El Postureo, por Carlos M. Montenegro
Hace poco más de dos años el entonces director de la Real Academia Española (RAE) Darío Villanueva informó que El Diccionario (DRAE) había incorporado una buena cantidad de novedades entre adiciones de artículos, nuevas acepciones y enmiendas, definiciones con nuevas matizaciones y supresión de vocablos fuera de uso. Entre otros cambios añadió la matización de que «sexo débil» es una expresión «despectiva o discriminatoria».
Además se incorporaron una buena cantidad de nuevos vocablos como vallenato, buenismo, aporofobia, posverdad o postureo. Y es esta última palabra relativamente nueva la que me llama la atención porque en los últimos tiempos con las nuevas redes sociales su significado es cada vez más usado, especialmente por los políticos de oficio.
El término recogido recientemente por el DRAE, postureo*, es un neologismo que se refiere a la actitud de adoptar ciertas prácticas o actividades, más por ánimo de querer aparentar o causar buena impresión que por genuina convicción.
Probablemente tenga alguna relación con el vocablo francés “pose”, que significa “postura poco natural, afectación en la manera de hablar y comportarse”.
Sin embargo en nuestra cultura popular no es nuevo. El postureo ya se practicaba en ambientes estudiantiles, como argot juvenil, e incluso adolescente que por diferenciarse adoptaban estéticas, ropa, formas de hablar y gestualidad de determinadas subculturas o tribus urbanas, por demostrar pertenencia a un grupo o por simple moda, sin ostentación de valores o filosofía alguna.
La cosa arrancó probablemente hacia la segunda mitad del siglo pasado cuando grupos o pandillas se agrupaban según sus actividades o aficiones comunes, como los “moteros” de Harley Davidson, los Hell Angels, los “punk”, “raperos” o practicantes del monopatín y el surf. Hay un sinfín.
Otra versión del postureo suelen ser los llamados “cultureta”, aceptada por el DRAE que lo define como «persona pretendidamente culta». Sería aquel que finge despreciar las manifestaciones culturales habituales pretendiendo interesarse en asuntos más exclusivos, desconocidos y meritorios, tratando de mostrar una aureola de sapiencia. No crean, hay muchos y como alguien dijo «si los tontos volaran podría cambiar el clima».
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Sin embargo ya en este siglo, con el advenimiento de internet el figureo ha adquirido un especial uso en las redes sociales, ya que en ellas el producto a vender es el estilo de vida de la propia persona, llegando a crear en algunos casos una necesidad patológica de aprobación. Esas redes, que nos traen a mal traer, dando varios saltos mortales con doble tirabuzón a nuestras vidas, han abierto de par en par el gran portón al infinito a todo tipo de actividades, buenas y malas. Por si fuera poco, con la llegada del “selfie” y a modo de milagro se les ha aparecido la virgen a los otrora amantes de la “pura pinta”, que no son pocos.
La pretensión de parecer “cool” es lo que se esconde detrás del postureo. Así, tomarse fotografías constantemente en lugares emblemáticos, o junto a personajes famosos para distribuirlas por las redes y plataformas sociales mundiales, para impresionar, son auténticas muestras de postureo.
Sin embargo el postureo no es sólo cosa de adolescentes en Instagram o twitter. Ya lo es también de adultos y políticos profesionales que hacen de sus apariciones públicas una exhibición de “buenrollismo” y súper naturalidad. No debemos circunscribirlo a las redes sociales, pues el postureo es toda una estrategia de marketing y comunicación pública por cualquier medio.
Sin embargo el postureo ha encontrado un nuevo lugar dentro de la política, aplicando las estrategias establecidas por la mayoría de los partidos políticos que, con los ojos puestos en elecciones, por ejemplo, adoptan aptitudes normalmente falsas con el fin de lograr alianzas para formar Gobiernos.
También adoptan actitudes convenientes a su momento para captar más votantes aunque no tengan intención de hacerlo en caso de lograr su propósito; cambiarán el discurso sin dar muchas explicaciones al estilo del refrán “donde dije digo, digo Diego”.
El postureo político surge cuando es necesario mostrar coincidencias de proyectos programáticos y poder formar pactos que puedan aportar ventajas con vistas a futuros comicios electorales. Así que no debe extrañar la desafección política del ciudadano cuando sus representantes parecen jugar a una suerte de partida de ajedrez, en lugar de realzar la representatividad democrática a la altura del país que se quiere construir.
En todos los países hay ejemplos claros de “postureo” político en partidos que se promocionan “diferentes” y se llenan la boca de declaraciones grandilocuentes que pronto sus hechos desmienten de forma escandalosa. Voy a poner unos recientísimos ejemplos de postureo político español, pues considero que España es la cuna del postureo, al menos hispanoparlante.
Pablo Iglesias el político español decía: “en política no se pide perdón, en política se dimite” (18/mayo/2014). Seis años después, ya como vicepresidente del Gobierno, dijo en una interpelación en las Cortes de España: “… y pido perdón porque el gobierno ha cometido errores y no ha sido claro…” (Sic). Fue el pasado 23 de abril de 2020. Al día de hoy, aún no ha dimitido.
Unos meses antes, Pedro Sánchez, actual presidente del Gobierno español cuando estaba en plena campaña electoral afirmó en una entrevista para la Televisión Española que “se negaba en rotundo a formar una coalición con Pablo Iglesias con quien tenía serias discrepancia en cuestiones fundamentales”, afirmando que “no dormiría tranquilo por las noches teniéndolo junto a miembros de su partido Unidas-Podemos en su gobierno”**.
Días después, cuando en las elecciones no logró suficientes votos para formar mayoría, el mundo entero vio el efusivo abrazo de Sánchez e Iglesias tras firmar la coalición por la que Podemos aportando sus escaños entro a formar parte del gobierno y su líder, Pablo Iglesias, es hoy vicepresidente del Gobierno de España, además de ministro de Derechos Sociales y otros miembros de su partido como ministros.
El tercer caso fue durante la solemne Sesión Constituyente del Congreso y del Senado de España para la XI Legislatura. La diputada de Podemos, Carolina Bescansa, madre soltera, llevó a su bebé al hemiciclo, y en plena sesión le dio de mamar y fue a depositar su voto con el pequeño en brazos. El niño, de seis meses, pasó de mano en mano e incluso fue arrullado en brazos de Pablo Iglesias, líder de la formación en pleno hemiciclo. Algunos parlamentarios le recordaron que el Congreso cuenta con un servicio de guardería propio para diputados y funcionarios. Pero había que “posturear”.
Independientemente de cuán bueno es que se incorporen nuevos vocablos a la lengua oficial que por el uso sostenido del pueblo tienen derecho a tener cédula de identidad propia, incorporándolos al acervo de vocablos del castellano que, excepto casos muy particulares, aporta términos con una misma o muy parecida significación. Son voces acumuladas durante siglos de historia que ayudaron a enriquecer las obras de prosistas y poetas. Verbigracia: fingir, aparentar, simular, falsear, engañar, adulterar, suplantar… Mentir al fin.
Pues ya ven que este siglo ha aportado un nuevo vocablo a la lengua de Cervantes, quien de haberlo conocido de seguro lo hubiera puesto en boca de Alonso Quijano.
Así que demos la bienvenida en el siglo XXI al sinónimo recién llegado: el postureo, adoptado por los políticos venezolanos de todos los colores con verdadera fruición, especialmente los del régimen de facto, esos que no le dicen la verdad ni a su médico. ¿O no?
* La Academia de la Lengua, haciendo uso de su habitual economía de léxico lo registra así: Postureo. Del coloquial posturear “actuar con postureo”, y éste de postura–ear: “Actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción”. DRAE
**No deje de ver esta joya documento histórico, el 20 de septiembre de 2020. Son apenas 2 minutos. https://www.youtube.com/watch?v=eyZuhPqYa40
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