El poder de la caricatura en la política mexicana, por Ameyalli M. Valentín Sosa
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¿De qué manera nos sirven las caricaturas políticas para pensar en la dinámica con la cual se construyen los humores sociales y la opinión pública? El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador ha tenido una relación particular con estos «monitos». Por un lado, si bien este aplaude las caricaturas que ridiculizan a sus adversarios y a los bloques de oposición, descalifica a los dibujantes de los medios que no son afines a su proyecto de gobierno. Ello convierte a las caricaturas, al igual que los periodistas, en actores relevantes de la política y, a veces, en objetivo de los políticos.
Otro ejemplo es el caso del expresidente Donald Trump. ¿Cómo olvidar la censura hacia caricaturistas como Michael de Adder cuando este dio rostro a las víctimas de la crisis migratoria en la frontera norte de México o la decisión de The New York Times de excluir caricaturas en su sección internacional por un cartón que molestó al exmandatario?
En México, la relación de la gráfica con la política y la sociedad en su conjunto ha sido tan importante que en la capital hay un museo dedicado a la caricatura y una estación del metro tapizada de ilustraciones de caricaturistas mexicanos. Nombres como Gabriel Vargas, Eduardo del Río, Abel Quezada, Manuel Ahumada, Rogelio Naranjo y Helio Flores, por mencionar algunos, están profundamente arraigados en el imaginario mexicano. Toda una revelación en momentos en los que prevalece la sobreexposición a todo tipo de imágenes digitales.
La relación entre la caricatura y la política mexicana no es reciente; este género nació casi de forma simultánea al surgimiento del Estado nacional. La primera caricatura política apareció pocos años después de la consumación de la independencia.
Tiranía, considerada la primera caricatura política mexicana, se publicó en 1826 de la mano del italiano Claudio Linati, junto con Fiorenzo Galli y el poeta cubano José María Heredia, quienes instalaron el primer aparato tipográfico en el país y fundaron el bisemanario El Iris.
Si bien la revista duró pocos meses, fue el inicio de una larga tradición que pasaría a ser parte de la realidad mexicana con fuerza a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Más prensas tipográficas, la circulación de un mayor número de periódicos, la creación de un estilo mexicano de caricaturas alejado del estilo francés son algunos de los factores que permitieron la maduración y consolidación de este género en México.
Sin embargo, fue con la aparición del periódico La Orquesta, entre 1861 y 1877, que la caricatura política mexicana se estableció como un elemento recurrente. Fue la primera publicación en la que las caricaturas serían un elemento inherente al mismo: en cada número los editores y dibujantes, quienes a veces eran los mismos, emitían críticas durísimas al poder desde las imágenes que publicaban.
Algunos de los procesos que se abordaron en las distintas épocas de la publicación fueron las invasiones francesa y estadounidense, el Segundo Imperio Mexicano, las tensiones entre los Poderes de la Unión, la Guerra de Reforma, las tensiones entre liberales y conservadores, y las reelecciones del presidente Juárez.
La caricatura política emergió como un actor de peso en México justamente por su crítica frente al poder. Esa virtud doble de contestar el poder, pero desde una óptica satírica o humorística, es lo que la ha hecho tan eficaz y sólida. Las caricaturas políticas devienen muchas veces en una burla hacia los poderosos que, por un momento, abollan su halo de autoridad aparentemente intocable.
Sin embargo, las caricaturas no solo buscan generar humor, sino que también despiertan tristeza, enojo, indignación o miedo. En ocasiones, con trazos simples, la caricatura política nos afecta: a algunos les molesta, a otros los conmueve y a otros les incomoda.
Las caricaturas, en definitiva, traducen el estado de la opinión pública a partir, no solo de sus contenidos y provocaciones, sino también de las reacciones que generan. Y, al hacerlo, se convierten en un actor capaz de moldear la agenda pública. Más allá de que hablemos de dibujos proyectados en impresiones gráficas como los diarios o en memes que circulan por las redes sociales, su poder es innegable.
*Este texto está escrito en el marco del X congreso de WAPOR Latam: www.waporlatinoamerica.org.
Ameyalli Monserrat Valentín Sosa es licenciada en ciencias políticas, por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y maestranda en la maestría de estudios sociales y políticos de la UNAM.
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