El odio que nos cobija, por Alexis Rosas

Noto mucho odio en el país. El odio nos cubre como una inmensa mortaja que presagia tiempos más oscuros. Hay odio en quienes detentan el poder y en muchos de aquellos que se les oponen. Unos hablan de la paz y el amor y llaman a los colectivos, suerte de paramilitares infames, a salir a la calle, armados, a defender lo indefendible; a matar a ciudadanos indefensos. Aprueban una ‘Ley Contra el Odio’ escrita con letras de odio para encarcelar a los ciudadanos sin fórmula de juicio, entre gallos y medianoche, cuando «a la sombra no trabaja sino el crimen», como dijo Bolívar.
Otros, opuestos, no pierden bala en las redes sociales para vomitar odio contra tirios y troyanos. Incluso vierten el odio en sus mismos dirigentes a quienes acusan de traidores. Y, peor, escupen palabras altisonantes, hiperbólicas y soeces contra aquellos enemigos que han fallecido. Ni la paz de los sepulcros se salva de los denuestos, la escupitina escatológica de los guerreros del teclado. Este odio lleva tiempo y no augura nada nuevo. No augura avance alguno. Porque no avanza quien hace lo mismo que le crítica al adversario.
Nada bueno se construye sobre los cimientos del odio. Eso lo entendieron los gobernantes exitosos. Lo entendió Nelson Mandela y lo entendió Lech Walesa, ambos ganadores del Premio Nobel de la Paz.
Lo entendió San Agustin cuando dijo: «El odio es el veneno que te tomas creyendo que es el otro el que va a morir».