El Premio Nacional de Periodismo. Sin sorpresas, por Tulio Ramírez
Twitter: @tulioramirezc
Estaba haciendo mi rutina diaria de ejercicios y caminata de cuatro kilómetros, cuando sintonicé accidentalmente la emisora que estaba transmitiendo la entrega del Premio Nacional de Periodismo. Les juro que la primera intención fue cambiar de emisora. Esta es una reacción casi pavloviana que, de manera inconsciente, realizo cada vez que escucho una voz que exalta de manera hiperbólica al gobierno y la revolución.
Mi psicóloga dice que esa es una conducta totalmente irreflexiva, producto de un trauma sufrido en algún momento de mi vida. Mi hipótesis es que ese trauma fue adquirido después de 1998, ya que no se puede pasar por este mundo, vivir la revolución bolivariana y salir con la psiquis ilesa.
Mi hipótesis finalmente era correcta. En las sesiones de hipnosis, las técnicas de regresión me llevaron directo a algún Aló, Presidente. Ese es el momento en el cual comienzo a sudar frío, con movimientos involuntarios y gritos desgarradores pidiendo auxilio.
Las evidencias indican que, efectivamente, la causa de mi rechazo automático a cualquier transmisión en cadena proviene de una experiencia nefasta que me sucedió escuchando alguno de los programas dominicales que animaba el extinto presidente Chávez.
Hoy estamos en la etapa de identificar cuál de estos dominicales produjo el desequilibrio. Indagamos y fueron 378 transmisiones. Yo no las vi todas, lo juro, pero mi psicóloga insiste en que debo verlas íntegramente para identificar con certeza cuál fue la que causó el daño.
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Esa tortura es la única manera de iniciar un tratamiento adecuado. Lo preocupante del caso es que mi terapeuta debe estar presente. Con la suerte que tengo, de seguro el programa causante de mis fobias es uno de los últimos. Esto supone que mi bella tratante ya tiene aseguradas las hallacas y el whisky de diciembre. A 30 dólares por sesión, saquen cuentas.
No quiero dispersarme. El objeto de este artículo no soy yo y mis traumas. Decía pues, antes de saltar de tema, que por alguna extraña razón, me detuve en el dial que emitía la entrega de los benditos premios. Eso no quiere decir que estoy curado milagrosamente ni mucho menos. Lo que me enganchó fue que el primer premio se lo otorgaron, in memorian, a José Vicente Rangel, quien murió en diciembre de 2020 a los, a los, uhm… mejor paso.
Me pregunté, ¿será que ya no tienen a más periodistas en el PSUV para premiar? Pero no, inmediatamente comenzaron a nombrar a los ganadores en las diferentes menciones. Por supuesto, como era de esperarse, todos eran de los medios controlados por el gobierno, ni siquiera se mencionó alguno de los llamados medios «superveraces y superobjetivos» que se autocensuran por temor a ser cerrados por Conatel.
Los premiados eran periodistas de VTV, Telesur, Vive TV, VEA, Correo del Orinoco, Ciudad Caracas, Últimas Noticias, Correo del Sur, RNV o funcionarios de dependencias del gobierno dedicadas a la comunicación.
Esto es una constante. Con independencia del premio, al parecer, nunca habrá un opositor con suficientes méritos para merecerlo. Así ha sucedido con los premios nacionales de Historia, de Teatro, Literatura, Música, Arquitectura. Si premiaran a la venezolana más educada, ustedes saben quién se lo ganaría, aunque parezca un chiste.
Quiero aclarar, no pude escuchar toda la transmisión. Mi estómago no es tan fuerte. No me hago la ilusión de estar curado totalmente. Solo estoy haciendo esfuerzos para superar mi problema a través de terapias de shocks autoadministradas y sin supervisión. Debo desarrollar más niveles de tolerancia. Los 30 dólares por consulta me obligan a la autoterapia. Aunque, a decir verdad, a estas alturas no estoy seguro de querer curarme.
Tulio Ramírez es Abogado, Sociólogo y Doctor en Educación. Profesor en UCAB, UCV y UPEL
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