El país sin cabeza por Fernando Rodríguez

El título no alude a la Venezuela de los últimos tres lustros, vista en su totalidad, aunque bien le convendría. No, nos referimos a la ausencia súbita y enigmática del presidente Hugo Chávez en estos días que, para empezar, no es ni temporal ni definitiva, simplemente es.
Confesamos que no somos aficionados al periodismo quiromántico que logra penetrar en las más secretas alcobas o a los médicos videntes a distancia por lo cual, defraudado lector, no vamos a revelar ningún secreto deslumbrante.
Uno intenta usar el sentido común, tarea compleja si las hay, para tratar de ver algo entre las sombras de ese viaje nocturno, sin despedida ni recibimiento, sin imágenes ni protocolo, sin algunos minutos de despedida al amado pueblo, por televisión al menos y bien sentado. Sobre todo sorprende por la fecha escogida para la terapia anunciada, tal como está descrita tan usual que en los Spa locales la administran, y el contexto nacional que la rodea.
En la mera puerta de unas elecciones sumamente importantes en cuya campaña el Caudillo no dijo esta boca es mía, cuando en similares torneos solía decir lo contrario, no hay otra boca que la mía.
Además en un momento de transición en que el pueblo se le había vestido de originario y en un mes le iba a mandar millones de mensajes al Presidente para que los integrara a su programa para el futuro gobierno, a presentar el 10 de enero, suceso nunca visto en la historia universal, según voceros gubernamentales y de lo cual no tenemos la menor duda. Además en momentos en que parecían moverse asuntos de mucha monta como amnistía y pacificación, fin de la regaladera, eficiencia como bandera, crisis descomunal anunciada por los economistas agoreros de siempre y otra novedades inquietantes. Y por último tiempo de hallacas, soberbios dulces de lechosa y pesebres criollos.
De todo lo cual se podría concluir, sin atentar contra la prudencia, que es un viaje muy intempestivo. Tanto que la abnegada Jacqueline Faría se está ocupando de enviarle electrónicamente a La Habana los mensajes del pueblo, por ejemplo la justa petición de los comuneros de Guarenas de que le construyan una gallera, para su debido análisis y valoración entre oxigenada y oxigenada. O que los candidatos a gobernación andan predicando que ellos no existen, así sean visibles, sino son emanaciones del propio Chávez.
O del rollo jurídico que ha quedado por la peculiar ausencia en un período de transición y del que da buena cuenta el nombramiento por unas horas del ministro Navarro como Vicepresidente interino, mientras Maduro, que es algo así como Cuasipresidente, se da una vueltica por Lima.
Ante esas evidencias, ciertamente dilemáticas, nosotros barruntamos que la cosa es seria. Pero hay gente y mucha que cree que todo esto es mentira pura, teatro, misión lástima y que a ellos no los vuelven a engañar porque en unos días estará jugando de pitcher en un juego televisado. Bajísima credibilidad, se diría. Incertidumbre y desasosiego.
Todos sabemos en el fondo que este clima prenavideño, preelectoral y bastante opaco políticamente hablando esconde potenciales peligros muy graves para la vida republicana, la poca que nos queda. Son las consecuencias, entre otras cosas, del manejo secretista y manipulador de un suceso tan público y tan serio como la grave la enfermedad presidencial: el que el avión ande sin el único piloto que por tanto tiempo ha tenido y por ende andemos volando a ciegas. Amárrense los cinturones y enderecen sus asientos.
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