacia el culto a la personalidad y la erosión de los principios fundamentales que nos unen.
La metáfora del cuento de «Pedro y el Lobo» hoy adquiere un nuevo significado. En esta versión invertida, son las ovejas quienes celebran la llegada del lobo, entregándole el control de sus vidas y sus derechos. Lo que antes era una advertencia se ha convertido en una realidad: elegimos líderes que desmantelan las bases de la convivencia democrática y perpetúan la desigualdad.
¿Cómo llegamos aquí? La desinformación y la manipulación de la verdad son herramientas clave en este proceso. Las redes sociales, diseñadas para conectar, se han convertido en armas de división, alimentando la polarización y la desconfianza en las instituciones. Mientras tanto, quienes prometen defendernos, construyen imperios personales sobre las ruinas de nuestras esperanzas colectivas.
A esto se suma el auge del populismo que ha jugado un papel crucial en esta dinámica. En lugar de apelar a consensos y construir políticas inclusivas, los populistas se presentan como salvadores de «un pueblo» frente a una élite corrupta, simplificando los problemas complejos en soluciones inmediatas. Promesas irreales generan expectativas que no pueden cumplirse, pero mientras tanto consolidan su poder. Utilizan la retórica del enemigo externo o interno para desviar la atención de sus propios fracasos, aprovechándose de las redes sociales y la desinformación para amplificar su alcance.
Sin embargo, aún hay esperanza. La misma humanidad que ha permitido este desvío tiene el poder de rectificar. Necesitamos recuperar el sentido crítico, fortalecer nuestras democracias desde la base y rechazar los discursos que nos dividen.
La historia nos ha demostrado que, aunque el camino sea largo y difícil, los valores fundamentales pueden resurgir con fuerza cuando las sociedades se unen en torno a un propósito común.
*Lea también: Defender la Constitución: nuestra última línea de resistencia, por Stalin González
Aunque el título para esta opinión se muestra como «su perdida», el futuro de la democracia no está garantizado, pero tampoco está perdido. Puede que nos acerquemos a unos años muy duros para ella y todos los amantes de las libertades, el colectivismo y la justicia, pero igual resurgirá fortalecida. Depende de nosotros decidir si queremos seguir siendo espectadores de su declive o protagonistas de su recuperación.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.