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El prisionero de la libertad, por Simón García



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El prisionero de la libertad
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Simón García | @garciasim | julio 13, 2025

X: @garciasim


Es difícil dejar de usar un lugar común para sintetizar la vida de tan extraordinario personaje. Pero aún más difícil es definir a aquel hombre vehemente y racional, a veces exaltado, muchas analítico, hondamente anticipador de hechos, volcado con fuerza y serenidad a la acción. Pero también un arrogante con la altanería de un loco apasionadamente obsesionado por la idea de la libertad.

Nace en Caracas en 1750. En las cuatro décadas posteriores viene al mundo el importante contingente de actores de la independencia de Venezuela. Entre ellos, Miguel José Sanz, 1754; el español Campo Elías, 1759; Juan Germán Roscio, 1763; Fernando Peñalver, 1765; Lino de Clemente, 1767; Simón Rodríguez, 1771; Cristóbal Mendoza y Francisco Javier Ustáriz en 1772; el curazoleño, Manuel Piar y Felipe Fermín Paúl, en 1774; Juan Bautista Arismendi y José Félix Ribas en 1775; José Vicente Unda, 1777; Jacinto Lara, 1778; Bartolomé Salón, Juan José Landaeta, Andrés Bello y el sacerdote chileno Madariaga en 1781; José Francisco Bermúdez, José Félix Blanco y en Curazao Luis Brión, 1782; Simón Bolívar en 1783; José María Vargas, 1786; Santiago Mariño, 1788, Carlos Soublette, 1789; José Antonio Páez,1790. Y fuera del rango temporal escogido, Antonio José de Sucre en 1795.

Esta incompleta lista de próceres muestra una combinación entre líderes civiles y militares, pese a que la línea de distinción entre ambos componentes no fue y no podía ser rígida. Progresivamente se producen cruces, rivalidades y competencias, entre la toga y la espada, afectando el difícil predominio de lo político sobre lo militar a medida que la guerra se hacía tan larga y cruenta.

En contraste, las trece colonias norteamericanas alcanzan un objetivo similar, la emancipación del poder imperial inglés, en dos años y sin la proclamación de mandos militares como dictadores. ¿Será esta propensión al uso de la fuerza y la violencia una partícula genética de nuestra historia?

Nuestro personaje comienza su formación a los doce años al ingresar a la clase de menores del Colegio Seminario Santa Rosa de Lima, cercano a su hogar de Padre Sierra a Muñoz. Estudia Latín, gramática de Nebrija y religión. En 1767 inicia estudios mayores, formalmente universitarios, de Arte que comprende materias como Matemática, Física y Geografía.

Antes que existiera Venezuela

En 1769 estalla un escándalo que afecta a su familia cuando oficiales del regimiento de Blancos se niegan a que su padre forme parte de ese cuerpo. Una segregación a cuya cabeza están dos mantuanos prominentes y secundada por el Cabildo de Caracas.

El conflicto se resuelve legalmente a favor del capitán Sebastián De Miranda mediante Real cédula Carlos III de 12 de septiembre de 1770. Se le restituyen sus derechos, se aclara su situación de pureza de sangre, pero previo a ello renuncia a formar parte activa del batallón de Canarios. A este compromiso injusto, se lo califica como solución salomónica.

El probado hijo de blancos, puesto que sus padres se casaron por la Iglesia católica, desea respirar otros aires. En 1771 decide instalarse en la capital del imperio español. No se imagina actuando desde las orillas marginales del poder o excluyéndose de él. A partir de entonces emprende una ruta de universalización como participante en grandes acontecimientos históricos y amigo de los actores más ilustres y relevantes de su tiempo.

En 1785, a sus treinta y cinco años, el Morning Chonicle de Londres retrata a Miranda así: «…un hombre de visión sublime y penetrante comprensión; experto en idiomas antiguos y modernos, muy versado en libros y conocedor del mundo. Ha dedicado muchos años al estudio de la política…».

Estas experiencias y conocimientos son las bases que le permiten a Francisco de Miranda ser el primero en concebir la idea de la independencia de América como una estrategia continental y unitaria en correspondencia con la diversidad forjada por la colonización que España impuso con el idioma, la religión y la monarquía sobre el extenso territorio bajo su dominio.

Para designar ese mundo, desde el Missisipi a Cabo de hornos, crea y emplea el término Colombia en 1788. Según sus propias palabras, América toda debe existir como una nación.

 La diosa de la libertad

En 1792, escribe Miranda desde Paris al Conde Woronsoff, embajador de Rusia: «Que yo me haya unido a los defensores de la libertad no debe asombrarle, ya que Ud. sabe que es mi divinidad favorita…» La fiel dedicación a esa causa es tan absoluta que lo lleva a confesar que: «El amor a la libertad por la que yo he hecho en otras partes, tantos y tantos sacrificios, me hizo renunciar a vivir en mi país natal, quizá el más oprimido de todos los de la tierra».

Pero su amor no es consagración a una ilusión, un devaneo romántico o una promesa por fe. Su reivindicación del derecho de los pueblos a la libertad se expresa en un objetivo concreto: expandir los beneficios de la libertad a todo el continente Hispano Americano. Ese proyecto global lo concibe Miranda en 1784 en Nueva York. Un proyecto que motivará todos sus viajes y ocupará el centro de sus conversaciones y acciones. Sin descanso.

Es una lucha que Miranda articula a una visión con cuatro presupuestos: Uno, el ejercicio de los derechos individuales es el indicador de realización de la libertad colectiva. Dos, la autonomía personal no puede existir sin la independencia de las naciones. Tres, la revolución es sólo un medio para lograr un régimen republicano, ajeno a tiranías y opresiones de cualquier clase. Y por último, la voluntad precisa, la insistente energía práctica para llevarla a cabo y convertir toda espera en un pasadizo para alcanzarla.

¿Un espía en La Habana?

Miranda se convirtió en un oficial muy útil y eficaz para el General Juan Manuel Cajigal el cual le tramita el ascenso a Teniente Coronel y comienza a confiarle tareas delicadas. Una de ellas fue negociar en Jamaica, en 1781, un canje de prisioneros ingleses por españoles. El propósito abierto que le asigna, encubre un secreto sobre el cual existen todavía varias versiones.

En un Memorial de certificación de méritos que redacta el General Cajigal para solicitar el ascenso a Coronel de Miranda, el 8 de enero de 1782 hay una frase donde se resalta el celo con el que cumplió la misión del canje de prisioneros, «como igualmente en otras graves e importantes comisiones del Real servicio que al mismo tiempo se le encomendaron». Una admisión fugaz de que en Jamaica hizo algo más que tomar té con los ingleses.

Miranda vence los recelos británicos y logra un acuerdo de canje de 850 soldados y marineros españoles; compra unas embarcaciones y adquiere materiales navales. Establece un arreglo con un comerciante inglés para llevar a La Habana textiles, aparejos, cabos y otras mercancías quizá no tan necesarias en el mantenimiento de barcos.

A su vez recaba información detallada y memoriza mapas sobre puertos y lugares favorables para un desembarco, evalúa fortificaciones, fija los emplazamientos de la artillería, la ubicación de efectivos en la plaza, el arsenal, los caminos y puestos de vigilancia. Una información valiosa para invadir y tomar la isla.

A su regreso se inicia una investigación por supuesto contrabando, ordenada desde Madrid por el Ministro de Indias, José de Galves, pasando por encima de la autoridad de Cajigal, en ese momento Gobernador y Capitán General de Cuba.

A la investigación contra Miranda se unen el Intendente de La Habana Juan de Urriza y un funcionario de Hacienda que ratifican, en el sitio, la acusación de contrabando formulada desde Madrid.

En 1782 se libra la orden de arresto. Miranda se esconde y se entera que, adicionalmente es requerido por la Inquisición de Sevilla bajo la denuncia de lectura de libros herejes. Un juicio que exige su presencia en la península.

A estas alturas Miranda está plenamente seguro que la investigación es una persecución. Su única opción es desertar para eludir la sistemática cacería que orquesta Galves y evitar falaces acusaciones como la de ser un espía al servicio de Inglaterra.

Informa por oficio su decisión al General Carvajal y hace clandestinamente los arreglos para dirigirse a norteamérica. Propósito: retomar su estudio de los sistemas de gobierno en los países mas civilizados del mundo y proseguir en su búsqueda de aliados externos con fuerza para contribuir a la independencia de la América hispana, su patria.

En su ausencia, se produce en La Habana la condena, que sólo podrían imponerle si lo capturaban o se entregaba: pérdida de su empleo militar; multa y prisión por diez años en una cárcel de África.

República, terror y dictadura

En 1789 Miranda está en Londres con su carroza de sueños: liberar a toda América del yugo del imperio español. Tiene un plan operativo sobre la sucesión de la invasión a partir de tomar La Guaira, Puerto Cabello, Rio Hacha y Buenos Aires, Su objetivo es persuadir al primer ministro Pitt de las ventajas que obtendría Inglaterra con la lucha independentista que maduraba entre los pueblos y naciones por los que venía a abogarle.

Pero Pitt le resultaba un jabón difícil de asir. Durante dos años la cortesía y el fino humor del inglés sustituyó los acuerdos concretos a los que aspiraba Mirada y a los que el gobierno de Inglaterra daba largas.

La paciencia estratégica de Miranda no resistió. Después de dos años de encuentros inútiles, Miranda decide probar suerte en el torbellino que es Francia.

En agosto de 1792, año primero de la Revolución, acepta el requerimiento de incorporarse al Ejército de Francia, si le aprueban tres condiciones: grado militar acorde con su trayectoria, sueldo digno y la protección de Francia para llevar la libertad a la América del sur. Lo cual se le aprobó.

En Francia va a tener éxitos militares y a sufrir tres prisiones. Marat lo ataca con el furor de un extremista maniático. Robespierre lo incluye en su lista privada de candidatos a la guillotina y Fouché lo hace objeto de requisas para satisfacer su vicio por la sospecha.

Su primer juicio por traición es consecuencia de su negativa a acompañar a su jefe, el General Dumouriez en la traición que éste trama contra la Convención Nacional. Ya esta vigente el Decreto 254 de diciembre de 1792 que estableció el castigo de pena de muerte a “quienquiera que proponga o intente romper la unidad de la República”.

En este primer juicio su defensor es un reputado abogado, Claude Lagarde, el mismo que defendió en vano a la reina María Antonieta. Su defensa consistió en demostrar que en el campo militar y operacional el Mariscal de campo Miranda siguió disciplinadamente las órdenes de su General en Jefe, pese a expresarle sus desacuerdos y en el campo político oponerse a sus ambiciones de poder. Miranda es absuelto.

El segundo juicio, mientras estuvo recluido en la prisión de La Fuerza, tuvo su origen en la táctica de Robespierre de castigar drásticamente a los jefes para cundir el temor en los seguidores. Miranda estuvo 16 meses protestando desde su calabozo por la monstruosidad de Robespierre y la imposibilidad de demostrar que la acusación se basaba en un supuesto viaje a Burdeos y soportaba su prisión con entereza. Desde ella escribe: “Hay algo de glorioso en ser el único hombre sospechoso en Francia. Es decir, el último reducto en el que se atrinchera la tiranía”.

El 15 de enero de 1795 aquella figura republicana no revolucionaria recuperó su libertad y el derecho de todos a no ser excluido o condenado por ser moderado en vez de fanático. Los sellos sobre sus cajas de libros se levantan.

Según Caracciolo Parra Pérez en su obra Miranda y la Revolución Francesa, éste conoce en ese período a Fouché, ligado entonces a los girondinos a los que también Miranda apreciaba. Estas preferencias lo convierten en «sospechoso habitual», sufre una corta detención y pasa a ser vigilado como un potencial enemigo de las autoridades.

*Lea también: Tumbos, ideas y actores, por Simón García

Glorias y tristezas de un precursor

No sería aquella el fin de sus glorias y desventuras. Le faltaba aún la más amarga prueba, comandar la lucha por la independencia en su propia patria para ser apresado bajo el cargo de traición por sus compatriotas y entregado por ellos a los realistas comandados por Monteverde con quien había firmado una capitulación que este no respetó.

En la visión de Miranda la pérdida de Puerto Cabello le había devuelto a los realistas la superioridad para armarse y contar con pólvora y plomo suficientes para recuperar y sostener su control sobre tres cuartas partas del territorio de Venezuela. Había que pensar en proteger la porción de personas en territorios aún de los patriotas. Evitar más sangre y destrucción del país a nombre de emanciparlo.

La detención de Miranda en la Guaira, el 30 de julio de 1812, por parte de Simón Bolívar y su entrega a los realistas para ser deportado como prisionero a España es un episodio tabú en nuestra historiografía. Es un acontecimiento que cuestiona procederes de dos grandes, entre los más grandes, en la gesta de la independencia nacional.

Es también hecho que revienta la concepción épica de una historia que con unos héroes que dejan de ser humanos para convertirse en dioses, libres de análisis críticos y valoraciones que no se usen como culto y justificación de tiranías y autoritarismos.

En La Carraca acaeció su muerte. Sólo así pudo aquel precursor dejar de soñar con la libertad.

 

Simón García es analista político. Cofundador del MAS.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.

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