El papel del exilio durante la dictadura militar, por Pedro Benítez
Twitter: @PedroBenitezF
A raíz del golpe de Estado del 24 de noviembre de 1948 contra el presidente Rómulo Gallegos, en el partido de gobierno derrocado se tomó, casi automáticamente, una determinación: no importaba lo que ocurriera de ahí adelante, la dirección política del mismo debía permanecer, a toda costa, en el país. La norma que permaneció vigente durante toda la década de la dictadura militar (1949-1958) partía de la lógica según la cual toda decisión que tuviera que ver con la lucha política en Venezuela se tomaría dentro de Venezuela. La dirección clandestina tomaba las decisiones y los riesgos, los dirigentes en el exilio la respaldan.
Aunque esa conducta dio pie a disputas y desencuentros entre el exilio y la resistencia, no existe evidencia escrita o se conoce testimonio de que fuera cuestionado en alguna ocasión.
Esta práctica, típica de ciertos partidos revolucionarios, la adoptó Rómulo Betancourt cuando organizó al clandestino el PDN (antecedente de Acción Democrática) durante los años 1939 y 1940. Cuando a fines de este último la policía del general López Contreras lo atrapó, enviándolo al más corto de sus exilios en Chile, Raúl Leoni lo reemplazó al frente de la pequeña organización.
Una de las cosas que más le marcó en su primer encuentro con los viejos exiliados antigomecistas era la desconexión que estos exhibían con la realidad venezolana. Ese era un error que estaba decidido a no repetir.
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En las cartas que él, Leoni y Valmore Rodríguez se cruzaron durante los años ‘30, siendo todavía el general Juan Vicente Gómez el amo supremo del país, Betancourt escribía que llegaría el día en el que regresarían a fundar un partido político en Venezuela; que luego vendrían más exilios y dictaduras, pero el partido continuaría su labor de organización y propaganda dentro del país.
Uno de esos momentos llegó en noviembre del ‘48. Tal como se había previsto, la norma se aplicó y se respetó. Betancourt siguió siendo presidente del partido en el exilio. Pero las decisiones sobre la lucha en Venezuela las tomó el CEN del interior que operaba en la clandestinidad y al frente del cual estuvieron, sucesivamente, como secretarios generales hasta 1954: Octavio Lepage, Luis Augusto Dubuc, Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevali, Antonio Pinto Salinas y Eligio Anzola Anzola.
Las condiciones para la labor política eran extremadamente precarias por la sistemática persecución de la Seguridad Nacional que le costó la vida a Ruiz Pineda y luego al poeta Pinto Salinas.
Las relaciones entre los exiliados y los que permanecían en la resistencia interna no estuvieron exentas de roces y conflictos. La decisión adoptada en conjunto por Betancourt y Ruiz Pineda de llamar a la abstención en las elecciones que impuso la Junta de Gobierno en 1952 fue polémica y al final no fue acatada por los seguidores de AD que votaron masivamente por el URD de Jóvito Villalba.
Otro momento de desencuentro aconteció cuando el CEN clandestino, dirigido por Simón Sáenz Mérida, optó por colaborar con los comunistas, algo a lo que Betancourt se oponía rotundamente por la pelea histórica que tenía con ellos desde los años ’40 pero que acató. De ese giro nació la Junta Patriótica que finalmente coronó la lucha democrática el 23 de enero de 1958.
Durante toda esa etapa la vieja guardia fundadora del partido a la que se le impuso el ostracismo respaldó solidariamente a sus compañeros que corrían los riesgos físicos dentro del país, aunque no siempre estuvieran de acuerdo con sus decisiones.
Este relato es solo uno más de la abundante historia de contradicciones, dudas, errores y aciertos que han caracterizado las difíciles luchas de los demócratas contra los regímenes tiránicos en todo el mundo.
El ingrato exilio que la persecución le impuso a muchos de los opositores venezolanos durante el régimen militar fue respondido con una madurez y sentido del deber que ayudó a compactar a la causa democrática.
Pedro Benítez es Historiador. Profesor de Historia Económica en la UCV.
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