El perro sobre la tumba de un derecho, por Beltrán Vallejo
Autor: Beltrán Vallejo
Hace unos días leí la noticia de un perro en Argentina que, después de 10 años junto a la tumba de su amo en el cementerio, falleció aquejado por su edad y las enfermedades. En verdad me conmovió la enternecedora fidelidad de un noble animal que no abandonó a su amo por años, aun estando muerto; por cierto, dicho caso se asemeja a la hermosa “lealtad” necrofílica que actores políticos mantienen con el voto en Venezuela, ya que pretenden seguir durmiendo delante de un sepulcro.
Cuando Chávez violentó el mandato impuesto por su derrota en aquel memorable referendo del 2007, e introdujo el Estado Comunal mediante el subterfugio de leyes habilitantes, ahí se pulverizó el derecho al sufragio. Cuando Chávez le quitó a la Alcaldía Mayor el 90% de las competencias y presupuestos, al momento de la victoria opositora, ahí también destrozó el voto popular. Cuando a cada gobernación lograda épicamente por algún demócrata se le colocaba un gobierno paralelo con el nombre de “protectores”, ahí también se ridiculizaba y se pisoteaba el voto. Cuando el CNE se negó abrir los cuadernos de votación en aquella álgida elección presidencial donde Maduro ganó por una minucia a Henrique Capriles, a pesar de las sólidas exigencias bien argumentadas que requerían corroborar dichas cifras ante unos resultados con tan estrechísimo margen, también en ese momento se le dio una puñalada al camino electoral.
Y continuando con el viacrucis del sufragio en Venezuela, también se le cayó a plomo a la figura del voto cuando el TSJ le dio un “golpe de Estado” a la recién electa Asamblea Nacional en 2.015, donde anuló a los parlamentarios electos en Amazonas con el alegato que habían incurrido en “delitos electorales”.
Por supuesto, tampoco olvidemos las marramucias implementadas por el CNE y las mafias de los tribunales, quienes impidieron el referendo revocatorio en el 2016, dándole un golpe de estado a la soberanía popular.
Pero el colmo fue el 2.017 en tres escenarios: primero el fraude que montó el propio CNE con las fulanas elecciones de esa camonina denominada Asamblea Nacional Constituyente, delito desenmascarado por la empresa Smartmatic, la empresa que hasta el mes de julio era la encargada del conteo de votos electrónicos, quien denunció la manipulación de la data con al menos un millón de votos inflados. El otro escenario fue durante la elección de gobernadores, cuando el CNE amañó los lapsos, contaminó el tarjetón electoral, y cambió de sus centros de votación a más de 700.000 electores; y como pináculo, el fraude cometido sobre Andrés Velásquez en el Estado Bolívar, quien tiene en sus manos el 100% de las actas designándolo como ganador de los comicios, pero dicho resultado fue dejado de lado por un “acta de totalización” de la junta electoral regional. Y como tercera parte de la película, la elección de alcaldes se desarrolló con la agudización de los puntos rojos a las puertas de los centros de votación para controlar a los votantes a través del “bienaventurado” carnet de la patria y su enorme poder sugestivo de control biopolítico.
En fin, hace rato que murió el voto libre en Venezuela; hace años que expiró el derecho al sufragio como esencia democrática; sin embargo, algunos actores políticos, por fidelidad necrofílica, no abandonan la losa mortuaria, y no terminan de admitir que las elecciones realizadas durante todo este ciclo histórico de construcción totalitaria sólo han tenido un resultado de hambre, y un olor a sangre y a mierda.
No vale la pena seguir moviendo la cola delante de una tumba.
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