El personaje del año, por Gregorio Salazar
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Estoicismo ante lo que significó otro año de vulneraciones a la Constitución nacional y a las leyes, la continuidad en el desmantelamiento de las instituciones mediante el abuso impúdico del poder, la conculcación de derechos civiles y políticos, principalmente el trabajo, la educación y la salud, a la libertad de expresión y, como tétrico telón de fondo, una economía que apenas resuella, estancada y depauperada.
Estoicismo en lo que representa la fuerza de voluntad para no rendirse, la firmeza ante las adversidades, el control de las pasiones frente los retos provocadores y sobrevenidos desde el pináculo del poder, allá donde cinco personas pueden decidir y disponer – y así lo quieren a perpetuidad – de la vida y bienes de los venezolanos.
El régimen se agita, hace aspavientos, fanfarronea de cualquier magro avance y disimula las señales de su hundimiento, evoca «desencadenantes», trata de obstruir—y muchas veces lo consigue– cualquier acción cívica que señale sus desmanes, aplasta derechos políticos inalienables que, sabe bien, de permitir que sean ejercidos cabalmente lo dejarán en menos de un año al hombrillo del poder. Eso sí, mueven todo menos el salario.
Reclaman para sí en los foros internacionales patentes de demócratas, pero en lo interno el pueblo venezolano presenció –sólo para recordar lo más reciente— cómo se «inhabilitó» a la dirigente que desde comienzos de año se perfilaba como ganadora de las primarias opositoras y, a la fecha de hoy, con la indiscutible primera opción para triunfar en las elecciones presidenciales del 2024.
Así mismo –y con el mismo objetivo obstruccionista– hemos presenciado cómo se desmembró el Consejo Nacional Electoral (CNE), se convirtió al acólito «inhabilitador» en presidente de ese organismo, que a la fecha mantiene el mayor de los hermetismo sobre el cronograma electoral, la participación de los venezolanos en el exterior, la actualización del Registro Electoral Permanente y otros pasos a los que supuestamente se han comprometido en la mesa de diálogo y más directamente con los Estados Unidos a cambio del desahogo petrolero.
Pero de todos los reveses que el régimen ha encajado durante los últimos años no hay ninguno que le mortifique más que la pérdida del favor popular. Ese encanto, esa conexión supuestamente mágica y espiritual, base de cualquier resteo que tanto ponderaba el encuestador oficial (y muy bien pagado) del régimen se ha diluido como sal en el agua.
De esa mortificación nació el referéndum sobre el Esequibo. Envuelto en la bandera patria, en una exaltación de fervor nacionalista que no exhibe ante sus socios caribeños desangradores de los recursos de Venezuela, el régimen se lanzó a una campaña convocatoria en la que no escatimó recursos, para finalmente estrellarse contra el muro de la indiferencia popular. Un silencio que asombró al mundo. Una intuitiva ausencia. Un mensaje, si a ver vamos, elocuentemente revocador.
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Llegamos al último día del 2023 con un proceso político que el pueblo mismo se ha encargado de ir decantando. Sabemos quién ganaría las elecciones y sabemos también que quien las perdería no está dispuesto a dejar el poder. La oposición tiene un liderazgo claro y definido, alrededor del cual se ha reconstituido y sigue in crescendo una fuerza popular que hoy luce avasallante.
La batuta, aún sin dirimirse en el TSJ rojo su inhabilitación – e incluso con una decisión en contrario– la tiene en sus manos María Corina Machado. Toca la hora de la filigrana política, de la amplitud y de los acuerdos, del diseño de la ruta institucional y la económica, de la serenidad y la firmeza de la cual han dejado ejemplo este año el venezolano. Ese ciudadano irreductible que ha sido en 2023 y lo será en el próximo el protagonista del gran cambio de rumbo. En el 2024 los venezolanos rescatarán el futuro para Venezuela por la inclaudicable ruta del voto popular.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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