El ojo del amo, por Teodoro Petkoff
La verdad es que algo debe estar oliendo el presidente en relación con el mundo militar que lo ha llevado tanto al anuncio de un banco específico para la Fuerza Armada como a la nunca vista disposición de despachar también desde Fuerte Tiuna. En otras palabras, el país tendrá tres ministros de la Defensa. Uno, el titular formal, instalado en La Carlota; otro, el jefe de la FA, despachando desde donde lo hacían los anteriores ministros militares, en Fuerte Tiuna (la simbología importa), y, finalmente, el propio presidente, al ladito de este último, porsia.
La designación de José Vicente Rangel puso al descubierto una situación en la FAN con la cual el presidente no contaba y que lo condujo a cometer lo que ahora se ve como un error de cálculo. De aquellos tiempos en que se rechazaba cualquier paralelo con el Chile de 1973, asegurando, no sin arrogancia, «Yo no soy Allende; yo tengo la Fuerza Armada», a estos, en que cualquier precaución parece poca, han pasado muchas lunas. A Chávez no puede habérsele escapado el «detalle» de que la virulenta reacción contra Rangel (cubanófilo, amigo de la guerrilla colombiana, protector de los guerrilleros sesentosos, enemigo de los Estados Unidos) le calza perfectamente a él mismo y que los tiros, por mampuesto, le estaban dirigidos. Su rápida y decidida respuesta, creando, a los dos días, un cargo inexistente y no previsto ni siquiera en el texto legal nuevo y del cual, típicamente, dijo que «lo incluiremos después en la ley», da cuenta del grado de ebullición que alcanzó la minicrisis castrense. Por lo visto, no ha sido suficiente; Chávez quiere estar personalmente en el centro de toma de decisiones militares. Siente que su ascendiente, en cuarteles y fuertes, se ha cuarteado. Restablecer el statu quo requerirá habilidad y paciencia y, básicamente, un verdadero cambio en el modo de relacionarse con el país en su conjunto. Porque de aquí arranca todo. La designación de Rangel ha sido un acto atrevido pero de claro signo modernizador y las maniobras posteriores han sido para poder mantener la decisión y no para echarla atrás. El deber de la FA es acatarla y favorecer una adecuada relación con el ministro civil. Pero el acatamiento de las políticas gubernamentales, en todos los órdenes de la vida nacional y no sólo en el militar, surge de la construcción de consensos y acuerdos y no de la conflictividad artificial. Por eso el país ha acogido con espíritu positivo los todavía tímidos e inciertos gestos conciliadores provenientes del poder. Nos atrevemos a vaticinar que si ellos terminan por ser flor de un día y no una estrategia definida, los tiempos que vienen serán cada vez más borrascosos. Chávez debería leer una carta de Bolívar a Santander, por allá por 1820 y pico, para descubrir qué quiso decir el Libertador cuando le escribió aquello de que «con modo todo se puede»