El olor del dinero, por Aglaya Kinzbruner
X: @kinzbruner
Hace unos días una hermosa y valiente periodista, la joven Germania Rodríguez Poleo, hija de Patricia Poleo, publicó en X (@iamGermania) unos videos acerca de un artículo del New York Times donde pintan la vida en Venezuela como puro «Disney». Indignada refutó inmediatamente esa presentación de los hechos y eso le costó los dos empleos que tenía. En sus videos dice que no cree que la periodista o el New York Times hubiesen recibido dinero como tal, sino que todo se debe a una confrontación de poderes.
Como escribidora simpatizante quisiera refutarle que hace tiempo ya el New York Times no es el mejor periódico de Estados Unidos , quizás sean mejores el Boston Globe que ha ganado dos premios Pulitzer y es ampliamente leído por los proper Bostonians, el Wall Street Journal y el Washington Post, y que el poder en muchos casos es para conseguir dinero tal como el dinero es para conseguir poder.
En estos tiempos de los fake news y click baits hay que cuidar mucho las fuentes y algunas tristemente han sufrido un creciente proceso de burdelización.
En cuanto a la vida en Venezuela, haciendo a un lado las oscuras razones que quieren pintar una realidad maravillosa, ellas están más bien entre el naturalismo de Horacio Quiroga y el realismo mágico de Gabriel García Márquez , o sea pura ficción. Tanto es así que estamos volviendo sin querer al refranero criollo de ayer, a ver: – ¿Cómo va la cosa? Y el vecino contesta: – pues ya tú sabes, buscando el medio para juntar el real o –en la lucha por la locha por la leche. – Eso consuela porque volver al pasado tranquiliza siempre por la antigua conseja de que todo pasado fue mejor.
Y, no podemos dejar de contar una anécdota de hace mucho tiempo atrás. En tiempos de la antigua Roma, el emperador Vespasiano (9 d.C. – 79 d.C.) construyó lo que hasta el día de hoy se llaman vespasianos, unos urinarios públicos ubicados en las aceras del centro de la Ciudad Eterna. ¿Por qué? Dos razones primordiales. Una la más obvia, el alivio de una necesidad física y la otra, eso permitía la recolección de orina. Y esta última se vendía a muy buen precio porque era útil en la industria del cuero y en las lavanderías.
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Encarado por su hijo Tito a quien esa costumbre no le parecía muy estética para decir lo menos, Vespasiano le dijo – en primer lugar, cierra los ojos. Luego agarró una moneda y la pasó por un recipiente con dicho líquido, luego se lo pasó por la nariz. – ¿A qué huele? – preguntó a boca de jarro. Estupefacto Tito abrió los ojos y miró a su padre, – A nada – contestó escueto. ¿Ves? – dijo Vespasiano – Pecunia non olet. ¡El dinero no huele!
P.D. Hasta el día de hoy en París hay vespasianos en pleno servicio. Se llaman vespasiennes y están ahora siendo reemplazados por sanisettes que favorecen a los dos sexos.
La imagen de portada fue creada con IA
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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