El orden del amor, por A. R. Lombardi Boscán

En recuerdo y agradecimiento: Nonno Gerardo y Nonna Letizia.
La principal virtud de esta película italiana es que aborda la psicología familiar en un entorno aislado, con muchas carestías y en un contexto extraordinario como lo es toda guerra. Nadie permanece inmune a los vientos de la guerra. «Un día de batalla es un día de cosecha para el diablo».
Y la guerra no sólo ocurre entre naciones. También están las guerras civiles. Un buen amigo español, Jordi Canal, las define como inciviles. La matanza entre hermanos es la más insidiosa de todas porque luego de la masacre, se mantiene la convivencia hostil con tus vecinos y hasta familiares. Y la venganza del ganador es proporcional al que perdió.
Sobran los ejemplos de revoluciones ensalzadas hoy en día que se gestaron desde el crimen. La Revolución Francesa en 1789 es una de las más emblemáticas. La venezolana con su gloriosa Independencia. Ni se diga.
La madre de todas las revoluciones, la rusa en 1917, hizo colisionar a los rojos y blancos. Toda Revolución invita a su Contrarrevolución. El poder es el botín. Mandar y estar arriba es mucho mejor. Los enemigos internos deben ser destruidos. En Rusia, esa guerra civil (1917-1923), les acarreó entre 6 y 10 millones de muertos.
Otra espantosa guerra civil fue la española (1936-1939). Sus dolorosas secuelas siguen enrareciendo la vida de los españoles aún después de ochenta y seis años. La italiana con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) también fue otra guerra civil. Esta idea es para la mayoría una novedad. Entre 1943 y 1945 se enfrentaron los mismos italianos en el contexto muy dramático y confuso de una doble invasión. En el sur por parte de los Aliados y en el norte por parte de los alemanes. La resistencia partisana, conformada por los comunistas mayoritariamente, se peleó contra los fascistas. En el medio, la mayoría de una población apesadumbrada, orando por el regreso de los hijos sanos y salvos.
Es en esta realidad del pasado que se desarrolla el drama familiar de «Vermiglio». Un pueblo anclado y aislado en los Alpes. De paisajes imponentes con una belleza que amplifica la melancolía bella. Muchos hijos para honrar a Dios. Y para ganarle a la muerte que se los lleva como moscas.
Rutinas estrechas y silenciosas. Los miedos naturales de todos ante un presente doloroso y un futuro aún más incierto y percibido como amenazante. El ecosistema familiar es patriarcal. Aunque son las mujeres quienes soportan estoicamente la muy dura vida doméstica. La ortodoxia de un catolicismo conservador contribuye a una vida de penitencias y resignaciones.
Las jerarquías se respetan. El orden es presidido por la autoridad y reputación del padre. El padre es el maestro del pueblo y por lo tanto una luz en la oscuridad. Su amor por la música como: «alimento del alma» es una forma de abrevar su sensibilidad dentro de un entorno árido. La esposa, abnegada y cansada de parir, le reclama por ese dispendio ante la urgencia de tantas bocas por alimentar. No hay matrimonios sin desavenencias. Y más si se trata de las urgencias apremiantes que trae la pobreza.
Las tradiciones mandan. El nacimiento es el mandamiento de una condena o un privilegio. Lo saben los protagonistas y apenas tienen libertad para volar alto. «Siempre sucede lo inesperado». En «Vermiglio» el amor es una esperanza contra el mal. Una oportunidad de sobrellevar la existencia con ilusión a pesar de los pesares. Sólo que la realidad dicta sentencias incomprensibles que aniquilan los deseos.
Rehacerse ante el vacío y la derrota es el límite del carácter de una persona. La melancolía es un «puerto de sombras», una huida espiritual y física para intentar salvarnos.
«Vermiglio» es un tipo de cine persuasivo e intimista. No hay las velocidades al uso. No es un entretenimiento fetiche. Es el recuerdo de muchas familias italianas que, por causa de la guerra, los despotismos y la miseria tuvieron que «hacer la América».
Romper con sus orígenes no debe ser nada fácil. Extrañar lo que nace con nosotros mucho menos. La mayoría de estas familias, con centenares de obstáculos, lucharon con tesón y compromiso por salir adelante y brindarles a sus hijos las oportunidades que a ellos les fueron negadas.
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«Vermiglio» es básicamente un homenaje honesto al amor parental. También a un tipo de cine: el neorrealismo. Sólo que en clave de siglo XXI.
Ahora entiendo un poco mejor el recuerdo nostálgico de mi querido padre por sus ovejas de la infancia.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia, Representante de los Profesores ante el Consejo Universitario de LUZ
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