El primer disparo mortal, por Gregorio Salazar

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Las escaramuzas verbales, el fuego cruzado de la cohetería propagandística concentran la atención de analistas, medios y por ende de las audiencias, pero por ninguna parte encontrará usted un vaticinio, un pronóstico, siquiera una lejana conjetura sobre lo que será el destino final de la operación militar –aún sin nombre– que está desarrollando la administración Trump en el Caribe contra el régimen venezolano, ilegítimo y con acusaciones concretas de narcotráfico. No se vislumbra.
Es verdad también que la cohetería dejó de ser sólo propagandista al producirse el primer disparo mortal en este primer mes de alta tensión –presuntamente un misil AGM-114 Hellfire de alta precisión—mediante el cual fueron dados de baja los once ocupantes de una pequeña embarcación que la fuerza destructora dijo haber identificado como traficantes de drogas que había salido de San Juan de Unare, costa norte de Sucre, hacia la isla de Trinidad. Triste final para once jóvenes venezolanos que pudieron no haber consumido sus vidas en el delito.
En este mar de contradicciones en que navegan los bandos enfrentados pero con negocios petroleros, por el lado del régimen venezolano es curioso ver cómo puede pasar de las grandilocuentes proclamas anti imperialistas y la declaración de «un pueblo en armas» a la errática respuesta que dio a la voladura de la embarcación que navegaba furtivamente hacia Trinidad y Tobago.
Dicha respuesta no vino de una alta fuente militar, no salió desde la usurpada posición de comandante en jefe, ni del ministro de la defensa, que tiene la responsabilidad de comandar las FANB ante la amenaza extranjera. No. Habló el ministro de información y poeta, Freddy Náñez para asegurar que todo se trataba de «una animación simplificada, casi dibujos animados». La BBC de Londres –que sometió el video a experticias– fue más acertada que el Estado revolucionario.
Ese ataque luce como otro eslabón de la presión prolongada que, visto el talante de la cúpula en el poder, pareciera requerir alcanzar muy altos decibeles para producir cualquier cambio negociado, una desbandada, una «rendición quirúrgica», que permita la instauración en el poder del verdadero ganador de las elecciones del 28-J: Edmundo González Urrutia. Y con él un nuevo gobierno que asuma la libertad y la transformación de Venezuela. Tras un mes de la escalada trumpista nada de eso parece a la vuelta de la esquina. ¿Cuánto tiempo y dólares está dispuesto a invertir Trump en esa estrategia de desgaste? Otra vez: nadie lo sabe.
Lo que sí se nota en el régimen venezolano es una búsqueda desesperada de apoyos internacionales, labor en la que esta misma semana los resultados fueron magros, a pesar de haberse conseguido un pronunciamiento de la Celac. Ciertamente, pese a que la mayoría de los países integrantes firmó, no se encuentran en el texto de ese comunicado dos palabras fundamentales: ni solidaridad, ni Venezuela. Fue un parto difícil. Alusiones genéricas y principistas, pertinentes pero a las que también le negaron su voto diez países.
En aquellos tiempos cuando la desbocada chequera venezolana en manos de Hugo Chávez financiaba desde refinerías a astilleros, desde campañas presidenciales hasta obras sanitarias y de infraestructura que faltaban aquí, la región a lo mejor se hubiera encendido de protestas juveniles en las calles y las universidades de los países amigos. Hoy, Maduro amenaza con un levantamiento de toda América Latina en apoyo de su régimen y el eco no traspasa los ventanales de Fuerte Tiuna.
Los primeros meses de este años «lobbystas» del oficialismo recorrieron las televisoras exponiendo la tesis de que Trump, empresario de un pragmatismo sin medida, accedería a negociar canje de presos y embarques de petróleo, y a cambio de eso no se entrometería en la ilegitimidad del régimen. Esa página quedó atrás y hoy, al lado de las acusaciones de narcoterrorismo, figura la de usurpación de la presidencia, el gran Talón de Aquiles.
Los jefes de la revolución subliman su vocación eternizadora en el poder. Se asumen custodios de las grandes riquezas de Venezuela en función del nuevo orden mundial que buscan acuñar China y Rusia, y que parece haberse fortalecido más en el marco de la celebración de los 80 años de la victoria china sobre el Japón, ahora con la presencia de la India. Pero que el presidente de la AN, Jorge Rodríguez, único enviado de la revolución a esos apoteósicos festejos, regrese entusiasta con noticias de compromisos disuasivos para Trump no parece factible.
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Trump, siempre imprevisible, enfrenta en su patio una batalla campal con múltiples juzgados que han sentenciado contra controversiales decisiones en varios campos, incluido en el de la inmigración.
Tampoco se ha estabilizado la política arancelaria ni escapa al fantasma de la lista Epstein, pero esas circunstancias tampoco resultan alicientes para Maduro. Cualquier revés en esos casos pudiera acelerar su conversión en un chivo expiatorio distractivo y propiciatorio.
Y si el cambio de régimen sobreviniera, ¿que surgiría después, cómo se recompondría este país para desarrollarse en paz? Dependería en principio de la forma de la salida. Pero allí también los venezolanos seguimos adentrándonos en el reino de las incertidumbres.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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