El país opaco, por Pedro Luis Echeverría
Twitter: @PLEcheverría
El culto que los seguidores del régimen rinden a la memoria de Chávez constituye un proceso paralelo que pretende construir una nueva épica en torno a la figura del golpismo, al tiempo que, concienzudamente, trata de destruir el pasado histórico de Venezuela.
El régimen esparce por doquier la semilla de su propia deificación mediante un insistente, tosco, pero eficiente adoctrinamiento que funciona, en parte, debido a que se han dedicado pertinazmente a la tarea de establecerlo y porque no han escatimado recursos para hacerlo. También porque la oposición se ve limitada a la controversia periodística.
En tal sentido, el régimen trata de arroparse con un engañoso manto de altruismo, para mostrarse implacable contra los supuestos enemigos de su causa, y promocionarlo como un acto de lealtad con el pueblo. Sabe que el desarrollo del culto «del proceso», con una falacia bien montada, es una forma de dominación. Se vale, entonces, de una retórica rimbombante y mentirosa en la cual no falta la autocompasión y la agresión a sus adversarios sino que también se presenta como un trágico héroe que enfrenta a un enemigo colosal al que, supuestamente, está llamado a combatir por voluntad de designios divinos.
El régimen se vende como una revolución reivindicadora que le demanda se convierta en una dictadura dotada de autoridad omnímoda que concentre y exija para sí lealtad y obediencia absolutas.
En este modelo de exaltación de la mentira la desinformación y la opacidad de la gestión de gobierno ocupan un lugar preponderante. En ese modelo, la verdad es la más grave amenaza que atenta contra ese descabellado propósito.
*Lea también: ¿Negociar o cavar su tumba?, por Freddy Núñez
El miedo colectivo es otro componente de este infamante proyecto, por ello, muchas personas en nuestro país no se atreven ni siquiera a pensar. La autocensura de los asalariados del gobierno es otra característica; jamás se oye alguna crítica al régimen de parte del funcionariado a su servicio. Asimismo, el régimen no ha tenido escrúpulos para usar a altos oficiales militares para reforzar y mantener la existencia de este opresor modelo de control social.
Para lograr todo esto ha creado un ambiente de terror que paraliza y neutraliza, tanto a sus opositores como a sus colaboradores; le gana la adulancia de ciertos grupos de la clase media y le permite comprar la no participación del no oír ni ver de los sectores más humildes y vulnerables de la población. Pretende ejercer el poder absoluto y que este no pueda ser desafiado so pena de que quién se atreva a hacerlo se ciña a su alrededor el círculo de la soledad, sea tildado de traidor y otros epítetos degradantes y sufran, él y su familia, la vesania perversa del sistema represivo gubernamental.
La pretendida simbiosis del culto a Chávez y la lucha de clases forman parte del plan de subyugación de los venezolanos. Al régimen y sus acólitos, la visión liberal del manejo de la economía les molesta.
No soportan que la vía capitalista del emprendimiento y la libre empresa sea de éxito y que su modelo haya resultado un verdadero desastre. Se sienten dolidos cada vez que los hechos reales demuestran su incompetencia como gobernantes y por ello necesitan reforzar considerablemente su autoridad, para lo cual la propia deificación de su gobierno resulta imprescindible. Por eso, el régimen trata de mimetizarse con la figura del Estado: si el régimen es amenazado, la patria también lo está. Si deja de gobernar, el país sería ingobernable.
Afortunadamente, el pueblo venezolano, después de sufrir durante 22 años carencias, engaños y frustraciones ya no atiende el llamado vocinglero de estos ególatras demenciales y, con creciente decisión y voluntad, está tratando de imponer la vigencia de una mejor opción para su futuro y el de los suyos.
Pedro Luis Echeverría es economista y consultor.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo