El país de los estómagos agradecidos, por Gustavo J. Villasmil Prieto

“Ven a mí, que tengo flor”
Hugo Chávez, circa 2008
Sostengo que una de las claves que explican nuestras derrotas frente al chavismo reside en no haber sabido enfrentar la naturaleza esencialmente amoral de su régimen. Pocos se atrevieron a encarar al chavismo en el terreno de lo ético, mi apreciado Emeterio Gómez entre los primeros. Antes bien, nos encerramos en una crítica centrada en argumentos técnicos y basada en análisis de brechas mas bien “facilones” que muy lejos están de poner el dedo en la úlcera profunda y dolorosa que ha dejado el chavismo en la carne de Venezuela.
En materia sanitaria sobreabunda este tipo de análisis, cuya utilidad tampoco es que nadie esté poniendo en duda. Pero los tecnócratas, tan dados a tales duelos numéricos, parecen no haber entendido, como decía Emeterio, que la confrontación que se libra en Venezuela es esencialmente ética. De tanto abusar del guarismo, los tecnócratas han terminado –apelando a la gran Hannah Arendt- por banalizar el mal. Lo han cubierto con un ropaje sin duda más liviano: el de la “incompetencia”.
No ven – o no pueden ver, quizás- que mucho más que a una cleptocracia incompetente, enfrentamos un régimen esencialmente malvado. “Se vacunó a menos del 35% de la población contra la poliomielitis siendo que debió vacunarse al 95%”. ¿Y quién ha dicho que una revolución comunista se hace para vacunar niños? “Disponemos de menos de la mitad de las camas hospitalarias estimadas” ¿Es que acaso la peritonitis del uno o el tumor del otro han sido o son preocupación para un régimen que vino a coronar una visión de la historia, no importa cuántas vidas eso cueste? Ni esta ni ninguna revolución comunista en el mundo se ha ocupado jamás de eso.
Consistente con su idea de poder, el régimen chavista se lanza hoy a franquear la última de las fronteras en materia de control social: la del control ejercido sobre nuestros propios cuerpos. Ya no se trata de controlar los medios de comunicación, la propiedad, la educación, la actividad económica, etc. No. Eso ya lo lograron. Pero sucede que para cualquier totalitarismo, la necesidad de control no se agota en los alimentos, la vivienda, el empleo o la movilidad de las personas.
Para pervivir, los totalitarismos necesitan controlar directamente sus vidas. Para los fascistas italianos, el instrumento para ello fue la “tessera di riconscimento”. Para los nacionalcatólicos españoles (franquistas), la “tarjeta de racionamiento”, con la que el Generalísimo se empeñó en hacer del suyo un país de estómagos agradecidos. Lo mismo que el chavismo pretende hacer hoy de nosotros.
Con la revolución castrista vendría una tarjeta de similar concepción con la que el régimen cubano logró una versión superior pero todavía elemental de control social si se la compara con la última creación que en el campo de las tecnologías de inspiración orwelliana acaba de parir el chavismo: el Carné de la Patria
«¡Ven a mí, que tengo flor”. No bromeaba Hugo Chávez con aquello. El tiempo nos demostró que a la voz de la conocida exclamación, típica del juego de naipes que tan popular es en el oriente venezolano, cosas terribles –cierres, expropiaciones, devastadores decretos económicos- seguirían. ¡Pues hela de vuelta aquí con el Carné de la Patria! Estamos ante una nueva economía del poder que tiene como objeto al cuerpo mismo de la persona.
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Entramos en el tiempo de la por Michel Foucault llamada “biopolítica”. El foco del poder no es ya la propiedad del hombre, sus derechos, sus libertades. Ni siquiera su pensamiento. Ahora lo es su cuerpo mismo. ¿Tienes hambre? “¡Ven a mí, que tengo flor!” ¡Este carné es y será el único medio para acceder a alimentos para saciarlo! ¿Necesitas retirar los fondos de tu pensión a la que te hiciste acreedor tras toda una vida de trabajo? “¡Ven a mí, que tengo flor!” ¡Este carné es y será el único medio para acceder a ellos!
Estamos a poco de ver como ante la necesidad de un medicamento, el “ven a mí, que tengo flor” representado en el macabro carné opere de modo tal que quien no lo porte no tenga acceso a su dispensación
¿Diabético? ¿Anticoagulado a causa de tu fibrilación auricular? ¿En quimioterapia por cáncer? ¡“Ven a mí que tengo flor”! Porque a la insulina que necesites, la warfarina o lo que fuera solo tendrás acceso por el mecanismo fijado por el régimen y a cuyas taquillas solo accede aquel que previamente se haya retratado con el infame carné.
Es el poder ejercido a nivel molecular. Poder que disciplina y castiga al tiempo que esparce migajas discrecionalmente exigiendo a cambio la perruna adhesión del estómago agradecido que las reciba.
Estamos ante la revelación, más allá de toda duda, de la naturaleza esencialmente siniestra del régimen rojo, cabeza de una revolución que vino a mandar y no a curar venezolanos enfermos. La contrargumentación, por tanto, mucho más que técnica debe ser sobre todo ética. Cualquier otra cosa equivaldría a banalizar el mal disfrazándolo de “falla técnica”.